La presencia de un Safety Car es una imagen familiar para cualquier aficionado a las carreras de motor. Ya sea en la Fórmula 1, en la MotoGP, en el Mundial de Resistencia o en competiciones similares, el Safety Car es un actor protagonista cada vez que se produce un incidente en la pista. Pero, ¿alguna vez te has preguntado por qué se utiliza un coche de calle, habitualmente de altas prestaciones, en lugar de otro monoplaza?
El Safety Car no es un coche cualquiera. A lo largo de la historia de las carreras hemos visto vehículos tan variados como el Porsche 914 en Canadá 1973, el Fiat Tempra en Brasil 1993, el Opel Vectra en San Marino 1994, el Honda Prelude en Japón 1994, el Renault Clio Williams en Argentina 1996, e incluso un Lamborghini Countach en Mónaco 1983 o el Porsche 911 en Mónaco 1976 y Bélgica 1995. Todos ellos, coches de calle, pero con altas prestaciones.
Los monoplazas necesitan que el Safety Car, cuando vaya a fondo, mantenga un ritmo que permita a los neumáticos de los F1 mantener una temperatura adecuada sin caer por debajo de la ventana operacional de los mismos. Si no se consigue, cuando la carrera se relanza los neumáticos podrían no funcionar adecuadamente, como ocurre en el WEC actual en las primeras vueltas al no estar permitidos los calentadores.
Hoy en día, asociamos el Safety Car de la F1 a Mercedes y Aston Martin, y el de MotoGP a BMW, debido a sus respectivos acuerdos comerciales. Pero incluso entre el Mercedes-AMG GT Black Series y el F1 más lento de la parrilla hay una gran diferencia en velocidad, aunque no tanto en paso por curva.
No obstante, tener un F1 como Safety Car de la categoría reina traería consigo otros problemas. En primer lugar, la oportunidad de marketing y exposición ante uno de los mayores escaparates a nivel deportivo del mundo es muy seductora, siendo la oportunidad de mostrar un coche que puedes literalmente comprar en un concesionario el día después de la carrera. Por dentro, los Safety Cars llevan equipamiento especial, como pantallas de tiempos o retrovisores para comprobar el estado, además de las sirenas, elementos que no se podrían colocar en los angostos habitáculos de un F1.
Por otra parte, el piloto del Safety Car no va siempre a fondo, sino que se le instruye el ritmo que ha de llevar, un ritmo que puede alcanzar un AMG GT Black Series o un Vantage en las manos adecuadas. Un ritmo adecuado para estos coches, mientras que para un Fórmula 1, no ir lo suficientemente rápido no sólo implica ruedas frías que no funcionan, sino también que se sobrecalentaría el motor al no llegarle el aire suficiente para funcionar en las condiciones para las que está diseñado.
Además, también es una cuestión económica. No sólo se trata del coste de un F1 frente al de un superdeportivo, pues se podrían utilizar monoplazas antiguos. Pero, aparte de los problemas mencionados, mantener y revisar un F1 es mucho más costoso que hacerlo con estos coches. Lo mismo ocurre con el transporte marítimo de una carrera a otra, lo que hace que tener un monoplaza como coche de seguridad sea una idea muy poco práctica, y de difícil justificación.
En definitiva, la elección de un coche de calle como Safety Car en las carreras de motor no es casual. Responde a una serie de requisitos técnicos, económicos y de marketing que hacen que, al menos por ahora, no veamos a un F1 liderando el pelotón tras un incidente en la pista.