En un sorprendente giro de eventos, la reciente contienda electoral en Francia ha desacreditado la supuesta inevitabilidad de que la derecha política, especialmente la rama que es una mezcla de neoliberalismo y neofascismo, pueda tomar el poder. Este neofascismo se caracteriza por la combinación de un extremo individualismo, privatizaciones y desregulación, con un discurso de profundo odio hacia cualquier manifestación de diferencia social, racial, política o de género.
La caída de la derecha tradicional y los vestigios de la democracia de los acuerdos han dado paso a un pastiche de sentido común, resentimiento, miedo a lo desconocido y una apelación al orden y la autoridad. Este escenario ha sido hábilmente explotado por una prensa sensacionalista y venal, cuyo objetivo es generar audiencias, maximizando sus ganancias a través del espectáculo y la farándula.
Sin embargo, el resultado de las elecciones en Francia demuestra que, a pesar de la banalización del genocidio y la tolerancia con la que se ha convivido con él, las sociedades de Europa y América conservan una memoria del fascismo y son aún receptivas al llamado a resistirlo.
Por ello, la derrota de la derecha no fue un resultado espontáneo ni una obra de ingeniería electoral. Fue el corolario de procesos de movilización de la opinión pública, sindicatos, asociaciones de trabajadores, colectivos defensores de los derechos humanos, ambientalistas y la intelectualidad progresista.
El pacto por omisión de las fuerzas del NFP con Ensemble, del Presidente Macron, expresa un contenido, que es la defensa de las libertades y derechos conquistados después de la derrota del fascismo a mediados del siglo XX. A primera vista, esta bandera parecía una patraña que no convocaría a los jóvenes formados en la cultura neoliberal de la globalización del consumismo, pero los resultados electorales demostraron lo contrario.
Los jóvenes no necesariamente votan por la derecha y el discurso superficial de esta, basado en consignas simplistas y brutalidades decimonónicas, contiene tantas contradicciones e inconsistencias que hacen evidente las razones para desconfiar de él. Lo mismo ocurre con los trabajadores y trabajadoras, ahora agrupados bajo la categoría de \»la clase media\», que aspira a más que solo consumir, sino también a vivir segura y con dignidad.
El reconocimiento de la precarización de las condiciones laborales, la pérdida de puestos de trabajo y la acumulación excesiva de riqueza, junto con la creciente conciencia sobre la necesidad de proteger el medioambiente, han contribuido a la movilización contra la derecha.
La expansión de la conciencia y sensibilidad hacia los Derechos Humanos y el respeto por la diversidad humana también actuó como una motivación para movilizarse para detener a la derecha.
La alianza que derrotó al fascismo en Francia, conduce a la profundización de la democracia, las libertades y derechos de sus ciudadanos. Sin embargo, la defensa contra la amenaza fascista acaba de comenzar. Requerirá no solo flexibilidad sino también claridad de propósitos, una continua movilización del pueblo y una inteligencia en la dirección para no perderse en debates secundarios.
Si no es así, lamentablemente Jean Marie Le Pen puede tener razón y el resultado de estos días puede ser simplemente el preludio del triunfo de la ultraderecha, con un costo enorme para toda la humanidad.