El reciente conflicto bélico entre Rusia y Ucrania ha desencadenado una serie de acontecimientos culturales en Alemania, caracterizados por un movimiento inquisitorial contra todo lo ruso, incluyendo a sus artistas. Aquellos que no han expresado públicamente su rechazo a las acciones del presidente ruso, Vladimir Putin, o que no han presentado una prueba de su desvinculación con el régimen, han sufrido las consecuencias, arriesgándose a perder el empleo o caerse de la cartelera.
Una de las figuras más emblemáticas de este fenómeno es el director de la Filarmónica de Múnich, Valery Gergiev, quien fue despedido por negarse a condenar las acciones de Putin. Otro caso similar es el de la soprano Anna Netrebko, quien, a pesar de pronunciarse contra la guerra, fue expulsada de todas las instituciones culturales por falta de credibilidad.
Lejos de limitarse a los artistas vivos, este movimiento ha alcanzado también a las figuras históricas de la cultura rusa. En la Universidad de Milán, las conferencias sobre Dostoievski se cancelaron discretamente y en Cardiff se suprimió la música de Tchaikovski, a pesar de que ninguno de los dos tuvo alguna relación con Putin o con la actual Rusia.
Pero este boicot a la cultura rusa no ha sido homogéneo, y ha habido excepciones notables. Por ejemplo, en el Ballet Estatal de Baviera, el hecho de que el director se llamara Igor Zelenski no levantó sospechas. Tampoco ocurrió nada en la Staatsoper unter den Linden, dirigida por Daniel Barenboim, un director de orquesta argentino-israelí nacido de padres rusos y casado con una pianista rusa.
El público alemán, según los directores de salas de conciertos y gestores culturales, quería arte y artistas rusos «limpios», es decir, desvinculados de la política rusa. Pero a medida que la guerra en Ucrania continúa, parece que el boicot a lo ruso ha cedido ante el boicot a los palestinos.
Recientemente, Netrebko ha sido rehabilitada, y con ella, otros maestros e imprescindibles compositores rusos. Entre ellos se encuentra Modest Mussorgsky, cuya monumental ópera Khovanshchina se estrenó en Berlín con cuatro años de retraso.
El argumento de la ópera gira en torno a Pedro I el Grande, uno de los personajes más admirados por Putin, y con quien este parece compararse. La obra comienza con Pedro como un niño, un zar en crecimiento lleno de esperanza y anhelo de grandeza en una Rusia convulsa y víctima de la voracidad de sangre y poder de personajes que intrigan, incitan a la revolución y mueren de forma trágica.
Mussorgsky no pudo completar la partitura de esta glorificación de Rusia, pero varios colegas lo hicieron por él. Nikolai Rimsky-Korsakov firmó la versión estrenada en San Petersburgo en 1886, Igor Stravinsky se ocupó del final presentado en París en 1913 y 1960, y Dmitri Shostakovich presentó en el Teatro Kirov de Leningrado una adaptación con el final de Stravinsky. Es esta última versión la que se ha presentado en Berlín, obteniendo un gran éxito de público y crítica.