En un entorno polarizado por la demonización del adversario, discursos radicales y la posverdad en torno a la pandemia del Covid y la guerra, países centroeuropeos como Eslovaquia se enfrentan a las elecciones del Parlamento Europeo como si fuese un botón de reinicio antes de que el sistema político alcance un punto de ebullición. En Eslovaquia, ya se han cruzado ciertas líneas rojas. Hace dos semanas, el primer ministro del país, Robert Fico, un líder considerado próximo a Vladimir Putin y a Viktor Orban, fue objeto de varios disparos por un detractor radicalizado por la tensión política. Este atentado ha avivado los temores de que la polarizada discusión europea pueda dar lugar a más violencia real.
Fico se presenta como un combativo hombre común, enemigo de las élites liberales y un baluarte contra la inmigración musulmana. Sin embargo, sus críticos lo ven como una amenaza para la democracia, acusándolo de socavar la independencia de los medios de comunicación, debilitar al poder judicial y restringir la financiación extranjera de organizaciones cívicas. Además, Fico busca transformar la emisora pública del país, sometiéndola a la influencia de los partidos políticos.
Eslovaquia se asoma al riesgo de convertirse en otro Hungría, y la Unión Europea (UE) aparece como el principal freno a esta deriva. La decisión de Fico de cerrar la fiscalía especial centrada en la corrupción de alto nivel ha planteado la posibilidad de que la UE congele algunos fondos asignados al país. Las elecciones europeas pueden ser la baza del sector más aperturista, ya que una oposición victoriosa podría actuar como freno del gobierno. Para ello, los progresistas necesitan acercarse a votantes centristas y conservadores y las fuerzas opositoras en general capitalizar el descontento. De esta manera, el Parlamento Europeo puede servir de caja de resonancia de los contrapesos de un país que está empequeñeciendo estos contrapoderes.
Las políticas de Fico y Donald Trump resultan similares. Ambos han utilizado herramientas parecidas para tener éxito en la política, especialmente las armas del nacionalpopulismo, una postura hostil hacia los periodistas críticos y algunos sectores más activos de la sociedad civil, un cierto aislacionismo y mirada hacia el pasado, así como unas maneras autoritarias en la arena política.
La oposición denuncia que, al igual que su socio en la vecina Hungría, Viktor Orban, Fico está intentando socavar los controles y equilibrios y consolidar su poder, al tiempo que adopta una postura más amistosa hacia Rusia. Durante este mandato de Fico como primer ministro, Eslovaquia se convirtió en el primer país en dejar de enviar armas a Ucrania, aunque continuó la ayuda no militar.
Algunos discursos gubernamentales han helado la sangre por su extraño aroma putinista: «El fascismo está regresando con los colores del arcoíris. Los fascistas ahora visten de rosa. Hoy tenemos el fascismo liberal y debemos derrotarlo. El fascismo siempre viene de Occidente. Y la libertad y la paz vienen del Este». Estas palabras no son otro exabrupto de la tele rusa. Son unas declaraciones de Lubos Blaha, un político de alto rango del partido de Fico.
Algunos expertos apuntan a la cercanía de estos países con Rusia como un factor que agudiza el problema, pues también existe un caldo de cultivo para poner en valor una cierta resistencia a los valores de cambio occidentales. Las palabras radicales de Blaha, donde aparece un supuesto antifascismo mezclado con desprecio a los gays, tienen las mismas trazas que el discurso del putinismo, que ha conseguido dominar la sociedad rusa durante casi un cuarto de siglo.
El estado de salud de Robert Fico, tras dos semanas en el hospital, está mejorando. El atacante, identificado como Juraj C., es un hombre de 71 años que se fue radicalizando frente a la pantalla mientras los políticos eslovacos elevaban el tono.
La fuerte presencia de la campaña electoral europea en Eslovaquia da muestra de la intensidad con la que se vive. Las vallas publicitarias son una constante en el campo y en la ciudad. Los medios escriben sobre el papel de la UE como solución y como problema. Pero una parte de la población está cada día más lejos de las peleas partidistas: «Vivo bien, tengo mi casa, a mi familia no le falta de nada, no voy a perder el tiempo con estos mafiosos», rumia Jan, joven empresario residente en Bansk Bystrica, la tercera ciudad de Eslovaquia en número de habitantes.
Fico ha sido durante 30 años figura dominante en Eslovaquia. Fue primer ministro de 2006 a 2010, de 2012 a 2018 y ahora de nuevo está en el poder desde 2023. Su camino se ha ido alejando de una política fuertemente izquierdista de los años 90 -que estaba influida por el éxito de Tony Blair- hasta dar un cambio hacia posturas más derechistas o nacionalistas.
Fue durante su estancia en la oposición en 2004 y 2005, cuando volvió a cambiar su ideología y el enfoque de su partido hacia posiciones socialdemócratas, lo que le dio el éxito en las elecciones de 2006. Esto no le impidió formar una coalición con el Partido Nacional Eslovaco nacionalista y el movimiento Vladmir Meciar por la Eslovaquia Democrática, una fuerza que gobernó la República Eslovaca en los años 90 de una manera que cumplía algunas de las características de un régimen autoritario.
Ucrania comparte una frontera de casi 100 kilómetros con Eslovaquia. Fico ha descrito la guerra allí como un «conflicto entre Estados Unidos y Rusia», por lo que en su campaña el año pasado propuso no darle a Kiev «ni una bala más». También ha criticado las sanciones occidentales a Moscú. «Los medios occidentales lo han presentado como prorruso, pero esto no es exacto. Fico no es prorruso, sino más bien un realista con una visión pragmática sobre el conflicto entre Rusia y Ucrania, como su colega Viktor Orban», explica Zuzana Palovic, experta en migración y autora del libro Checoslovaquia: detrás del telón de acero.
El elástico y contumaz Fico ha sabido entender a los sectores más tradicionalistas en un país donde muchos votantes, sin coincidir siempre con sus bandazos ideológicos, «se inclinan tradicionalmente por líderes fuertes que prometen restablecer el orden en la sociedad y el Estado», apunta el profesor Gabriel Estok, del departamento de Ciencias Políticas de la Universidad de Koice.
Así, Fico fue conquistando el extremo conservador del espectro electoral, sabedor de que hay un amplio caladero de votantes eslovacos que pueden apoyar al Gobierno de Fico como defensor de las tradiciones eslovacas rechazando, por ejemplo, la «ideología de género». A esta mezcla tóxica se ha sumado recientemente la obsesión por las conspiraciones y las traiciones al estado. El Gobierno de Fico critica habitualmente a la oposición por servir al orden liberal occidental. Igual que en Rusia, el enemigo del gobierno pasa a ser enemigo del país.