El resultado de las elecciones presidenciales de Irán no arroja sorpresas | Internacional

EL PAÍS

El resultado de la segunda ronda de las elecciones presidenciales en Irán no ha sorprendido a muchos. Desde el final de la guerra con Irak en 1988, que permitió a los islamistas eliminar a sus rivales políticos y monopolizar el poder, los iraníes han tendido a optar por el candidato menos radical. Esto se remonta a 1997, cuando la generación postrevolucionaria, colmada de optimismo, puso sus esperanzas en Mohamed Jatamí, cuya barba gris parecía prometer un futuro más colorido.

El recién electo Masud Pezeshkian, un cirujano que desempeñó el papel de ministro bajo el mandato del reformista Jatamí, representa las esperanzas frustradas de aquellos tiempos. Sin embargo, al igual que en aquel entonces, las expectativas de cambio son mínimas.

Al igual que Jatamí y su sucesor, Hasan Rohaní, Pezeshkian ha prometido que intentará mejorar las relaciones con Occidente y ha criticado a la rígida policía moral, insinuando que adoptará una postura menos estricta con respecto al uso obligatorio del hiyab por parte de las mujeres. Sin embargo, ninguno de estos objetivos está a su alcance. Las experiencias de Jatamí y Rohaní demuestran que la facción conservadora del régimen hará todo lo posible para impedir cualquier cambio significativo. Esta realidad solo puede aumentar el descontento que ha llevado a la alta abstención en las últimas elecciones.

La primera vuelta de las presidenciales apenas logró un 40% de participación, un mensaje de rechazo al régimen, a pesar de las negaciones del líder supremo, el ayatolá Ali Jameneí.

A pesar de todo, casi seis millones de iraníes que se abstuvieron en la primera vuelta optaron por respaldar a Pezeshkian en la segunda ronda, prefiriendo el mal menor ante el riesgo de que el ultraconservador Said Yalilí ganara las elecciones. La línea antioccidental de Yalilí podría haber atraído más sanciones y aislamiento para Irán.

El principal desafío de Irán y su presidente electo es la economía. Con una inflación del 30,9% en el último año fiscal y un tercio de la población viviendo en la pobreza, según datos oficiales, es improbable que la situación mejore sin cambios sustanciales en la gestión interna y las relaciones exteriores.

Incluso con la mejor voluntad, los presidentes iraníes carecen de la capacidad para realizar cambios estructurales. No es que Pezeshkian sea un hombre del régimen, aunque lo es. Más allá de su lealtad a la República Islámica, el verdadero poder reside en la Oficina del Líder Supremo y en la red de instituciones vinculadas a él, bajo el control de los sectores más conservadores. Destaca entre ellas la Guardia Revolucionaria, que además de su fuerza militar, incluyendo los programas nuclear y de misiles, tiene un creciente peso económico e influencia política.

En el mejor de los casos, el doctor Pezeshkian intentará aliviar el dolor, pero carece de los instrumentos para curar la enfermedad. Como ha demostrado la historia política de Irán, los presidentes pueden prometer cambios y reformas, pero su capacidad para implementarlos está severamente limitada por la estructura de poder en el país. Con una economía en crisis y una población descontenta, el camino hacia el futuro parece incierto para Irán.

El reciente resultado de las elecciones presidenciales es un reflejo de la difícil situación en la que se encuentra el país. Aunque el nuevo presidente pueda querer introducir reformas y mejorar las relaciones con Occidente, su capacidad para hacerlo está controlada por fuerzas políticas que han demostrado una y otra vez su resistencia al cambio. La pregunta que queda es si la población iraní seguirá aguantando esta realidad o si finalmente se producirá un cambio fundamental en la estructura política del país.

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