Un Año Después de la Partida de Guillermo Teillier: Un Legado de Lucha y Compromiso
Pablo Teillier. Santiago. 29/8/2024. Sentado frente al computador a estas horas de la noche, escribiendo respecto a algo tan contundente y significativo como la partida desde este mundo material de Don Guillermo Teillier del Valle, el compañero Guillermo, el compañero Sebastián, mi querido padre; me inunda una emoción muy especial pues recuerdo todas las veces que se quedaba escribiendo hasta altas horas de la noche algún artículo para El Siglo, su querido diario, el diario del partido, o algún informe para el pleno del Comité Central.
Algunas noches tuve la oportunidad de observarlo en silencio mientras escribía en algún computador de los noventas, pero digitando los botones del teclado con la potencia que se necesitaba para una máquina de escribir, seguramente debido a su formación como profesor en sus años de juventud, en donde no existían los computadores y se utilizaban estos ya antiguos aparatos.
Lo anterior pareciera ser una descripción narrativa, pero para mí al menos, es una puerta a profundas reflexiones que tienen que ver con el correr del tiempo y las diversas formas de lucha que nuestro querido y admirado compañero, junto a tantos y tantas queridas compañeras, fueron adoptando en el curso de su trayectoria vital, muchas veces arriesgando sus propias vidas sin pensarlo dos veces.
Es siempre muy importante contar la historia para que no se desvanezca, para que todas y todos los compañeros y compañeras, aunque no estén en esta tierra, sigan presentes en la memoria combativa de nuestro partido y, más importante aún, en nuestros corazones, en nuestra mística, en nuestros impulsos para hacer de este mundo algo más justo, para que efectivamente logremos vivir en una Patria en donde todas y todos nuestros niños, por ejemplo, estudien en escuelas con las mismas condiciones de calidad y excelencia; acogedoras y protegidas para el pleno desarrollo de sus potencialidades.
Creo que hablar del Compañero Guillermo es una oportunidad para rendir honores a toda una generación, una generación de sangre roja, ardiente, viva, arrojada, profundamente consecuente.
Hablo de aquellas épocas en donde las y los militantes de la “Jota” debían tener buenas notas, ser un ejemplo para su entorno, participar en los torneos políticos y en la construcción social de sus lugares de estudio y vivienda. Hablamos de una generación que creció escuchando las historias de primera mano de quienes habían sido perseguidos en el 47, cuando Gabriel González Videla decide seguir los consejos de los Estados Unidos de América y proscribe al Partido Comunista de Chile, por lo tanto, todos y todas las militantes eran ilegales y se les catalogó como apátridas.
En el caso de mi padre, escuchaba seguramente como el hermano mayor de 11 hijos, las historias de su padre, Don León Teillier, profesor, quien participó en el alzamiento de la Marinería de la Armada de Chile el 31 de agosto del 1931, en protesta a una baja de salarios a nivel nacional en medio de una fuerte crisis económica. Su madre, la Señora Guillermina Del Valle, profesora normalista también, tenía una profunda vocación pedagógica que se tradujo, según mi punto de vista, en que fue ella quien les enseñó a ser maestros de vocación popular y humanista a muchos de sus hijos e hijas y a sus nietos y nietas.
Es ese el origen del compañero, que entra a militar en las Juventudes Comunistas a los 13 años y que, según mi percepción, seguirá militando por siempre en su amado partido. Al día de hoy son tantos los desafíos que enfrenta nuestro colectivo, y tantas las respuestas que podemos encontrar en nuestra historia, en nuestro ADN. En los tiempos del compañero Sebastián al partido no le faltó determinación para enfrentar la sangrienta dictadura que azotaba a nuestro pueblo, incluso muchos como mi padre que estaban saliendo recién de la tortura y la prisión impuesta por parte de los aparatos de represión de la dictadura civil-militar, no dudaron en entrar a la clandestinidad y luchar, sin medir consecuencias, por su país, por las y los suyos, para sobrevivir y detener la masacre. Nunca perdió de vista que las y los poderosos nunca perdonarían tal acto de sublevación y de dignidad, por lo tanto era capaz de sentarse frente a su adversario, con la frente en alto y sin confundirse.
No puedo dejar de lado la dimensión artística de mi padre. “De academias y subterráneos” y “Carrizal o el año decisivo” son sus novelas que nos demuestran la agilidad y versatilidad de su pluma, y cómo no su generosidad para compartir a través de su obra, vivencias tan profundas e íntimas como puede ser vivir la tortura o el diseño y articulación colectiva de la orgullosa y valiente respuesta del pueblo a la tiranía. Pero algo que me dice mucho de su conciencia de la importancia del arte en nuestro camino, es un hecho que hasta hoy me conmueve. Mi padre, estando en las últimas etapas de su detención, en el campo de concentración de Puchuncaví, coincide con el director teatral Oscar Castro y colaboran para darle vida a uno de los personajes más importantes en la carrera del Cuervo: “Casimiro Peñafleta”. Esto habla de una concepción bastante profunda de lo que para él y muchas y muchos compañeros significaba el arte como una herramienta para cambiar el mundo.
Son tantas cosas las que podría escribir sobre mi padre, tantas las preguntas que quedaron en el tintero. Cómo olvidar esas epopeyas de las cuales fui testigo desde los dos mil en adelante, cuando decidí acompañarlo. Cómo olvidar esa campaña del Distrito 46 que no terminó en un triunfo pero fue un gran aprendizaje colectivo. Cómo no olvidar las comunas de su distrito: PAC, Lo Espejo, San Miguel, El Bosque, La Cisterna y San Ramón y cómo logró conectarse con la gente y representarlos con gran convicción. Aún lo recuerdo saliendo de su casa, despidiéndose de su amada Margarita, poniéndose la boina en invierno, sus bototos clásicos, su andar apresurado, su voz seria e imponente diciendo “Hola Pablito, hoy vamos al distrito”. Esas palabras eran las únicas salidas de su boca en todo el trayecto, siempre en el auto rumbo a la Nuevo Mundo, y él pensando…pensando.
Para terminar, me permito decir que estoy orgulloso de mi Padre, que su disciplina y entrega fueron intachables, que amaba su partido, y que la Unidad de este era esencial. El desafío de la unidad en torno a una lealtad profunda e inclaudicable con los intereses populares, con su vocación emancipadora y transformadora, abierta a los nuevos fenómenos sociales y con un compromiso solidario con las luchas de los pueblos contra el imperialismo.
Unidad del partido y de los sectores transformadores y democráticos que lo hacía muy consciente de que el partido no es un fin en sí mismo, sino que tiene un propósito y que se debe al bienestar del pueblo.
Escribo estas palabras en el querido “Cañón de largo alcance”, nuestro diario El Siglo. Mi padre siempre fue consciente de la importancia de los medios de comunicación, es por eso que quería tanto a nuestro Siglo, a nuestra Radio, y tal vez una manera de homenajearlo sería dándole fuerza y colaboración a nuestros medios de comunicación, fortalecerlos para que sean una herramienta cada vez más efectiva y así llevar nuestro mensaje mucho más allá de nuestro partido y no ser rehenes del monopolio mediático y su contra narrativa reaccionaria.
A un año de tu partida, empuñamos con cariño y determinación tu memoria y tu legado.
Con Gladys, Don Lucho, Volodia, Elias, Luis Emilio y Guillermo en el corazón y la razón,
Mil Veces Venceremos.
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