El fallecimiento del presidente iraní altera la contienda para suceder al ayatolá Jameneí | Internacional

EL PAÍS

El 19 de mayo, la República Islámica de Irán sufrió una pérdida significativa cuando su presidente, Ebrahim Raisí, murió en un accidente de helicóptero. Raisí no solo era el jefe del Ejecutivo, sino también un posible sucesor del líder supremo del país, el ayatolá Ali Jameneí, y un candidato para presidir la Asamblea de Expertos, el organismo encargado de seleccionar al clérigo que sucederá a Jameneí después de su muerte. Antes de la muerte repentina de Raisí, el camino para asegurar la continuidad del régimen islámico parecía claro. Raisí, con sus credenciales ultraconservadoras y leales a Jameneí, así como su respaldo de la Guardia Revolucionaria, era un candidato que generaba consenso tanto en el estamento clerical como en este poderoso ejército paralelo.

La muerte del presidente no parece amenazar la estabilidad del régimen, pero sí ha interrumpido los planes para la sucesión del líder supremo. El régimen iraní ha demostrado en los últimos años que busca a toda costa mantener un statu quo estricto, marginando a los reformistas de sus instituciones. Este giro ultraconservador se concretó con la elección de Raisí como presidente en 2021, con los votos de solo un tercio del electorado, después de que el Consejo de Guardianes, el organismo oficial encargado de validar a los candidatos, vetara no sólo a los moderados, sino también a otros conservadores que podrían desafiar a Raisí.

La muerte de Raisí ha forzado al régimen a reajustar sus planes ya previstos, reforzando la hipótesis de que Raisí era uno de los candidatos en la contienda para convertirse en el próximo líder supremo. Por ejemplo, era el favorito para presidir la Asamblea de Expertos. El día después de la confirmación de la muerte de Raisí y de su séquito, el clérigo Mohammad Ali Movahedi Kermani, de 93 años, fue elegido presidente de la Asamblea de Expertos, reafirmando el compromiso del régimen con la continuidad.

Kermani, como Raisí, es un leal a Jameneí que en el pasado estuvo vinculado a la Guardia Revolucionaria. Este clérigo, quien tendrá voz y voto en la elección del nuevo líder supremo, ha defendido posturas ultraconservadoras, como el uso del velo, que en Irán trascienden lo social para convertirse en un asunto político. Ha llegado a declarar haram (ilícito según el Islam) a la aplicación de mensajería Telegram, ampliamente utilizada por los iraníes para comunicarse. Kermani representa el pasado y el inmovilismo, así como la brecha entre un gobierno de gerontocracia clerical y una población joven que anhela un cambio.

En este contexto, los posibles sucesores de Jameneí son objeto de especulación. Según el analista hispano-iraní Daniel Bashandeh, uno de los nombres más mencionados, Mojtaba Jameneí, el hijo del actual líder, es una opción «improbable». Otro posible candidato es Hassan Jomeini, nieto del ayatolá Jomeini, cuya elección buscaría otorgar legitimidad religiosa e histórica al nuevo liderazgo debido al aura que aún rodea al fundador del actual sistema político iraní entre un sector de la población del país.

Después de la muerte de Raisí, las autoridades se apresuraron a nombrar como presidente en funciones al vicepresidente Mohammad Mojber y convocaron inmediatamente elecciones presidenciales para el próximo 28 de junio. Uno de los posibles candidatos para estas elecciones es el expresidente del Parlamento iraní Ali Larijaní, un político considerado pragmático al que en 2021 el régimen impidió presentarse a las elecciones presidenciales que ganó Raisí.

En resumen, la muerte del presidente Ebrahim Raisí ha llevado a la República Islámica de Irán a un estado de incertidumbre y a un posible cambio en la dirección política de la nación. Aunque todavía es incierto quién asumirá el liderazgo, el impacto de su muerte en la política iraní y en la región más amplia seguirá siendo un tema de debate en los próximos meses.

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