Donald Trump ha generado anticuerpos en su propio partido. La convención de Milwaukee del mes pasado mostró un aparente cierre de filas que escondió que figuras relevantes del Partido Republicano quedaban al margen de la unidad. Ni George W. Bush, ni Dick Cheney, ni Mitt Romney, ni Mike Pence participaron. Los demócratas aprovecharon su propia convención para dar voz a algunos republicanos que apoyan a Kamala Harris. No están solos. A ellos se han ido sumando abogados que trabajaron para los últimos presidentes republicanos y más de 200 antiguos empleados y cargos de los líderes republicanos tradicionales, que ven en Trump a un populista que supone una amenaza para la democracia. Como el apoyo del adversario concede un plus de legitimidad, Trump también se ha esforzado en fichar a demócratas renegados, como Robert F. Kennedy Jr. y Tulsi Gabbard.
Mientras que en el caso demócrata las deserciones son aisladas, en la formación de Trump están mucho más extendidas y reflejan una ruptura con el conservadurismo tradicional del Grand Old Party (GOP), como se conoce también al Partido Republicano. Desde que bajó por las escaleras doradas de su torre de la Quinta Avenida para anunciar su candidatura en 2015, Trump puso patas arriba el partido. Ganó las primarias contra figuras como Ted Cruz, Marco Rubio y Jeb Bush, recurriendo a los motes y los insultos personales. Aunque algunas heridas han cicatrizado —Rubio aspiraba a ser candidato a la vicepresidencia—, otras siguen abiertas. El enfrentamiento se extendió a anteriores candidatos republicanos como John McCain y Mitt Romney. Su presidencia resultó divisiva no solo para el país, sino también dentro de su partido.
“El Grand Old Party ha sido secuestrado por extremistas y se ha convertido en una secta”, dijo la semana pasada en la convención demócrata John Giles, alcalde de Mesa (la tercera mayor ciudad de Arizona), gran admirador del fallecido John McCain, senador por su Estado y candidato republicano a la presidencia en 2008. La comunicadora Ana Navarro comparó a Trump con los dictadores latinoamericanos Daniel Ortega, Fidel y Raúl Castro y Nicolás Maduro, por atacar a la prensa libre y negarse a admitir la derrota en las urnas.
Stephanie Grisham, antigua secretaria de prensa de la Casa Blanca, dijo que se desengañó después de ser una “verdadera creyente” que compartía la Navidad y Acción de Gracias con la familia Trump en Mar-a-Lago, la mansión del entonces presidente en Palm Beach (Florida). “No tiene empatía, ni moral, ni fidelidad a la verdad. Solía decirme: ‘No importa lo que digas, Stephanie, dilo lo suficiente y la gente te creerá’. Pero sí importa: lo que dices importa, y lo que no dices también”, añadió.
“Nunca pensé que estaría aquí”, dijo el excongresista Adam Kinzinger al empezar la que fue quizá la intervención más contundente contra el líder republicano, con el que rompió a raíz del asalto al Capitolio. “Donald Trump es un hombre débil que pretende ser fuerte. Es un hombre pequeño que pretende ser grande. Es un hombre sin fe que pretende ser justo. Es un victimario que no puede dejar de hacerse la víctima”, proclamó. “Debemos poner nuestro país primero. […] La democracia no conoce partidos. Es un ideal vivo que nos define como nación. Es la piedra angular que nos separa de la tiranía”, concluyó.
Kinzinger aseguró que se hizo republicano cuando era un niño por su admiración por Ronald Reagan. Al mandato de aquel presidente, por el que guardan reverencia los republicanos y sobre el que se estrena esta semana una película interpretada por Dennis Quaid, se remontan algunos de los abogados y juristas que han trabajado en la Casa Blanca con Reagan, George H. W. Bush y George W. Bush y que reniegan de Trump. “Respaldamos a Kamala Harris y apoyamos su elección como presidenta porque creemos que devolver al expresidente Trump al cargo amenazaría la democracia estadounidense y socavaría el Estado de derecho en nuestro país”, escriben la docena de firmantes en una carta desvelada por la cadena conservadora Fox News.
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El mismo comunicado continúa recordando que el propio vicepresidente de Trump, Mike Pence, y múltiples miembros de su Gobierno y del personal de la Casa Blanca de los niveles más altos, así como los antiguos candidatos republicanos a presidente y vicepresidente ya han rechazado respaldar su reelección. Entre los firmantes está el antiguo juez Michael Luttig, destacado asesor de Reagan y Bush que sonó muchas veces como candidato a juez del Supremo, y que ha asegurado que votará demócrata por primera vez.
“El intento de Trump de impedir el traspaso pacífico del poder tras perder las elecciones demostró más allá de cualquier duda razonable su voluntad de poner sus intereses personales por encima de la ley y los valores de nuestra democracia constitucional”, añaden los abogados de los gobiernos de Reagan y de los Bush. “No podemos estar de acuerdo con otros antiguos cargos republicanos que han condenado a Trump con estos juicios devastadores, pero que aún no están dispuestos a votar por Harris. Creemos que esta elección presenta una opción binaria, y Trump está totalmente descalificado”, aseguran.
Deriva autoritaria y pulsión populista
Antes de las elecciones de 2020, tras un mandato que mostró el daño que Trump era capaz de hacer a las instituciones con su deriva autoritaria y su pulsión populista, numerosos republicanos se movilizaron y crearon el llamado Proyecto Lincoln, con el que tratar de frenar el trumpismo evitando que el entonces presidente fuera reelegido. Esa iniciativa sigue activa para esta campaña.
Algunos de los miembros del Proyecto Lincoln figuran entre los más de 200 republicanos que trabajaron para los presidentes George H. W. Bush y George W. Bush o los senadores Mitt Romney y John McCain han respaldado también a la vicepresidenta Kamala Harris en una carta abierta muy dura con Trump que divulgó en primer lugar USA Today.
“Por supuesto, tenemos muchos desacuerdos honestos e ideológicos con la vicepresidenta Harris”, escriben. “Es de esperar. La alternativa, sin embargo, es simplemente insostenible. En casa, otros cuatro años del caótico liderazgo de Donald Trump (…) perjudicarán a la gente real y cotidiana y debilitarán nuestras sagradas instituciones. En el extranjero, los movimientos democráticos se verán irremediablemente amenazados mientras Trump y su acólito J. D. Vance se doblegan ante dictadores como Vladímir Putin y dan la espalda a nuestros aliados. No podemos permitirlo”, escriben.
Trump trata de contrarrestar la oleada republicana con el fichaje de antiguos demócratas. A los dos más destacados les ha ofrecido estar en su equipo de transición si gana las elecciones. Uno es Robert F. Kennedy Jr., que abandonó el Partido Demócrata el año pasado al ver que iba a fracasar en las primarias contra Joe Biden y se lanzó a por la presidencia como independiente, pero con un apoyo escaso y menguante. El político antivacunas y propagador de bulos tiró la toalla la semana pasada para apoyar a Trump y atacar a su antiguo partido. El líder republicano le recibió con los brazos abiertos meses después de llamarle “lunático radical de izquierdas”.
El otro fichaje, que llevaba mucho tiempo cocinándose, fue servido este lunes: Tulsi Gabbard, antigua congresista demócrata por Hawái que intentó —con nulo éxito— presentarse a las primarias para las presidenciales de 2020, luego renegó de su partido y se convirtió en estrella invitada de los foros ultraconservadores para interpretar su papel de conversa, con el que llegó a sonar como vicepresidenciable. Trump ha estado preparando con ella el debate del 10 de septiembre contra Kamala Harris, porque se enfrentó con la candidata demócrata en 2019 y logró descolocarla.
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