El Partido Conservador británico ha empezado a tomar conciencia de la amenaza que representa para su futuro inmediato el populista Nigel Farage y su partido, Reform UK. Con solo diez días para las próximas elecciones, que podrían suponer un descalabro histórico para Rishi Sunak y la derecha histórica británica, los conservadores han empezado a exponer en público con vehemencia los errores pasados de Farage, su coqueteo con las teorías conspirativas de la extrema derecha estadounidense y su apoyo a Vladímir Putin y la invasión de Ucrania.
Es irónico que el ataque más demoledor contra Farage provenga de Boris Johnson, la única figura que en los últimos años ha conseguido igualar su nivel de histrionismo y popularidad. El domingo pasado, el ex primer ministro conservador criticó a Farage en su cuenta de X (anteriormente Twitter), calificando sus afirmaciones como «una tontería vomitiva y completamente contraria a la historia».
Farage había justificado la invasión de Ucrania por parte de Rusia como una respuesta a la expansión de la OTAN y de la UE hacia el Este. En una tribuna publicada en el diario The Daily Telegraph, Farage escribió: “Nunca he sido un apologista o un defensor de Putin”, pero añadió que si se provoca al oso ruso, no hay que sorprenderse de que responda.
Tanto Sunak como el candidato del Partido Laborista, Keir Starmer, han criticado con dureza a Farage, tachándolo de «apaciguador» [una referencia a la acusación de Churchill contra Chamberlain cuando intentó negociar con Hitler]; han calificado sus palabras de «vergonzosas» y le han acusado de hacer el juego a Putin.
Los conservadores se enfrentan a un desafío formidable, ya que según todas las encuestas, muchos votantes conservadores —casi la mitad de ellos— han decidido usar a Farage para castigar al Partido Conservador. A estos votantes no parece importarles ni el pasado ni las extravagancias de Farage, como tampoco les importaron en su momento las de Johnson.
En su juventud, Farage fue un admirador del infame Enoch Powell, un diputado conservador que, a finales de los años sesenta del siglo pasado, empujó al Partido Conservador aún más hacia la derecha con su mensaje racista y xenófobo. Su famoso discurso de 1968 en Birmingham, conocido como «ríos de sangre» (Rivers of Blood), agitó al Reino Unido tanto como Farage lo agita ahora.
Con el tiempo, Farage también ha flirteado con teorías de conspiración. En 2018 mantuvo una conversación con el presentador estadounidense Alex Jones, defensor de Trump, de la derecha alternativa y de las teorías de la conspiración más extravagantes. En un intento de identificarse con el presentador, Farage dijo: “Odian al cristianismo, quieren que desaparezca el Estado-nación y reemplazarlo con un proyecto globalista. La UE es el prototipo de ese nuevo orden mundial”.
Farage ha arremetido contra la prensa por recuperar aquellas palabras y ha acusado al Partido Conservador de intentar crear una cortina de humo para tapar su reciente escándalo de las apuestas, en el que ya hay al menos cuatro personas investigadas.
Por ahora, los conservadores parecen incapaces de frenar a Farage, un monstruo al que han dejado crecer durante 10 años a su costa y que amenaza ahora con destruirlos.