El pasado sábado, a las 12.06 hora local (seis horas menos en la España peninsular), un buque de la guardia costera china chocó contra otro de la guardia costera filipina en el atolón Sabina, ubicado en las disputadas islas Spratly. Enseguida, ambas fuerzas marítimas se acusaron mutuamente, como de costumbre, de haber embestido de forma deliberada a la otra en el enésimo encontronazo entre Manila y Pekín en el mar del Sur de China. Las imágenes publicadas no son concluyentes sobre la responsabilidad. Por suerte, no hubo heridos; solo daños materiales. Sin embargo, la zona se ha convertido estos últimos meses en un punto marítimo de alto voltaje geopolítico, donde un fallo de cálculo podría arrastrar a la región a un punto de ebullición desconocido. El potencial inflamable tiene mucho que ver con el compromiso de Estados Unidos de acudir en defensa de Filipinas en caso de que el asunto pase a mayores.
El atolón Sabina, un hermoso bajío de coral deshabitado y de aguas cristalinas, se encuentra a unas 80 millas náuticas al oeste de la isla filipina de Palawan, por lo que Manila lo considera dentro de su zona económica exclusiva. Se halla, a su vez, a unas 680 millas náuticas al sureste de la isla china de Hainan, y Pekín considera que queda bajo su soberanía: el gigante asiático se atribuye el 90% del mar del Sur de China por “razones históricas”, a pesar de que un laudo del Tribunal Permanente de Arbitraje en La Haya le propinó en 2016 un varapalo al negar por unanimidad la base legal a sus argumentos. La República Popular siempre ha cuestionado la autoridad de la decisión.
El punto de fricción no es más que un reflejo en diminuto de la disputa por el conjunto de las islas Spratly, donde entran en juego numerosos intereses. Diseminadas por una de las rutas navieras más importantes del mundo, están formadas por más de 100 islotes o arrecifes rodeados de ricos caladeros y posibles yacimientos de gas y petróleo. Todos los vecinos parecen tener algo que decir al respecto. China, Taiwán y Vietnam reclaman la totalidad de las islas; mientras que Malasia y Filipinas reivindican parte de ellas, según el informe The World Factbook, que elabora la CIA estadounidense anualmente.
El creciente interés estratégico ha conducido a una mayor militarización por parte de las naciones en disputa. En las últimas décadas, a medida que ha ido creciendo su potencia militar y económica, China se ha ido desplegando. En estos momentos, ocupa siete puestos avanzados; algunos incluyen bases aéreas con helipuertos y hangares, instalaciones portuarias navales, radares de vigilancia, emplazamientos de defensa aérea y misiles antibuque, según la CIA. Numerosos navíos de su inmensa guardia costera patrullan las aguas.
Un viejo buque de guerra encallado
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Filipinas, por su parte, cuenta con nueve asentamientos. Uno de ellos es el de Ayungin, otro punto de choque frecuente. En este banco de arena, Manila encalló de forma deliberada en los noventa un viejo buque de guerra, el Sierra Madre, hoy herrumbroso y comido por el salitre. Parece abandonado, pero Filipinas mantiene a bordo una guarnición permanente. China lleva años esperando a que el cascarón se desintegre y sus guardacostas suelen tratar de evitar que los filipinos reciban abastecimiento de materiales para adecentarlo.
En el último año, se han repetido los encontronazos en sus inmediaciones. Una de las escaramuzas más peligrosas tuvo lugar en junio, cuando los guardacostas chinos interceptaron y abordaron con hachas y cuchillos una misión naval filipina de abastecimiento. Hubo varios heridos del lado filipino, entre ellos un marinero que perdió un pulgar.
Tras el incidente, como es habitual, Washington recordó que también tiene algo que decir en el asunto. “Estados Unidos reafirma que el artículo IV del Tratado de Defensa Mutua entre Estados Unidos y Filipinas de 1951 se extiende a los ataques armados contra las Fuerzas Armadas, buques públicos o aeronaves filipinos —incluidos los de su Guardia Costera— en cualquier lugar del mar del Sur de China”. Volvió a afirmarlo el sábado pasado, después de la embestida en el atolón Sabina, de la que responsabilizó a Pekín. “Esta es la última de una serie de acciones peligrosas y de escalada [por parte de China]”, denunció el departamento de Estado.
China ha reaccionado con furia. Acusa a Filipinas de anclar en abril en el atolón Sabina, sin su permiso, el patrullero Teresa Magbanua, uno de los más avanzados de su flota de guardacostas: este es el barco que, según Filipinas, fue embestido por la nave china. Pekín sospecha que la intención de Manila es establecer un puesto permanente; Filipinas alega, en cambio, que su presencia responde a los informes de que China está llevando a cabo misiones de recuperación de tierras.
“La única opción para Manila es retirar su barco y su personal de Xianbin Jiao [nombre chino del atolón; para los filipinos el nombre es Escoda]”, titulaba este lunes un editorial el diario oficialista chino Global Times. El artículo proclamaba la “indiscutible soberanía” de Pekín sobre las Spratly (Nansha Qundao en chino), acusaba a Manila y Washington de “escalar peligrosamente” la situación, y denunciaba la presencia de una patrulla aérea de la marina estadounidense el día de la colisión.
Pekín teme que el buque anclado se convierta en un problema crónico, como el viejo Sierra Madre. “La diferencia es que el Teresa Magbanua no está varado”, explica por correo electrónico Jay L. Batongbacal, profesor de la Facultad de Derecho de la Universidad de Filipinas y director del Instituto de Asuntos Marítimos y Derecho del Mar de esta universidad. “Simplemente, ha fondeado en la parte más profunda del atolón Sabina, en la zona protegida. China afirma que está ‘semivarado’, lo cual es absurdo. Como se demostró [en el choque de] este sábado, el Teresa Magbanua es en gran medida un buque móvil y operativo”. Esto fue precisamente lo que dio a China la oportunidad de embestirlo tres veces sin que hubiera provocación y mientras cambiaba su posición, añade el académico.
Para Batongbacal, Pekín carece de reclamación válida sobre este atolón, una elevación que queda sumergida con marea alta. “China afirma que es una isla, pero incluso sus propias fotografías y vídeos de la zona aún no han revelado ningún trozo de tierra”. Al ser un accidente submarino, prosigue, este forma parte de la zona económica exclusiva y de la plataforma continental de Filipinas. “China no tiene ninguna base para reclamar una zona de mar abierto a unas 680 millas náuticas de su costa más cercana”.
Las buenas noticias son que Washington y Pekín, a pesar de los roces, están en proceso de recuperación del diálogo perdido, lo que podría evitar un error de cálculo fatal. El asesor de Seguridad Nacional de Estados Unidos, Jake Sullivan, visitó Pekín la semana pasada, su primer viaje a China desde que asumió el cargo. Discutió durante horas con el jefe de la diplomacia china, Wang Yi, mantuvo un breve encuentro con el presidente del país, Xi Jinping, y una entrevista con el vicepresidente de la Comisión Militar Central, la primera de un alto cargo estadounidense en ocho años.
El asunto del mar del Sur de China se coló en la agenda. Sullivan reafirmó en los encuentros su compromiso de defensa con Manila. “Nadie busca una crisis, ni Filipinas, ni Estados Unidos, ni esperamos que China”, dijo. También destacó la “profundización de la comunicación entre militares”, y anunció una próxima llamada entre los comandantes del Comando del Indopacífico estadounidense y del Teatro Sur del Ejército Popular de Liberación chino. Sin embargo, el asesor de Seguridad Nacional mostró “preocupación por algunas acciones desestabilizadoras que han tenido lugar, como la embestida de buques guardacostas”. Dos días después de que dijera todo esto en una comparecencia, se produjo el choque entre los buques guardacostas.
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