El ataque a Hezbolá enfada más que alivia al norte de Israel


En el norte de Israel, la reciente ofensiva contra Hezbolá ha generado más indignación que alivio entre los ciudadanos. La percepción de ser tratados como ciudadanos de segunda respecto a Tel Aviv ha avivado el descontento y la frustración en esta región, que se siente desprotegida y marginada en el contexto de la seguridad nacional.



Una ofensiva controvertida


La operación militar llevada a cabo por el ejército israelí contra Hezbolá, la organización paramilitar y política libanesa, ha sido motivo de controversia en el norte de Israel. A pesar de los intentos del gobierno por presentar la ofensiva como una medida necesaria para garantizar la seguridad del país, los residentes del norte sienten que la acción ha exacerbado su vulnerabilidad.



La sensación de abandono


Los habitantes de las localidades cercanas a la frontera con Líbano expresan un sentimiento creciente de abandono por parte del gobierno central. Mientras Tel Aviv y otras ciudades del centro y sur del país parecen recibir más atención y recursos en términos de seguridad y protección, el norte se siente relegado y expuesto a los ataques de Hezbolá.



Comparaciones con Tel Aviv


El contraste entre las medidas de seguridad implementadas en Tel Aviv y las que se observan en el norte de Israel ha sido objeto de numerosas críticas. Los ciudadanos del norte cuestionan la falta de inversiones en infraestructuras defensivas y sistemas de alerta temprana, y se preguntan si sus vidas valen menos que las de los residentes de la región central.



Reacciones del gobierno


Las autoridades israelíes han intentado calmar los ánimos, asegurando que se están tomando todas las medidas necesarias para proteger a todos los ciudadanos, independientemente de su ubicación geográfica. Sin embargo, estas declaraciones no han logrado disipar completamente las preocupaciones y el escepticismo de los residentes del norte.



El impacto en la vida cotidiana


La ofensiva contra Hezbolá ha tenido un impacto significativo en la vida cotidiana de los habitantes del norte de Israel. Las constantes alertas y el sonido de las sirenas han alterado la rutina diaria, generando un ambiente de tensión y miedo. Los padres temen por la seguridad de sus hijos y muchos se plantean la posibilidad de mudarse a zonas más seguras.



La historia de un conflicto


El conflicto entre Israel y Hezbolá no es nuevo. Desde su fundación en los años 80, Hezbolá ha sido una fuente constante de preocupación para Israel debido a sus ataques y actividades terroristas. El norte de Israel, por su proximidad a la frontera libanesa, ha sido históricamente una de las áreas más afectadas por este conflicto.



La búsqueda de soluciones


Ante esta situación, los líderes comunitarios y representantes locales del norte de Israel están reclamando soluciones más efectivas y equitativas. Exigen una mayor inversión en infraestructuras de seguridad y una atención más equitativa por parte del gobierno central. Además, hacen un llamado a la unidad nacional para enfrentar la amenaza de Hezbolá de manera conjunta y solidaria.



El papel de la comunidad internacional


La comunidad internacional también juega un papel crucial en este conflicto. La intervención y mediación de organismos internacionales podrían contribuir a una solución más duradera y justa, que no solo garantice la seguridad de Israel, sino que también aborde las raíces profundas del conflicto con Hezbolá y otros actores en la región.



Conclusiones


La reciente ofensiva contra Hezbolá ha puesto de manifiesto las tensiones internas en Israel respecto a la seguridad y la igualdad de trato entre sus ciudadanos. Mientras el gobierno central busca equilibrar la protección de todo el territorio, los residentes del norte de Israel claman por una mayor atención y recursos. La resolución de estos desafíos no solo es crucial para la estabilidad interna del país, sino también para la paz y la seguridad en toda la región.



En suma, el sentimiento de ser ciudadanos de segunda clase respecto a Tel Aviv persiste entre los habitantes del norte de Israel, quienes esperan que sus voces sean escuchadas y sus necesidades atendidas para enfrentar de manera efectiva las amenazas de Hezbolá y garantizar una vida segura y digna para todos.


El ataque a Hezbolá enfada más que alivia al norte de Israel: “¿Somos ciudadanos de segunda respecto a Tel Aviv?” | Internacional

Alarmas y Descontento en Acre

A Ido Azulay no le tranquiliza la exhibición de poderío aéreo e información de inteligencia de su país, Israel, al movilizar 100 aviones para bombardear por sorpresa miles de lanzaderas de proyectiles de Hezbolá en Líbano. Más bien le irrita. Lleva casi 11 meses de guerra de baja intensidad entre unos y otros en el barrio de la histórica ciudad de Acre ―a 36 kilómetros de la frontera con Líbano― al que despertaron en la madrugada del domingo las alarmas antiaéreas, un impacto directo de cohete y la explosión por la intercepción de otro que ha dejado en el suelo cristales y restos de persianas y, en varias viviendas, señales de metralla. Como casi todo el norte del país, se siente agraviado. “¿Qué soy? ¿Un ciudadano de segunda? Llevamos todo este tiempo con el miedo en el cuerpo, con una rutina de bombardeos y no les importa. Y ahora, cuando los cohetes iban a ir contra Tel Aviv, ¿es cuando lanzamos un ataque preventivo? ¿Para nosotros, no, pero para ellos, sí?”, asegura en la humilde peluquería de su amigo, Tomer Itaj, levemente dañada por la metralla.

Los tres amigos de 24 años desgranan, hoy con particular enfado, las frases que se suelen oír en la zona, sobre todo en los últimos meses. Una, de Yagin Azulay: “El Gobierno nos deja vendidos”. Los tres votaron en 2022, en las últimas elecciones, al partido del primer ministro, Benjamín Netanyahu, el Likud, que tiene en Acre un feudo, pero se arrepienten. “Ahora mismo, si lo tuviera delante, le preguntaría: ¿qué quieres? ¿Que nos quedemos callados como pobrecitos con toda esta incertidumbre que afecta a nuestros cuerpos y a cómo nos ganamos la vida?”, dice Ido Azulay.

Acre no ha sido evacuada, al quedar fuera de la franja fronteriza más próxima a Líbano. Con 50.000 vecinos, era ―en tiempos mejores― una de las ciudades más turísticas de Israel, gracias al legado cruzado que alberga una ciudadela amurallada y habitada por palestinos. Son los descendientes de quienes se quedaron durante la Nakba (el éxodo de unos 750.000 palestinos), hace siete décadas, y hoy comparten ciudad con los emigrantes judíos que el Estado reubicó en la zona nueva. Más bien llevan vidas paralelas, salvo cuando degeneran en enfrentamientos étnicos, como en 2008 o en 2021.

Es en estas sencillas casas residenciales construidas para judíos sin muchos recursos donde los cohetes lanzados desde la cercana Líbano hacen aflorar esta tarde un doble sentimiento de discriminación. Como parte del norte, el de soportar la amenaza de decenas de proyectiles diarios (aunque Hezbolá no dirigiese su ataque contra civiles y Acre solo haya sido blanco estos meses de manera muy excepcional) sin que el ejército invada Líbano a sangre y fuego, como ha hecho con Gaza. Y por su origen sefardí, frente a Tel Aviv como estereotipo del privilegio askenazi, —judío originario de Europa central u oriental—, en una brecha de origen aún por cicatrizar en Israel.

Pese a que el primer ministro es un animal político que acaba de recobrar su popularidad cuando todos le daban por amortizado, Netanyahu ha tropezado este domingo con la sensación de olvido de la periferia respecto al centro del país, donde están Tel Aviv y los sueldos más altos. El primer ministro ha echado sal en la herida y se ha granjeado la ira de los responsables regionales del norte al bautizar “Paz para Tel Aviv” el ataque sorpresa israelí. Es un juego de palabras con Paz para la Galilea, el nombre de la segunda invasión de Líbano, en 1982, tras el atentado fallido palestino contra el embajador israelí en el Reino Unido.

Elegir ese nombre para la operación tras casi 11 meses de ataques diarios concentrados en el norte es “el punto culminante de la desconexión del Gobierno israelí con cientos de miles de ciudadanos”, reaccionaron los responsables de los tres consejos gubernamentales de la zona, Moshe Davidovitz, David Azulai y Giora Zaltz. “A partir de ahora, cesamos la comunicación con todos los integrantes del Gobierno hasta obtener una solución completa para nuestros residentes y nuestros hijos. Primer ministro, ministros, miembros de la coalición, funcionarios del Gobierno y todos los empleados del Gobierno, dondequiera que estén, no hemos sido de su interés durante diez meses y medio. A partir de ahora, no nos interesan ustedes. No llamen, vengan ni envíen mensajes. Nos las hemos arreglado solos hasta ahora”, señalaron en un comunicado conjunto.

Una “guerra total”

La “solución” que piden es aquí el eufemismo de lo que los tres amigos pronuncian con claridad: “Una guerra total”, en palabras de Itaj. “Guerra, guerra, claro”, en las de Ido Azulay. “Es mejor que la incertidumbre. Yo mismo me pondría mañana el uniforme para entrar en Líbano”.

Un acuerdo político para alejar a las fuerzas de élite de Hezbolá de la frontera, como el que negocian Francia y EE UU, o un alto el fuego en Gaza para calmar también el frente libanés, como buscan este domingo los mediadores en El Cairo, no les sirve ya. “Desde el 7 de octubre [de 2023, día del ataque sorpresa de Hamás] no es una opción vivir con Hezbolá al otro lado de la frontera. Punto. El 6 de octubre era, digamos, aceptable. Hoy no”, resume Yagin Azulay.

Es el sentimiento general del norte de Israel. Pese a las consecuencias impredecibles para Oriente Próximo y la fortaleza de Hezbolá, solo una guerra abierta permitirá a personas como Gershon Maté dormir tranquilas, y a las decenas de miles de evacuados desde octubre regresar a sus hogares sin temor.

Gershon Maté enseña los daños causados en su vivienda de Acre. Antonio Pita

Maté, de 33 años, emigró desde la India al Estado judío en 2014, sin pensar “jamás” verse en una situación así. Aún con el susto en el cuerpo, muestra habitación tras habitación de su casa para contar que el ataque le pilló durmiendo con su mujer en el cuarto de sus dos hijos, de ocho y cuatro años. “Para que se fuesen acostumbrando a quedarse en su cama, no en la nuestra”, justifica.

Entonces sonaron las alarmas antiaéreas, cogieron a los pequeños y corrieron hacia el refugio: “No me dio tiempo ni a salir de casa. Oímos la explosión en la puerta principal”. Enseña en el móvil los cristales rotos sobre la cama del niño. “Si tardamos 15 segundos más, imagínate lo que le habría pasado”, añade, con su mujer barriendo al lado los últimos vidrios del suelo y acabando de llenar las maletas de ropa.

Daños en la vivienda de Gershon Maté, en una foto tomada por él.
Daños en la vivienda de Gershon Maté, en una foto tomada por él.

Pasarán la noche en un hotel, como todos los residentes del edificio, a cuyos pies se pueden ver los trozos caídos de persianas y cristales. Vecinos y curiosos se han acercado a comentar las señales de la metralla en los muros y a toquetear los trozos metálicos del interceptor, dentro del pequeño cráter que formó al caer.

“Todo el mundo sabe que estamos en una situación de guerra y que el Gobierno no utiliza toda su fuerza”, admite Maté. “Pero volveré a la casa cuando esté todo arreglado. Tengo un contrato de alquiler que respetar. ¿Cuál es la alternativa? Además, ¿hay algún sitio [de Israel] al que irnos en el que alguien nos pueda garantizar al 100% que no nos llegará un cohete? No”.

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