El Salvador, un país que se ha paralizado por completo, ha acaparado la atención del mundo este sábado para presenciar la toma de posesión de Nayib Bukele, su nuevo presidente que gobernará la nación centroamericana al menos por otros cinco años. El Congreso, controlado por su partido, ha declarado día de fiesta remunerado y las calles de San Salvador se han vaciado de coches y viejos autobuses, los edificios de oficinas han apagado los ordenadores y las máquinas de café y los comercios han bajado la persiana por orden de las autoridades. La nación entera tiene los ojos puestos en un solo hombre, Nayib Bukele.
El Salvador, bajo la administración de Bukele, se ha convertido en un lugar donde el temor a los pandilleros es cosa del pasado. La criminalidad ha disminuido significativamente, hasta el punto de que se ha vuelto común decir que si a alguien se le cayera el teléfono móvil en la calle, podría volver dos días después y lo encontraría en el mismo sitio. Esto ha sido posible gracias a la presencia constante de militares y policías armados en cada esquina, que mantienen la seguridad las 24 horas del día.
Sin embargo, el Salvador de Bukele no es un país sin problemas. A pesar de la disminución de la criminalidad, el país ha experimentado un deterioro de los derechos humanos y un retroceso de las libertades civiles. Bukele y su círculo de poder, que incluye a sus hermanos, han monopolizado casi todas las instituciones del Estado y han manipulado la Constitución para permitir la reelección presidencial, que antes estaba prohibida.
La presencia de Bukele es omnipresente en El Salvador. En la salida del aeropuerto internacional del país, el San Óscar Arnulfo Romero, se ha levantado una réplica de su despacho y los viajeros hacen cola para tomarse una foto con un retrato de Bukele con la banda presidencial. Mientras tanto, los aviones de los dignatarios internacionales aterrizaban en las pistas de asfalto achicharradas por el sol y rodeadas de montañas.
En estos cinco años, Bukele ha sacado a los militares a la calle y detenido a miles de jóvenes que han acabado en prisión, algunos de ellos con muchos homicidios a sus espaldas, pero otros solo por llevar en la piel el tatuaje equivocado o bajo cargos con poco sustento. Las organizaciones de derechos humanos han presentado informes demoledores sobre la falta de garantías procesales, pero nada de esto inquieta a los electores, que le dieron un respaldo unánime a principios de febrero.
Bukele se enfrenta a graves problemas económicos en su segundo periodo. A pesar de las construcciones imperiales, parques y estadios levantados durante su gestión, ahora llega el momento de cuadrar las cuentas. Tatiana Marroquín, economista independiente, expresa su preocupación por la situación fiscal del país: “Este es un país peor en términos fiscales que cuando él llegó. Debe enfrentar consecuencias de sus gastos y su deuda. Queda muy poco margen de maniobra para saber de dónde va a sacar el dinero en este quinquenio.”
Para algunos, el hecho de que Bukele asuma un nuevo mandato pese a los frenos constitucionales convierte su investidura en una farsa. “Es completamente ilegal e inconstitucional”, dice Ingrid Escoba, directora de la organización Socorro jurídico humanitario.
A pesar de las críticas, Bukele ha recibido el apoyo de influencers de extrema derecha estadounidenses, que ven en él el ideal de mano dura y autoritarismo cool. Bukele ha recibido con especial afecto a su homólogo ecuatoriano, Daniel Noboa, con quien comparte una generación y una visión similar de gobierno.
Pese a los desafíos que enfrenta, Bukele ha logrado consolidarse como una figura central en la política de El Salvador, con la esperanza de refundar el país a la manera de los grandes libertadores de Latinoamérica. Sin embargo, solo el tiempo dirá si sus políticas y decisiones llevarán al país hacia un futuro mejor o si, por el contrario, solo traerán más problemas y conflictos.