El rastro de la ofensiva israelí en Cisjordania: “La sensación es que vienen buscando sangre”



La reciente ofensiva israelí en Cisjordania ha dejado una estela de destrucción y un sentimiento palpable de inseguridad entre los habitantes palestinos de la región. La operación militar, que muchos aseguran ha sido una de las más intensas de los últimos años, ha generado un clima de tensión y temor que se puede sentir en cada rincón de las ciudades afectadas.



La operación militar y sus consecuencias


En las últimas semanas, las fuerzas israelíes han llevado a cabo una serie de incursiones en varias localidades de Cisjordania, con el objetivo declarado de desmantelar infraestructuras terroristas y detener a individuos sospechosos de planificar ataques contra Israel. Sin embargo, los residentes locales y los observadores internacionales han denunciado que las tácticas empleadas por los militares israelíes han sido excesivamente agresivas y han provocado numerosas bajas civiles.



Las calles de ciudades como Jenin, Hebrón y Nablus han sido escenario de enfrentamientos violentos, con el uso de armamento pesado y la instalación de barricadas improvisadas por parte de los residentes. Los edificios dañados y los escombros son testigos mudos de la intensidad de los combates, mientras que los hospitales locales se ven desbordados por la cantidad de heridos que llegan en busca de atención médica.



Testimonios de los residentes


Los testimonios de los habitantes de Cisjordania reflejan el miedo y la desesperación que sienten ante la constante presencia militar y los frecuentes enfrentamientos. «La sensación es que vienen buscando sangre», comenta Ahmed, un residente de Nablus. «No podemos dormir tranquilos, siempre con el miedo de que entren en nuestras casas en medio de la noche».



Fatima, una madre de tres hijos en Jenin, relata cómo tuvo que refugiarse en el sótano de su casa durante horas mientras se escuchaban las explosiones y los disparos en las cercanías. «Mis hijos están traumatizados, no entienden por qué esto nos está pasando», dice con lágrimas en los ojos.



Reacciones internacionales


La comunidad internacional ha expresado su preocupación por la escalada de violencia en Cisjordania. Naciones Unidas y varias organizaciones de derechos humanos han pedido a Israel que ejerza moderación y que se respeten los derechos de los civiles palestinos. «Las operaciones militares deben ser proporcionadas y deben evitarse las bajas civiles a toda costa», declaró un portavoz de la ONU.



Por su parte, el gobierno israelí defiende sus acciones argumentando que son necesarias para garantizar la seguridad de sus ciudadanos y prevenir futuros ataques terroristas. «Estamos actuando en defensa propia», afirmó un portavoz del ejército israelí. «Nuestras acciones están dirigidas exclusivamente contra los elementos terroristas que amenazan la paz y la estabilidad de la región».



Impacto humanitario


La ofensiva ha tenido un severo impacto en la vida cotidiana de los palestinos en Cisjordania. Las escuelas han tenido que cerrar temporalmente, los comercios están sufriendo pérdidas económicas debido a la imposibilidad de operar con normalidad, y muchas familias han tenido que abandonar sus hogares en busca de lugares más seguros. La infraestructura básica, como el suministro de agua y electricidad, también se ha visto afectada, exacerbando aún más la crisis humanitaria.



Organizaciones humanitarias están trabajando para proporcionar asistencia a los afectados, pero la situación en el terreno dificulta su labor. «Estamos haciendo todo lo posible para atender a los heridos y proporcionar refugio y alimentos a quienes lo necesitan, pero las condiciones son extremadamente difíciles», explica un miembro de una ONG internacional.



El futuro incierto


La situación en Cisjordania sigue siendo extremadamente volátil, y el futuro es incierto. Muchos temen que la violencia pueda escalar aún más, llevando a una mayor pérdida de vidas y un sufrimiento prolongado para la población civil. Los llamados a un alto el fuego y a la reanudación de las negociaciones de paz se intensifican, pero las posibilidades de un acuerdo duradero parecen remotas en el corto plazo.



En medio de este panorama desolador, la esperanza de una solución pacífica y justa para ambos pueblos sigue siendo un anhelo compartido por muchos, pero que parece cada vez más difícil de alcanzar. La comunidad internacional, los líderes regionales y las partes involucradas enfrentan el desafío de encontrar un camino hacia la paz y la reconciliación, en un contexto donde la desconfianza y el resentimiento han echado raíces profundas.



Mientras tanto, los habitantes de Cisjordania continúan viviendo en un estado de alarma constante, con la esperanza de que algún día puedan vivir en un entorno seguro y estable. «Solo queremos vivir en paz, sin miedo», dice Leila, una joven de Hebrón. «Es todo lo que pedimos».



La situación en Cisjordania sigue siendo una herida abierta en el conflicto israelí-palestino, y la comunidad internacional observa con preocupación y esperanza, esperando que se pueda encontrar una solución que traiga consigo una paz duradera y la seguridad para todos los involucrados.


EL PAÍS

Los soldados y blindados israelíes se acaban de retirar. Y todos, desde los vecinos que barren los vidrios reventados de sus comercios o arreglan las lunas de sus coches hasta los milicianos que ―con el fusil M16 al hombro y una cinta en la frente con la leyenda “No hay más dios que Alá”― se atreven a salir de nuevo a las calles entre la mirada de admiración de los más pequeños, coinciden en una idea: nunca el ejército israelí había entrado aquí tanto tiempo (32 horas) ni de manera tan agresiva desde el 7 de octubre de 2023, cuando se dispararon las redadas y muertes en Cisjordania en paralelo a la guerra de Gaza.

El anciano Ahmed lo ilustra así junto a la puerta retorcida de su edificio, que explotaron los soldados para entrar y esposarlo: el misil contra una mezquita situada a decenas de metros “sonó más flojo que en los vídeos de Gaza, pero más cerca”. No es Gaza, sino Fara’a, un campamento de refugiados junto a la ciudad de Tubas y uno de los tres puntos del norte de Cisjordania en los que el ejército israelí inició este miércoles una de sus mayores ofensivas en Cisjordania desde la Segunda Intifada (2000-2005), que suma ya 18 muertos. Fara’a ha sido la pieza de caza menor: una operación relativamente breve y localizada, en comparación con Yenín y Tulkarem, donde se prevé que las tropas permanezcan varios días, apoyadas por drones y blindados.







Hassan, frente a la puerta que explotaron los soldados israelíes de su casa en el campamento de refugiados de Fara´a.
Antonio Pita

Yenín es, de hecho, la ciudad con hospital en la que Hazim Na’ya pensó llevar a su hermano, al encontrarlo herido. Tres disparos de dron habían alcanzado la primera planta de su edificio y la azotea. Como es habitual en Oriente Próximo, la familia vive en el mismo inmueble y Hazim habita la tercera planta. Tras el bombardeo, se encontró con los escombros cortándole el paso y “en medio del polvo y a oscuras” (el ejército cortó la electricidad nada más iniciar la redada) tratando de llegar a su hermano orientándose por sus gritos de: “¡Socorro, estoy herido!”.

“Cuando lo vi, estaba herido en el pecho, pero todo lo que decía era: ‘¡Los niños, los niños! ¡Estaban arriba!’ Subimos a la azotea y entendimos que había sido un impacto directo, porque Murad [de 14 años] estaba sin cabeza. Luego tuvimos que recoger las partes. Mohamed [su hermano dos años mayor] también estaba muerto. No podía hacer nada allí ya, así que me centré en llevar a mi hermano al hospital. Pensé en Yenín, pero estaba rodeada. Aquí solo hay una ambulancia y no podía llegar porque los soldados abrían fuego cuando se acercaba. Estuvimos dos horas y media esperando a que llegase. Mi hermana es enfermera y le pudo atender un poco”, recuerda.

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Mural con imágenes de los "mártires", en el campamento de refugiados de Fara´a, en el norte de Cisjordania.




Mural con imágenes de los «mártires», en el campamento de refugiados de Fara´a, en el norte de Cisjordania.
Antonio Pita

En vista de la situación, Na´ya se echó a su hermano a la espalda y lo llevó a pie hasta la ambulancia, que tardó una hora y media en llegar a Nablus “por una carretera secundaria llena de rocas”. Enseña en el móvil un vídeo cargando a su hermano en medio de la oscuridad y otro de cómo sangraba por la cabeza, pero no los quiere difundir. “Nadie tiene por qué ver lo que yo vi”, tercia. Además de sus dos sobrinos, un tercero ha quedado con heridas tan graves que “depende de la piedad de Dios”, añade confiando en no tener que añadir palabras para que se entienda su situación.

Lo cuenta frente a un salón municipal que normalmente alberga bodas u otros eventos en los que el campamento festeja unido la felicidad. Hoy, acuden con otro rostro más de cien hombres a dar el pésame a los familiares. Como su hermano está tan débil, Hazim recibe a los vecinos que le dan la mano con la fórmula habitual: “Que Dios se apiade de ellos”. Paradójicamente, cuenta, las tropas emplearon el lugar el miércoles para hacer interrogatorios.


Vista del campamento de refugiados de Fara´a, en el norte de Cisjordania.




Vista del campamento de refugiados de Fara´a, en el norte de Cisjordania.
Antonio Pita

Son cuatro adolescentes, “mártires del terrorismo sionista”, como reza la pancarta en árabe que unos amigos colocan a la entrada del hall. No lleva el logotipo de ninguna facción armada, sino de la Organización para la Liberación de Palestina, a la que no pertenece la Yihad Islámica, el principal objetivo de la ofensiva israelí. Para sus familiares, solo eran chicos que jugaban; para Israel, terroristas. Sea como sea, los menores de los campamentos de refugiados palestinos toman las armas a edades en las que la mayoría solo combate en los videojuegos. Y, en medio de las calles levantadas por los bulldozers y señales de disparos en un hospital de la agencia de Naciones Unidas para los refugiados, no parece que vaya a cambiar.

Frente a la fachada ennegrecida de la mezquita bombardeada, emergen de repente dos milicianos con sus rifles. “Desde que comenzó la guerra en Gaza, la sensación es que no entran a por alguien, sino que vienen buscando sangre”, asegura uno de ellos. “Este ha sido el ataque más agresivo. Todo lo que estaba prohibido usar ahora está permitido. Pero no se dan cuenta de que, cuanto más agresivos sean, más se motiva la gente aquí para unirse a la resistencia”, dice otro mientras toquetea el cargador. A su lado, un mural con dibujos recuerda a los “mártires” de anteriores redadas israelíes con un grafiti para subrayar que su memoria traspasa generaciones.


Un miliciano con su rifle, tras la retirada de las tropas israelíes de Fara´a.




Un miliciano con su rifle, tras la retirada de las tropas israelíes de Fara´a.
Antonio Pita

Hassan se toma con filosofía haber pasado ocho horas esposado junto con sus dos sobrinos porque, cuenta, al tener 63 años, le esposaron con las manos por delante (no por detrás, como a sus parientes), sin apretar casi (por eso se las pudo quitar el primero cuando se marcharon los soldados sin quitárselas) y le permitieron ir al baño. Los sobrinos se llevaron la peor parte: “Lo primero que hicieron los soldados al entrar es separar hombres de mujeres y niños, y coger todos los móviles. Le pidieron a mi sobrino el PIN y dijo que no lo sabía, que era el de su mujer. Me hicieron llamar a su padre y le dijeron: ‘

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