Guillermo Teillier: Un Legado de Lucha y Transformación
Por Marcos Barraza Gómez, Miembro de la Comisión Política del Partido Comunista de Chile, Santiago, septiembre de 2024.
Hay personas cuyos silencios dicen tanto como sus palabras. Guillermo Teillier, quien fuera un héroe de la resistencia a la dictadura en los años setenta y ochenta, rara vez hablaba de eso y nunca se permitía alardear de aquellas hazañas que muchos otros conocieron. Por el contrario, se centraba en las tareas que el presente le imponía para impulsar el movimiento popular. Y esa fue su impronta durante toda su vida.
En efecto, la relevancia del liderazgo de Teillier surge de esa simbiosis entre la audacia en los objetivos y la prudencia en los métodos, un sello personal que es a la vez el sello del Partido Comunista desde sus orígenes. Siempre mantuvo sus principios revolucionarios, buscando la transformación profunda de la sociedad y de las instituciones políticas, para conseguir el poder efectivo para el pueblo; y, a la vez, siempre lo hizo respetando y transformando esas mismas instituciones, trabajando en aquello que es expresión de la democracia para darle profundidad y sentido popular y para transformar aquello que mantenía el abuso de clase.
En gran medida, es esa construcción original del movimiento popular chileno, desde los años de Recabarren hasta nuestros días, la que cuajó en el proyecto de socialismo a la chilena que encabezó Salvador Allende. Al hablar de Teillier es imprescindible mencionar ese proceso, que marcó a nuestro país de manera indeleble y que fue parte de su propia formación personal como dirigente.
Nacido en 1943, se incorporó a las Juventudes Comunistas en su adolescencia y mantuvo ese compromiso para toda la vida. De este modo, su crecimiento como militante revolucionario se dio al calor del crecimiento del Allendismo en el país. Actuó como dirigente político y social y ejerció cargos de conducción en la juventud y en el partido a nivel local y provincial.
Para 1973, con 29 años, enfrentó el golpe como un cuadro ya experimentado y dispuesto a asumir el combate en las nuevas condiciones que la situación política imponía. Después de un año de clandestinidad, en que se convirtió en objetivo de búsqueda para los organismos represivos, fue atrapado. Sufrió la tortura durante seis meses y luego estuvo preso durante un año más en diversos campos de concentración. No lo quebraron. En cuanto recuperó la libertad, rechazó la posibilidad del exilio y se reincorporó a la lucha.
Es esta decisión la que lo llevó a ser, junto a Gladys Marín y otros hombres y mujeres de valor, uno de los integrantes del Equipo de Dirección Interior que, en la más estricta clandestinidad, condujo al Partido Comunista en su lucha contra la dictadura.
De esta manera, este hombre prudente y audaz, participó en la construcción de la política de rebelión popular. El partido de los mártires, que había perdido a en 1976 a dos de sus direcciones, resolvió entonces que, frente a una dictadura genocida que no daba espacio a ninguna otra alternativa, toda forma de lucha debía desplegarse. Es esa experiencia la que se refleja en una frase suya que hoy se lee en su memorial: “si vamos a morir, vamos a morir luchando”.
La ductilidad fue otra de sus características, la capacidad de adaptarse a las condiciones políticas para mantener la lucha por el socialismo, que en democracia se traducía en las movilizaciones sociales y justas electorales, en tanto en dictadura se transformaba en la clandestinidad y en el desafío a la dictadura de todas las maneras posibles, incluido el ejercicio del derecho de rebelión.
Terminada la dictadura, aun sabiendo las restricciones de un sistema en que aún se imponían el mecanismo electoral binominal y los senadores designados como otros tantos cerrojos para impedir los cambios, el Partido, con Teillier como parte de su dirección, de inmediato asume nuevamente la lucha en el marco de las instituciones como la mejor forma en que el pueblo puede transformarlas.
Esa lucha fue dando resultados lentamente. Cada vez el pueblo entendía mejor la necesidad de cambios. Gladys Marín se transformó en un referente de masas mientras el partido se preparaba para los nuevos desafíos que emanaban del fortalecimiento de su apoyo. Entonces, en 2005, la muerte de Gladys apareció como un golpe inesperado y devastador. Fue entonces cuando Teillier debió asumir el papel principal de una dirección que integraba ya desde hacía tiempo. Su liderazgo fue fundamental para continuar y reforzar el trabajo político en el movimiento popular y las instituciones. Al final, se terminó con el binominal y se rompió la exclusión. En 2010, Teillier fue uno de los primeros diputados que representaron al partido en el parlamento después de la larga marginación sufrida desde 1973. Ocupó ese cargo por tres periodos.
Su última enfermedad fue otra muestra de su compromiso y de su templanza. Hasta el último día se mantuvo atento a los acontecimientos nacionales, ofreciendo su visión y su consejo en tanto su condición se lo permitía. Su muerte provocó el reconocimiento espontáneo del pueblo al que siempre representó. El presidente de la República decretó dos días de duelo nacional y participó en su último homenaje.
Hoy el recuerdo de Teillier es un acervo del pueblo, cuya memoria crece cada vez más en estatura. Su templanza para decidir y su parsimonia para transmitir las necesidades del momento, poniendo siempre el movimiento social como una herramienta fundamental en la lucha por la democracia y el socialismo constituyen una enseñanza invaluable. El pueblo jamás olvidará a este dirigente ejemplar, que hizo carne en su vida aquel verso que Neruda dedicó a su partido: porque Teillier fue, en el movimiento revolucionario, realmente el más enérgico adversario del malvado y el más firme muro del frenético.
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