“¿Dónde está el ejército?”: la pregunta que surge en Rusia tras la invasión de Kursk

EL PAÍS

Las conquistas ucranias en Kursk: una crisis para el Kremlin

Las conquistas ucranias en la región rusa de Kursk se han convertido para el Kremlin en la metáfora del oso de Dostoievski: “No pienses en el oso polar y verás, maldita sea, que lo recuerdas cada minuto”. El presidente Vladímir Putin trata de normalizar una invasión que era impensable cuando el Kremlin lanzó su ataque sobre Ucrania en 2022. La operación de Kursk es una ofensiva limitada en su superficie, pero sus consecuencias son impredecibles. El alto mando ruso vuelve a estar en el punto de mira. Y la hostilidad de los militares rusos hacia las tropas chechenas se ha recrudecido, porque se acusa al batallón de élite Ajmat, encargado de cubrir la retaguardia de esta región fronteriza, de haber huido. Los rusos se hacen muchas preguntas que el Gobierno trata de eludir bajo una propaganda de aparente normalidad. Un problema más en el castillo de naipes que ha construido Putin.

Kursk es una cuestión sensible para el Kremlin. Las autoridades han declarado la región “zona de operación antiterrorista”, lo que obliga a los medios a contar con una autorización para trabajar allí. A este periódico y a otros diarios —europeos y rusos— les ha sido denegado el permiso.

Una encuesta del Fondo de Opinión Pública (FOM) revela que un 28% de los rusos se sienten “descontentos” con las acciones de sus autoridades en los primeros compases de la ofensiva ucrania. El mismo nivel de indignación que hubo durante el motín fallido de Wagner en junio de 2023.

Sin embargo, Putin ha mantenido su agenda, incluido un viaje a Chechenia, para tratar de minimizar esta crisis. Y el mandatario ha tenido un relativo éxito hasta ahora. Según el sondeo, la ansiedad no se disparó entre los rusos como ocurrió en otros eventos traumáticos pasados, especialmente durante la movilización masiva de 2022. La diferencia es que el reclutamiento afectó a todo el país, mientras que los combates en la frontera son un problema lejano para muchos rusos, aunque estos se han movilizado para enviar ayuda humanitaria a los refugiados.

La pérdida de parte de Kursk es un factor desestabilizador más dentro de Rusia. Este fracaso ha vuelto a poner en la picota al jefe del Estado Mayor, Valeri Guerásimov, que se ha convertido en el blanco de las críticas de muchos corresponsales de guerra rusos. Algunos incluso se atrevieron a pedir la libertad para el mayor general Iván Popov, uno de los responsables de la infranqueable defensa rusa frente la contraofensiva ucrania de 2023, aunque ello no le libró de la última purga acometida por el Kremlin en el ejército.

Recelo hacia los chechenos

La ofensiva también ha vuelto a despertar el recelo hacia la escasa involucración de los chechenos en la guerra. Este periódico ha escuchado críticas de gente próxima al ejército de que el batallón Ajmat se limita a proteger la retaguardia “y posar en TikTok con sus uniformes nuevos”. Cuando comenzó la ofensiva ucrania, Ajmat defendía la frontera. Su comandante, Apti Alaudinov, afirmó al principio que no ocurría “nada crítico ni trágico”, pero los corresponsales de guerra rusos denunciaron que sus fuerzas se retiraron sin ofrecer resistencia.

La ofensiva de Kursk ha evidenciado además que Rusia no cuenta con tropas suficientes para cubrir miles de kilómetros de frente. Entre los prisioneros tomados por los ucranios hubo jóvenes que hacían el servicio militar obligatorio —no profesionales— pese a que la ley rusa prohíbe su despliegue en intervenciones —esta es oficialmente una “operación especial”, no una guerra—.

Ante esta situación, las autoridades han reforzado su campaña de reclutamiento voluntario en las últimas semanas con el fin de evitar otra movilización forzosa. En Moscú, ajena a la guerra, han aflorado los carteles de reclutamiento y en su majestuoso Metro han aparecido puestos informativos donde ofrecen 5,2 millones de rublos el primer año —incluido un astronómico bonus de 2,3 millones—, unos 52.000 euros al cambio en total, si se sobrevive al frente.

“Anunciar una movilización urgente conduciría a un conflicto con la sociedad, no estoy segura de que Putin esté preparado todavía”, reflexiona Tatiana Stanovaya, analista del Centro Carnegie, en su canal de Telegram. “Esto implica que la presencia ucrania en las regiones fronterizas con Rusia podría persistir meses o años, y con el tiempo la gente podría acostumbrarse a ella”, apunta.

La ocupación ucrania de Kursk ha pillado a contrapié a la propaganda rusa, que desde los preparativos previos a la guerra ha tenido que reconstruir sobre la marcha un relato que cambia, como el frente, cada pocos meses.

“La gente hace preguntas”, advertía esta semana Vitali Tretiakov, decano de la Escuela de Televisión de Rusia, en uno de los principales programas de debate del país. “No cuántos tanques Leopard hemos destruido, 11, 12 o 23. A nadie le preocupa eso, sino qué sucede en el frente. Y la gente se pregunta, sobre todo, qué sucede en Kursk”, enfatizó en pleno directo en el canal Rossiya 1 antes de poner en duda la veracidad de lo que dicen sus medios: “Todos sabemos que Ucrania está a punto de desintegrarse, pero no se desintegra. La gente me pregunta por esto”.

La única respuesta que obtuvo del resto de invitados fue el silencio, sin aclarar las dudas de los rusos. “No tenemos que informar de nuestros planes estratégicos”, aseveró el politólogo Vladímir Kornilov.

La propaganda rusa, en la televisión y en la radio, sigue siendo estos días una letanía de ataques ucranios sobre su territorio en la que nunca, absolutamente nunca, se mencionan los bombardeos sobre las ciudades ucranias que les preceden.

Propaganda

Los medios del Kremlin muestran en primera plana la grabación de la explosión de un coche en plena carretera durante el ataque que se saldó con al menos cinco muertos y 46 heridos en Bélgorod, según las autoridades, en la noche del viernes al sábado. Sin embargo, no muestran una sola imagen de la destrucción horas antes de un edificio residencial y un parque infantil cercano en Járkov, a menos de un centenar de kilómetros de distancia de Bélgorod. Al menos ocho personas murieron y más de 50 resultaron heridas.

La región fronteriza de Bélgorod se “acostumbró” a la guerra ya en otoño de 2022, cuando comenzaron los primeros ataques ucranios en la zona por ser la ruta del ejército ruso hacia el frente de Járkov. Kursk, situada más al noroeste, había vivido relativamente tranquila hasta ahora, salvo por algunos drones ocasionales.

Esta paz falsa se evaporó de un día para otro a mediados de agosto. Los ciudadanos de Kursk que tuvieron que huir a toda prisa de sus casas no entendían nada. “Hemos apoyado la operación militar especial, hemos ayudado a nuestro ejército desde los primeros días…”, decía, antes de romper a llorar, una mujer en un vídeo grabado el 10 de agosto por decenas de vecinos para rogar ayuda a Putin. “Por favor, ayúdenos a regresar a nuestra tierra”, suplicaba al final después de que otra mujer clamase que han perdido todo.

Mientras, la vida parece seguir igual en las ciudades rusas alejadas de la guerra. En el centro de Moscú, en los aledaños del estanque de Chistie Prudi, los restaurantes y los bares están llenos por la tarde. Parece que no pasa nada, como en las redes sociales, donde nadie cuelga nada sobre Kursk ni Bélgorod, ni siquiera para pedir ayuda para los refugiados.

“La gente tiene miedo a decir algo que pueda ser interpretado mal y pueda perjudicarla, por eso ni siquiera ponemos publicaciones para ayudar a Kursk”, comentó a este periódico Katia, de 35 años y opositora al régimen de Putin, al inicio de la ofensiva ucrania. “No significa que apoyemos la guerra, lo que tenemos es miedo porque cualquier comentario puede ser considerado una crítica”, enfatizó.

“Esto es una pesadilla, ¿qué será lo siguiente?”, dice Víktor, conductor nacido en Cheliábinsk aunque residente en la capital desde hace unos pocos años. “La situación en Kursk no es buena, (los ucranios) pueden llegar más lejos, y Bélgorod arde”, añade con decepción antes de repetir abiertamente las preguntas que muchos se hacen en Rusia: “¿Cómo ha podido pasar esto? ¿Dónde está el ejército? ¿Por qué combatimos, pero la frontera está desprotegida? Hoy se puede ver todo con satélites, maldita sea. ¿Se pensaban, que los ucranios no atacarían? Esto es una guerra”. Al conductor le preocupa el futuro que le espera a los refugiados rusos de la frontera: “Sus casas, sus pueblos, están siendo bombardeados. La gente no tiene a dónde ir, han perdido sus trabajos, y pronto será invierno”.

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