En un momento de agitación internacional y de lenta recuperación económica interna, China ha iniciado a puertas cerradas el cónclave del Partido Comunista, una reunión crucial destinada a establecer las directrices políticas y económicas de la segunda potencia mundial para los próximos años. El evento, conocido como el tercer plenario del Comité Central, reúne a más de 370 de los líderes más destacados del país.
El tercer plenario es considerado a menudo el más importante de los siete que celebra el Comité Central durante sus cinco años de mandato. Este cónclave se celebra con más de seis meses de retraso de lo habitual, lo que ha despertado especulaciones. Algunos sugieren que este retraso podría ser una señal de que la cúspide comunista ha querido dar tiempo a que mejorara la economía, un objetivo que no se ha logrado, ya que el crecimiento trimestral, un 4,7%, ha quedado por debajo de lo esperado.
Alexander Davey, del instituto Merics, con sede en Berlín, señaló que el tema de «la modernización china» en el cónclave refleja la preocupación del liderazgo comunista por la economía y sus consecuencias sociales. En su opinión, al mencionarlo, el partido demuestra ser muy consciente de los problemas de desigualdad y la igualdad de oportunidades.
Los analistas están ansiosos por señales que puedan indicar el rumbo de Pekín en todo tipo de ámbitos, desde las finanzas hasta el campo militar o la lucha contra la corrupción. También se espera obtener pistas sobre el aún desaparecido exministro de Exteriores, Qin Gang, más de un año después de su última fotografía conocida.
En medio de la incertidumbre que rodea a la política china, hay una «falta de claridad en la dirección de la política en China» y «mucha incertidumbre que alimenta un sentimiento muy bajo de los consumidores», según Bert Hofman, profesor del Instituto de Asia Oriental de la Universidad Nacional de Singapur. Agrega que hay «algo» de capital huyendo al extranjero, «y un montón de gente rica tratando de salir de China», lo que sugiere que «este es un momento en que China tiene que mostrar sus cartas».
En este contexto, Hofman cree que el «crecimiento de alta calidad» podría ser el gran asunto de la cita, un concepto que Pekín utiliza para hablar del cambio de un modelo de manufacturas baratas a otro guiado por la innovación. Prevé debates sobre las «nuevas fuerzas productivas», un término de moda que representa una síntesis de marxismo de viejo cuño proyectado hacia un futuro hipertecnológico, lanzado el año pasado por el presidente, Xi Jinping. La producción masiva de coches eléctricos es una de las piezas clave de esta nueva política.
Este enfoque, sin embargo, ha generado fricciones con la UE y con Estados Unidos, que han comenzado a protegerse de la exportación de productos chinos vinculados a la transición ecológica. Desde principios de julio, los vehículos eléctricos fabricados en China pagan hasta un 47,6% de aranceles provisionales al llegar a los puertos de los Estados miembros de la Unión; Estados Unidos impuso previamente tarifas del 100%.
Otro de los puntos de fricción es la guerra en Ucrania. La semana pasada, en la cumbre de la OTAN en Washington, Jens Stoltenberg, secretario general de la organización, acusó a Pekín de ser un “facilitador decisivo” de la guerra de Rusia contra Ucrania y criticó duramente a China por su comportamiento asertivo en el mar de la China meridional, las amenazas a Taiwán, y por oprimir a su propio pueblo y tomar medidas enérgicas contra las voces democráticas en Hong Kong.
En medio de estas tensiones, Pekín está enviando un doble mensaje: por un lado, el Gobierno habla de apertura al mundo y busca atraer a turistas, empresarios y académicos, mientras que, por otro lado, profundiza el control sobre los sectores económicos y el presidente Xi habla de un mundo en fase de turbulencias donde se viven cambios como no se han visto en 100 años.
Max J. Zenglein, economista jefe de Merics, cree que es improbable un cambio de rumbo a pesar de que la economía se enfrenta a “vientos en contra”. Según él, Xi Jinping ha redoblado sus políticas económicas y hay una fuerte convicción de que el partido debe controlar la economía.
En la caja negra de la política china, a menudo imprevisible, puede pasar de todo. Los terceros plenarios han sido el origen de políticas que han cambiado profundamente el país. Algunos observadores le atribuyen incluso cualidades “mitológicas”. En el cónclave de 1978 se lanzó la política de reforma y apertura de la economía china orientada al mercado del presidente Deng Xiaoping. En el primero de la era de Jiang Zemin, en 1993, se consolidó la decisión de establecer una “economía socialista de mercado”.