Los ciudadanos han hecho su parte, ahora es el turno de los políticos | Opinión

EL PAÍS

La reciente segunda vuelta de las elecciones francesas ha traído a la mente el espíritu de 2016, un año marcado por acontecimientos políticos de gran calado, como el Brexit y la elección de Trump como presidente de los Estados Unidos. Aunque las encuestas predijeron un resultado similar al de aquel año, la realidad ha sido notablemente diferente. Contra todo pronóstico, el Reagrupamiento Nacional (RN) no ha obtenido la mayoría y, de hecho, no ha sido ni siquiera el partido más votado, desafiando así las expectativas previas.

En este escenario, Marine Le Pen, líder del RN, ha sufrido un duro golpe, mientras que el presidente Emmanuel Macron ha logrado su objetivo de mantener al RN a raya. A pesar de las dificultades, Macron ha logrado una cierta rehabilitación al conseguir un segundo puesto, quedando detrás del Nuevo Frente Popular (NFP), de izquierdas. Aunque no ha logrado la victoria, el presidente sí ha conseguido movilizar a sus ciudadanos, algo que no es poca cosa en un país que no está dispuesto a aventurarse en una ruta política de ultraderecha.

Esta elección ha contado con una participación histórica y ha mantenido el cordón sanitario, término utilizado para referirse a la estrategia de otros partidos políticos para evitar que el RN llegue al poder. Este «psicodrama», como algunos lo han llamado, ha tenido un final feliz para el Elíseo.

Sin embargo, el resultado de estas elecciones plantea una pregunta crítica: ¿Cómo se conseguirá la gobernabilidad? Ninguno de los grupos posee la mayoría suficiente para gobernar por sí solo. La solución más lógica sería que Macron propusiera como primer ministro a un candidato del grupo más votado, pero este tendría que ser consensuado con el propio Ensemble (Juntos), el partido del presidente.

De aquí surgen dos posibles escenarios. El primero es un gobierno de coalición entre el NFP y Ensemble, que podría extenderse a otros grupos. Esta «coalición pluralista» es la opción preferida por el primer ministro Attal. Aunque en Francia no existe una cultura política favorable a esta opción, sería la más ajustada a la voluntad de los electores. La segunda opción sería un gobierno monocolor de izquierdas y verde, dirigido por un líder moderado y socialista. En ambos casos, habría una cohabitación inevitable entre el presidente y un primer ministro de izquierdas, algo que Macron seguramente no esperaba.

Además de las preguntas inmediatas sobre la gobernabilidad, también es relevante reflexionar sobre el estado actual de las democracias. ¿Por qué nos encontramos continuamente al borde del abismo cada vez que hay una elección? ¿Es una contradicción que una democracia tema la voluntad de los electores? ¿Hemos perdido la fe en los controles institucionales que preservan la democracia de las potenciales desmesuras mayoritarias?

Volver a Francia, es crucial que el resultado del cordón sanitario garantice también la gobernabilidad. De lo contrario, se habrá despejado el campo para que en el próximo intento, los números le salgan a Le Pen. La llamada a la responsabilidad de los electores no puede encontrarse después con políticos irresponsables. La responsabilidad es esencial, y los políticos deberían estar a la altura de las circunstancias.

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