El próximo viernes, el Irán se enfrenta a una elección presidencial marcada por una gran inestabilidad interna y tensiones regionales. El escenario político actual se ha visto afectado por la súbita muerte del anterior líder, Ebrahim Raisi, en un accidente de helicóptero, lo que ha obligado a las autoridades a convocar elecciones en un momento de crisis. Este hecho ha llevado a un escenario de elecciones presidenciales con candidatos seleccionados a dedo y una campaña marcada por la ausencia de debates sobre cuestiones clave.
La convocatoria de estas elecciones se produce tan solo cuatro meses después de unas elecciones legislativas que registraron un récord de baja participación, con sólo un 41% del voto. Más de 60 millones de ciudadanos están llamados a las urnas en esta ocasión. Sin embargo, muchos iraníes, como Zohreh, una profesora en Teherán, se muestran escépticos. «¿Para qué voy a votar si el resultado será el mismo?, las elecciones son un teatro», señala.
De los más de 80 funcionarios que se postularon para presidir el país, solo se aceptaron a seis candidatos. Cinco de ellos son políticos de línea dura cercanos a la Guardia Revolucionaria, una rama de las fuerzas armadas muy próxima al ayatolá Ali Jamenei que tiene un gran poder en el país, y un último aspirante es de tendencia reformista.
El consejo de clérigos y juristas excluyó de la carrera electoral a la mayoría de los candidatos reformistas alejados del líder supremo, así como a las mujeres aspirantes o a figuras importantes del país, como el ex presidente Mahmud Ahmadineyad. Esta situación ha frustrado a muchos ciudadanos, que han dejado de votar por la falta de cambios significativos o como una forma de protesta activa contra el actual régimen.
La disminución de la participación electoral ha sido gradual en los últimos años, pero los datos muestran un descenso abrupto en las grandes ciudades como Teherán en los últimos dos años, coincidiendo con las multitudinarias protestas antigubernamentales. Los analistas atribuyen este descontento a la reacción de las autoridades a las manifestaciones desatadas en 2022, tras la muerte de la joven Mahsa Amini bajo custodia policial.
Los sectores reformistas y figuras opositoras importantes, como la Premio Nobel de la Paz, Narges Mohammadi, han pedido boicotear el voto como forma de protesta por la falta de libertades en el país. Sin embargo, el régimen ha respondido a estas demandas con miles de detenciones y un aumento de la vigilancia de la disidencia en las calles y en las redes sociales, especialmente contra las mujeres.
Una encuesta realizada por la empresa demoscópica ISPA señala que el 73% de la ciudadanía no está siguiendo la campaña electoral. Esto supone un golpe para el gobierno, que siempre ha considerado la alta participación como un motivo de orgullo para fortalecer su imagen exterior de legitimidad y estabilidad. Esta percepción es especialmente importante en un momento de crecientes tensiones regionales derivadas de la guerra en la Franja de Gaza.
Para combatir el boicot, el gobierno ha prohibido a los medios de comunicación emitir cualquier contenido que «desaliente» la participación de los votantes o anime a no acudir a las urnas. La medida incluye la persecución de protestas, huelgas y mensajes en redes sociales. Incluso miembros de la Guardia Revolucionaria han pedido a la población que acudan a las urnas y aseguran que los que se abstengan son «enemigos de la nación».
Pese a los intentos del gobierno por incrementar la participación, algunos analistas señalan que el régimen actualmente está más preocupado por asegurar la continuidad de las políticas de línea dura. Esta preocupación ha aumentado tras el fallecimiento del expresidente Ebrahim Raisi, que era percibido como un posible sucesor del ayatolá Ali Jamenei, de 85 años.
El favorito en las encuestas, el ex alcalde de Teherán Mohammad Bagher Qalibaf, tiene fuertes vínculos con la Guardia Revolucionaria. Durante su mandato como presidente del Parlamento, Qalibaf ha sido acusado de facilitar el desvío de fondos y la financiación de la Guardia Revolucionaria.
El impacto económico de las sanciones y la crisis económica, con un 47,5% de inflación y una grave devaluación de la moneda, no ha tenido un papel relevante en los debates electorales. Sin embargo, el aspirante reformista Masoud Pezeshkian rompió el consenso de sus rivales de línea dura y acusó a los políticos conservadores de arruinar la economía del país. Pezeshkian prometió restaurar las relaciones de su país con Occidente y dar pasos para reactivar el acuerdo nuclear con Estados Unidos para que levanten las sanciones económicas.
La prensa iraní especula que varios candidatos conservadores podrían retirarse de la carrera por la presidencia días antes de los comicios con la intención de redirigir el voto a un único aspirante para que pueda ganar los comicios en la primera vuelta. Por su parte, los reformistas han dejado claro que no abandonarán la competición por la presidencia, independientemente de los movimientos de sus oponentes.