Keir Starmer apuesta a que la misma fórmula con la que ganó holgadamente las elecciones a principios de julio le valga ahora para que los británicos acepten los sacrificios económicos que les propone. El primer ministro del Reino Unido ha anticipado este martes a sus conciudadanos que los próximos presupuestos, cuya presentación está prevista para el 30 de octubre, será “doloroso”, y que “las cosas empeorarán antes de empezar a mejorar”. El nuevo inquilino de Downing Street ha elegido el Jardín de las Rosas de la residencia oficial, al lado de donde Boris Johnson y su equipo se hartaron de vino y queso durante el confinamiento, para recordar a los votantes la razón por la que decidieron dar carpetazo a más de una década de gobiernos conservadores.
“¿Os acordáis de aquellas fotos, ahí al lado, con el vino y toda esa comida? Pues este jardín, y todo este edificio, vuelve a estar a vuestro servicio”, ha dicho Starmer a los 50 votantes y voluntarios laboristas congregados junto a los periodistas para que escucharan el discurso con el que daba inicio al nuevo curso político.
“Cuando el corazón de la estructura sufre una profunda podredumbre, no basta con taparla un poco. No puedes hacer una chapuza o tirar hacia adelante con remiendos fáciles. Debes reformarlo todo y centrarte en la raíz del problema, aunque suponga más tiempo y esfuerzo”, advertía Starmer, para justificar las duras decisiones que se avecinan. El atril desde donde hablaba porta un cartel con el eslogan Fixing the foundations (Arreglando los cimientos).
El primer ministro ha evitado entrar en detalles que habrían desviado la atención del mensaje central de su discurso. No ha especificado qué tipo de recortes o nuevos impuestos serán anunciados dentro de dos meses. Pero ha recordado el agujero de más de 22.000 millones de libras (unos 26.000 millones de euros) en las cuentas públicas que su Gobierno detectó nada más acceder al poder, que atribuye a la mala gestión de los conservadores.
La ministra de Economía, Rachel Reeves, lleva ya varias semanas anticipando subidas en los impuestos de sucesiones o de ganancias del capital. Y ya ha dejado claro, para irritación de muchos diputados laboristas que han comenzado a recibir quejas y advertencias de los votantes, que suprimirá la ayuda universal para luz y gas que recibían todos los pensionistas británicos. La iniciativa, una de las primeras decisiones que tomó el Gobierno laborista de Tony Blair en 1997, era tremendamente popular, y suponía que casi 12 millones de jubilados tuvieran un gran alivio en sus facturas energéticas. De casi 240 euros anuales, en el caso de los menores de 80 años, y de unos 355 euros para los mayores de esa edad.
Reeves quiere centrar las ayudas en los pensionistas más vulnerables —un millón y medio, aproximadamente—, a los que subirá las ayudas, pero promete dejar profundamente enfadados a los otros 10 millones.
La metáfora de los vándalos
Starmer ha utilizado los episodios de violencia, racismo y xenofobia de este verano por todo el Reino Unido, que acabaron con cerca de 1.000 personas detenidas, para explicar el contraste entre una década de populismo de los conservadores y la respuesta de otros miles de británicos que gritaron en contra de este radicalismo.
“Todos esos disturbios no surgieron de la nada”, ha dicho. “Expusieron el estado de nuestro país. Revelaron una sociedad profundamente enferma. Sacaron a la luz las grietas de nuestros cimientos, después de una década de división y declive, infectada por una espiral de populismo”, ha acusado.
Starmer ha recordado a los británicos que cada uno de esos días en los que su Gobierno respondió a los episodios de violencia, con detenciones y juicios exprés, debía comprobar antes si disponía de celdas en las prisiones para encerrarlos, porque los tories dejaron tras de sí un sistema penitenciario a punto de desbordarse. “Y toda esta gente que se dedicaba a arrojar piedras, a incendiar vehículos, y a proferir amenazas, no solo eran conscientes de que el sistema estaba quebrado: apostaban a que sería incapaz de hacerles frente. Vieron las grietas de nuestra sociedad después de 14 años de fracasos e intentaron explotarlas”, acusaba el primer ministro.
Al final de aquella semana de odio al inmigrante, xenofobia desbordada y violencia sin control, fueron cientos los voluntarios que salieron a limpiar las calles, y decenas de miles los ciudadanos británicos que expresaron su repudio a todo lo ocurrido. Starmer se ha apropiado de ese ejemplo para justificar los sacrificios económicos que anunciaba. “No he podido evitar pensar en el paralelismo. Imaginad el orgullo que sentiríamos como nación si, después del duro trabajo que va a suponer limpiar y poner orden en todo el destrozo que nos han dejado, somos capaces de reconstruir un país que pertenezca a todos y cada uno de nosotros”, ha dicho.
Starmer no se cansó de repetir durante la campaña electoral que, de resultar elegido primer ministro, pondría en marcha una “década de renovación nacional”. La legitimidad obtenida con un resultado electoral arrollador, y la pronta y firme respuesta ante la ola de violencia, le han permitido ahora construir un discurso kennedyano en el que pide sacrificios y ayuda a sus compatriotas, convencido de que cualquier subida de impuesto, cualquier recorte, será visto como la consecuencia y la culpa de la negligencia de los conservadores.
A cambio, los tories, inmersos en su pelea interna por encontrar un nuevo líder para recorrer su inevitable travesía del desierto, apenas han sido capaces de articular una respuesta contundente desde la oposición: “El discurso de hoy [por el martes] de Keir Starmer es la señal más clara de que lo que el Partido Laborista planeó desde un principio: subir los impuestos”, ha escrito en X (antes Twitter) el ex primer ministro y todavía líder del Partido Conservador, Rishi Sunak.
Era el mismo argumento que han empleado los candidatos que aspiran a liderar ahora la formación, más preocupados en esquivar los golpes de sus propios compañeros, y conscientes además de que su herencia es un Reino Unido con la mayor presión fiscal de las últimas décadas y una economía que ha languidecido durante años.
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