El líder de Vox, Santiago Abascal, respondió irritado al periodista que, el pasado lunes, le preguntó por el éxito del partido “neonazi” Alternativa para Alemania (AfD) en las elecciones estatales de Turingia y Sajonia. “Usted está mintiendo en su pregunta al llamarlo neonazi”, le espetó. Como si hubiera ofendido a alguien de su familia, agregó: “Yo no defiendo a unos neonazis, pero me alegro mucho de la reacción del pueblo alemán. Y creerse que el 30% de los alemanes son neonazis o es desconocimiento o es mala intención”.
En todo caso, la pregunta del periodista permitió a Abascal pronunciarse sobre el resultado de las elecciones en los dos Estados alemanes, algo que no había hecho hasta entonces. Al contrario de lo que pasó con las victorias electorales de Giorgia Meloni en Italia o del partido de Marine Le Pen en la primera vuelta de las legislativas en Francia, el líder de Vox no felicitó a sus homólogos alemanes a través de las redes sociales. Quien sí lo hizo fue el eurodiputado de Vox Hermann Tertsch, que retuiteó un mensaje de la también eurodiputada de AfD Christine Anderson, congratulándose de que “el establishment político” hubiera recibido una “sonora bofetada” en las urnas y advirtiendo a los democristianos de la CDU de que pagarían un “alto precio” si pactaban con la izquierda para impedir su acceso al poder.
Frente al entusiasmo de Tertsch, Abascal ha mantenido hasta ahora una actitud distante hacia los ultranacionalistas alemanes. En enero de 2017, en el que fue su bautismo internacional, el presidente de Vox coincidió con la entonces líder de AfD, Frauke Petry, en la cumbre de la extrema derecha europea en Coblenza (Alemania), pero desde entonces sus contactos han sido casi inexistentes. Los españoles se incorporaron al grupo de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), capitaneado por los ultraconservadores polacos de Ley y Justicia, cuando ya se habían marchado los alemanes; y han desembarcado en el nuevo grupo Patriotas por Europa, que dirige la francesa Le Pen, cuando ya habían sido expulsados los eurodiputados de AfD. Los líderes del partido ultra alemán no fueron invitados a la gran convención de mayo pasado en el palacio de Vistalegre (Madrid), en el que intervinieron los socios internacionales de Vox, del húngaro Viktor Orbán al argentino Javier Milei.
La actitud distante que ha venido manteniendo Vox hacia AfD no se explica por diferencias ideológicas. Como subrayaba el entonces líder ultra alemán, Jörg Meuthen, en el mensaje que remitió a Abascal tras las generales de 2019, existen “grandes paralelismos” entre ambas formaciones, que nacieron en el mismo año, 2013, ante “el fracaso” de los respectivos partidos conservadores (PP y CDU) y como escisiones de los mismos, a quienes acusaba de “doblegarse ante la ideología de género” y mantener una actitud de “sumisión” ante la UE.
El lema “el islam no es parte de Alemania”, del programa aprobado por AfD en 2016, tiene su equivalente en la “España se ha construido contra el islam” de Abascal. Ambos partidos comparten su voluntad de blindar las fronteras, incluso con muros, generalizar las expulsiones masivas de inmigrantes o dificultar el acceso a la nacionalidad. Hay diferencias programáticas fruto de la distinta situación de ambos países: AfD nació enarbolando la bandera del rechazo a que los socios “frugales” y ricos del norte de Europa rescatasen a los “despilfarradores” del sur, como España, y apostó por desmantelar el euro, algo que nunca ha sugerido Vox.
Los ultras alemanes atizaron las teorías conspiranoicas de los antivacunas en la pandemia, mientras los españoles fueron más cautos, de lo que presumía su portavoz en la Comisión de Sanidad del Congreso, el doctor Juan Luis Steegmann, hasta que dejó el partido dando un portazo por su deriva “neofalangista”.
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Son diferencias, en todo caso, menores que las que mantienen Vox y el Reagrupamiento Nacional de Le Pen. Los ultras españoles y alemanes son liberales en lo económico —aunque su ala “liberal” haya sido laminada en ambos casos—, mientras que los franceses son estatalistas; los dos primeros defienden la familia tradicional y rechazan el aborto, mientras los últimos aceptan el matrimonio entre personas del mismo sexo. Respecto al escoramiento hacia Rusia, es compartido por ambos. Todo ello no impide que los diputados de Vox hayan abandonado a los ultras polacos y se sienten ahora con los franceses en el Parlamento europeo, mientras que los alemanes han tenido que formar un grupo propio.
Diferente memoria histórica
Lo que más separa a Vox de AfD es la diferente memoria histórica que existe en ambos países, la distinta percepción de su pasado. Mientras el partido español ha blanqueado el franquismo, derogando en las comunidades donde ha gobernado las leyes que condenaban el golpe de Estado y la dictadura, en Alemania sigue proscrita cualquier rehabilitación del nazismo, aunque los ultras germanos coqueteen con él y se esfuercen por minimizarlo. Mientras en España Vox gestiona en coalición más de un centenar de ayuntamientos y cogobernaba cinco autonomías con el PP hasta que dio la espantada en julio pasado; AfD solo controla aquellos municipios donde tiene mayoría absoluta, pues los demás partidos le han impuesto un cordón sanitario. El rechazo no es solo político: las principales empresas y la Iglesia católica alemana han desaconsejado expresamente el voto a AfD. Algunas de sus federaciones están bajo la lupa de la Oficina de Defensa de la Constitución (BfV), el servicio secreto interior, como organización extremista.
Incluso para sus homólogos europeos, el contacto con AfD puede resultar tóxico. Le Pen lo expulsó de su grupo en Estrasburgo después de que el cabeza de lista a las europeas, Maximilian Krah, declarase que no todos los oficiales de la SS hitleriana eran criminales. Pero el cordón sanitario que una parte de la extrema derecha ha impuesto a otra para que no le perjudique electoralmente también empieza a resquebrajarse, ahora que AfD se consolida como segunda fuerza de su país. La Gaceta de la Iberoesfera, órgano de prensa de Vox, ha calificado el resultado de las elecciones en Alemania como un triunfo de la “derecha soberanista”, que es como el partido de Abascal califica a sus socios.
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