En el norte de China, existe una ciudad que presenta un telón de fondo arquitectónico de esplendor zarista, con iglesias ortodoxas y edificios neoclásicos de estilo europeo. Esta ciudad es Harbin, fundada a finales del siglo XIX por los colonos rusos que construían una línea ferroviaria que conectaba el Lejano Oriente ruso con el actual puerto chino de Dalian, frente a Corea del Norte. En aquellos años, el poderoso vecino era el que se sentaba en Moscú.
Harbin, la capital de la provincia de Heilongjiang, empezó a convertirse en el principal oxígeno económico de la región durante los últimos años de la dinastía Qing (1912). En aquel entonces, la hambruna y sobrepoblación que sacudían el centro de China provocaron una migración masiva hacia el rico granero del norte, que siempre mantuvo la influencia rusa.
Con una población que supera los 12 millones, Harbin es actualmente el centro económico, científico y tecnológico del noreste de la superpotencia asiática. Además de su herencia rusa, en invierno es un solicitado destino turístico nacional por el Festival Internacional de Hielo y Nieve más grande del mundo, que se lleva celebrando desde 1963.
El hecho de que el presidente ruso, Vladimir Putin, haya elegido Harbin como la segunda y última parada de su visita de Estado a China lleva una gran carga simbólica. Putin busca estirar la percepción de que la historia compartida entre los dos poderosos vecinos de Eurasia legitima la fortaleza de sus relaciones, y de paso tratar de arañar buenos acuerdos comerciales.
Los vecinos de Harbin han dejado en las redes sociales comentarios entusiastas por la visita de Putin, explicando además que la ciudad ha sido limpiada a fondo y que los operarios pintaron y pulieron un monumento dedicado a los soldados soviéticos que murieron luchando contra los japoneses durante la liberación del noreste de China en la década de 1940, el mismo que el líder ruso visitó en su viaje.
Putin viajó a Harbin después de una pomposa bienvenida en Pekín para celebrar el 75 aniversario de las relaciones diplomáticas entre Rusia y China. Lo más destacado de la declaración conjunta que hicieron los líderes fue el compromiso para intensificar los vínculos militares a pesar de la presión de las potencias de Occidente a Pekín para que ayude a frenar el avance de Rusia en Ucrania.
El presidente chino, Xi Jinping, se ha comprometido a que el ejército chino aumentará las maniobras militares con las tropas rusas mientras la ofensiva de Putin golpea con fuerza la región ucraniana de Jrkiv. Xi y Putin firmaron también una serie de nuevos acuerdos de cooperación, desde programas de inteligencia artificial y seguridad cibernética, hasta programas espaciales, como una estación internacional conjunta de investigación en la luna y la exploración del espacio profundo.
Putin llegó a Harbin acompañado por una amplia delegación comercial de su país. El grupo visitó una feria comercial para reafirmar los crecientes lazos económicos entre los dos países. El año pasado, el comercio bilateral superó los 240.000 millones de dólares, un 26,3% más que el curso anterior y hasta un 40% por encima de los niveles previos a la guerra de Ucrania.
«La asociación entre los dos países es inseparable», dijo Putin durante su visita a la feria de Harbin. También destacó que la buena relación bilateral actúa como «garante de la seguridad energética» y que Rusia estaba dispuesta a suministrar a China energía limpia, en referencia a las ansias que tiene el Kremlin de reconducir el proyecto de construcción del gasoducto Power of Siberia 2, que suministraría al gigante asiático gas natural ruso.
Otra de las visitas destacadas de Putin fue al prestigioso Instituto de Tecnología de Harbin, una de las universidades de mayor reconocimiento académico en Asia, que cuenta con un puntero departamento de investigación científica y tecnológica integrado por cerca de 3.000 ingenieros y científicos. Este centro es una de las fuentes de la que bebe la industria de defensa del gigante asiático. Varias interpretaciones sugieren que esta visita simbólica de Putin es una muestra de apoyo a Pekín contra las sanciones de Estados Unidos, a la vez que confía en tener un mayor acceso a la tecnología china para la industria armamentista rusa.