La OTAN ha hecho un llamado a la atención global hacia el creciente papel de China como un «desafío sistémico» para la seguridad euroatlántica. En su 75º aniversario, celebrado en Washington, la organización ha señalado a China como un socio estratégico fundamental para que Rusia pueda continuar con sus actividades militares en Ucrania.
El epicentro de las discusiones de la cumbre de la OTAN ha sido la seguridad colectiva y la estrategia de disuasión continua contra Moscú. Sin embargo, el foco ha cambiado hacia la amenaza que supone China para el orden internacional basado en reglas defendidas por las democracias liberales.
El cambio de la visión geopolítica desde la teoría del ‘heartland’ del geógrafo británico Harold Mackinder a principios del siglo XX, que ponía a Europa del Este como el punto pivotal para el control mundial, ha cambiado hacia un consenso que se desplaza aún más hacia el Este. En este sentido, aunque la guerra en Ucrania sigue siendo el foco de atención internacional, las grandes potencias creen que es solo cuestión de tiempo para que el eje del poder se ubique definitivamente en el Pacífico.
Estados Unidos ha sido uno de los primeros en reconocer este cambio, redirigiendo recursos, expertos, dinero y tropas hacia el Este. Si bien Rusia sigue siendo el enemigo actual, se considera que el verdadero desafío es China. Rusia, pese a su liderazgo autócrata y su falta de escrúpulos, tal como se ha visto en Georgia, Siria, Afganistán y Ucrania, no es lo que era antes. La incapacidad de Moscú para derrotar a Kiev solo refuerza las convicciones de los asesores de la Casa Blanca.
China, por otro lado, es una superpotencia única, un gigante de más de 1.000 millones de personas con una economía inmensa y en crecimiento. Es un problema creciente, un socio comercial, pero también un rival poderoso. Sus políticas exteriores asertivas y cada vez más ambiciosas e intimidantes bajo la dirección de Xi Jinping están causando alarma. Además, es un aliado peligroso de regímenes dictatoriales, desde Rusia hasta Corea del Norte e Irán.
La cumbre de la OTAN, aunque más tranquila que algunas de las anteriores, ha mantenido un ojo en Rusia y el otro en Pekín. Esta visión dual se ha mantenido desde 2019, cuando la Alianza puso a China por primera vez en el punto de mira. Estados Unidos, cuyos intereses geoestratégicos están virando hacia el Pacífico, ha estado presionando para que sus socios europeos aumenten su tono contra China.
En la declaración final de la cumbre de la OTAN, se describirá a China como un «facilitador decisivo» del esfuerzo bélico de Rusia en Ucrania. Su política exterior asertiva sigue representando un desafío sistémico a la seguridad colectiva. La declaración de Madrid ya advertía que las ambiciones declaradas y las políticas coercitivas de China desafían nuestros intereses, seguridad y valores.
El secretario general de la OTAN subrayó en el foro público que no se puede permitir la victoria rusa en Ucrania, ya que eso envalentonaría no solo al presidente Putin, sino también a otros líderes autoritarios en Irán, Corea del Norte y China, todos ellos apoyan la brutal guerra de Rusia y quieren que la OTAN fracase.
La invasión rusa fortaleció la posición del gobierno de Joe Biden, quien desde que llegó a la Casa Blanca buscó el apoyo europeo contra China, algo que Donald Trump apenas había intentado. La OTAN se reunirá hoy jueves con sus socios del Indo-Pacífico, Japón, Corea, Australia y Nueva Zelanda, en un intento de escenificar esta creciente cooperación.
La apuesta de Estados Unidos por una OTAN que mire a China también es una forma de establecer esta política en caso de que Donald Trump gane las elecciones del 5 de noviembre. Sin embargo, la OTAN está comprometida en contener a China, que es la prioridad de Trump, y por lo tanto, la Alianza debería ganar, al menos en teoría, peso específico en Estados Unidos.