El territorio francés de Nueva Caledonia, ubicado en el Pacífico, se encuentra en un momento crucial de su historia. Aunque las brasas de los recientes disturbios no se han apagado completamente, la discusión sobre la reconstrucción, tanto física como moral, ya ha comenzado. La pregunta que surge ahora es cómo convivir tras los disturbios y cómo construir un “destino común” entre la población autóctona y la de origen europeo, una expresión que figuraba en los decisivos acuerdos de Numéa de 1998.
En un intento por entender la situación, EL PAÍS consultó a dos líderes neocaledonios, el independentista Mickaël Forrest y el no independentista Philippe Gomès. Ambos expresaron sus perspectivas sobre el futuro de Nueva Caledonia, un territorio que ha sido testigo de disturbios que han dejado siete muertes y cientos de heridos en las últimas semanas, así como escenas de coches calcinados, comercios saqueados y aeropuertos cerrados.
Para Forrest, responsable de relaciones exteriores en el Gobierno de Nueva Caledonia, la situación es difícil. Asegura que solo la mediación internacional, a través de Naciones Unidas o de una figura mediadora externa, puede contribuir a calmar las aguas. Los kanakos, la comunidad originaria de este archipiélago a 16.500 kilómetros de la Francia continental, están en contra de la reforma electoral impulsada por el presidente Emmanuel Macron, que otorgaría el derecho de voto a muchos franceses residentes en Nueva Caledonia, disminuyendo así el peso electoral de los autóctonos. Los kanakos también reclaman su derecho a la autodeterminación.
Por otro lado, Gomès, líder del partido Calédonie Ensemble, diputado local y no independentista moderado, aboga por “reconstruir un consenso” entre ambos campos. Asegura que sin este consenso no hay salvación para Nueva Caledonia y que sin él, el territorio seguirá enfrentándose a disturbios y violencias, como fue el caso entre 1984 y 1988, un periodo que se conoce como los «acontecimientos» y que dejó casi 90 muertos.
Gomès se opone a la convocatoria de un nuevo referéndum con una respuesta “binaria”, es decir, si o no a la independencia. Argumenta que un nuevo referéndum binario “no es pertinente” ya que la crisis económica que atraviesa Nueva Caledonia es de una amplitud sin precedentes y necesita estabilidad para que las poblaciones no se marchen del país y los inversores tengan confianza para desarrollar sus proyectos.
Para Gomès, la situación actual en Nueva Caledonia es un “cataclismo”, aunque añade que “se han constatado mejoras en algunas zonas”. Reconoce que hay barrios todavía bloqueados por barreras independentistas en el Gran Numéa, la capital, lo que conduce a dificultades de acceso al hospital o al transporte de bienes alimentarios y medicamentos.
En cuanto a la visita de Macron a Nueva Caledonia, Gomès declara: “Hoy nada está ganado, pero el hecho de que el presidente de la República se apropie él mismo del tema desplazándose a Nueva Caledonia ofrece una nueva oportunidad a la paz y el diálogo”.
Forrest, por otro lado, tilda de “exagerados” los avisos de que Nueva Caledonia puede adentrarse en una guerra civil si los disturbios continúan. Atribuye al Gobierno de París todas las trabas para buscar un acuerdo y asegura que no confían en el equipo de Macron. Por eso, reclaman la ayuda internacional, para que los mediadores externos les den alguna garantía.
En medio de este interés por captar la atención internacional, Forrest destaca la fortaleza de sus vínculos con otras potencias, como Estados Unidos y China, que es su primer comprador de níquel. Asegura que, a pesar de las cuantiosas ayudas que reciben de Francia, a los habitantes de Nueva Caledonia les iría mejor si lograran la independencia: “Porque nos organizaríamos según la forma de vida del Pacífico, como nuestros vecinos de Vanuatu o Fiji”.