Reseña del libro del escritor español Mario Amorós
Eduardo Contreras Villablanca. Santiago. 8/2024. Esta es una edición actualizada y relativamente más breve que “Allende, la biografía”, publicado en 2013. Relativamente más breve, aquella tenía 624 páginas, esta 549. Es que no se puede pretender resumir la vida y el legado de Salvador Allende en menos páginas, menos si se hace una revisión de la historia y el ejemplo de sus antepasados, remontando hasta el siglo XIX, lo que se agradece, ya que para entender a Allende hay que conocer sus raíces.
Para el trabajo de “Allende, biografía política, semblanza humana”, el autor revisó más de cien fuentes: archivos de fundaciones, antecedentes judiciales, discursos y escritos de Allende, prensa y otro tipo de publicaciones, e investigó sobre Allende en más de treinta libros que tratan directamente sobre la vida del líder de la Unidad Popular, y otras trescientas publicaciones más generales que rescatan aspectos históricos de nuestro país, desde los años de la lucha por la independencia, cuando combatían los hermanos Allende Garcés (la generación de bisabuelos de Salvador Allende), hasta la actualidad. Una investigación, como vemos, profunda y muy rigurosa.
Dentro de los más de trescientos libros consultados, alrededor de cien son posteriores a los investigados para la obra publicada por Mario Amorós el año 2013, es decir, el esfuerzo de actualización realizado por el autor, es considerable.
La semblanza humana, que muy adecuadamente destaca el título del libro, parte tempranamente, mostrando su relación con la “mamá Rosa”, y con Laura Gossens, madre del futuro presidente. Ya en la juventud de Allende, cuando su familia se instala en Valparaíso, aparece otra relación, muy importante en su vida política, con Juan Demarchi, el carpintero anarquista de origen italiano, que le enseña a jugar ajedrez, le habla de las injusticias sociales y le presta libros. Esa influencia lo va alejando de su destino político más probable, que era el Partido Radical, la tienda política de su familia.
Para Allende, alguien sobresaliente entre sus ancestros fue su abuelo Ramón Allende Padín, apodado El Rojo, radical y gran maestro de la masonería. En más de una ocasión lo citó, en discursos y conversaciones.
La obra nos muestra cómo el liderazgo de Salvador Allende, se inicia en calidad de dirigente estudiantil, presidiendo el centro de alumnos de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile. Su vocación social no se limitaba a eso, ya antes de titularse colaboraba de manera desinteresada en el consultorio médico de un sindicato anarquista, y como practicante interno en el Manicomio Nacional.
Sus reservas hacia quienes vociferan la revolución desde las tribunas también se va asentando tempranamente. En su discurso en la UNAM en 1972 (referido en el libro), comenta sobre su participación en el grupo Avance, en 1931, cuando le piden firmar por la creación de sóviets en Chile. Rechaza firmar algo que no le parece pertinente y trescientos noventa y cinco de los cuatrocientos integrantes de Avance votan por expulsar a Allende, quien décadas más tarde le cuenta a los estudiantes mexicanos que “de los cuatrocientos que éramos, solo dos quedamos en la lucha social”. Lamentablemente esa historia de vociferantes a su alrededor, se le siguió repitiendo hasta su muerte.
Volviendo a los años 30: llega la República Socialista de Marmaduque Grove, que marcó su inclinación y vocación política. Detenido cuando cae Grove, lo dejan salir para asistir al funeral de su padre, Salvador Allende Castro, y ahí promete consagrarse a la lucha social. En 1933, participó en la fundación del Partido Socialista desde Valparaíso y obtuvo su título de licenciado como médico-cirujano por la Universidad de Chile.
Férreo opositor de la Ley Maldita de González Videla, se resiste a la exclusión del Partido Comunista, si bien marca diferencias respecto al P.C. y a la experiencia de la URSS, y comienza a esbozar, ya en 1948, la posibilidad del socialismo por la vía pacífica.
Las contribuciones concretas de Allende al país se iniciaron mucho antes de su llegada a la presidencia. En 1939, asumió como Ministro de Salud del gobierno de Pedro Aguirre Cerda, donde realizó el primer Catastro de la Salud Pública Chilena. Desde siempre enfatizó la imposibilidad de obtener buenos estándares en salud mientras persistiera la pobreza.
El año 2022 se celebró el 70 aniversario del Servicio Nacional de Salud en Chile. La entonces ministra de salud, Begoña Yarza, cuando fue interpelada en el Congreso, en agosto de ese año, recordó ese evento fundacional, y se refirió a “las personas que lo encabezaron, en el año 52, después que Inglaterra lo hiciera, nadie más antes. Al sur del mundo, había un senador conservador, Eduardo Cruz Coke y un senador socialista, Salvador Allende Gossens, que pusieron la capacidad de soñar un sistema integrado, universal…”.
La semblanza humana también nos llega en el Capítulo III, en la sección En la vida familiar, que nos muestra al Allende correcto, educado, galante, y con mucho sentido del humor, haciendo bromas a sus hijas, como la de dejar un muñeco en su cama, tapado hasta la cabeza, para sorprenderlas cuando lo fueran a despertar, el día de su cumpleaños.
Su cercana relación con el Partido Comunista, se va afianzando desde su primera campaña presidencial, cuando el P.C. desde la clandestinidad le entrega su apoyo, y el candidato, en su discurso en el Teatro Caupolicán, una vez más exige la derogación de la Ley Maldita. A partir de esa fecha, como señala Mario Amorós “su vida política fue, principalmente, una interminable campaña electoral. Cuatro batallas presidenciales, y tres contiendas parlamentarias para renovar su puesto en el Senado lo llevaron a recorrer todos los rincones del país, planteando un programa que se fue enriqueciendo progresivamente con la contribución de sectores cada vez más amplios y plurales”.
Campañas en 1952, 1958, 1964 y 1970. Como nos recuerda el autor “Fue después de aquella tercera derrota (la de 1964) cuando en tono jocoso empezó a vaticinar el epitafio que colocarían en su tumba: “Aquí yace Salvador Allende, candidato a la Presidencia de la República”.
Entre la campaña de 1958 y la de 1964, un hecho clave: la revolución cubana de 1959. El libro narra la cercana relación de Allende con los líderes de ese proceso, entre ellos el Che y Fidel Castro, desde ese mismo año de la huida de Fulgencio Batista, cuando vista La Habana, en febrero de 1959. Años más tarde, en octubre de 1967, cuando el Che es ejecutado en Bolivia, Allende le rinde un sentido homenaje en el Senado, y evoca ese encuentro en Cuba.
La tercera derrota de Allende, contra Eduardo Frei Montalva en 1964, como se documenta en este libro, y en otros textos de Mario Amorós, y de muchos otros autores y autoras, no se puede explicar sin aludir a la contundente intervención de Estados Unidos, tanto financiera como en asesoría, levantando la “Revolución en libertad” de la democracia cristiana como la expresión chilena de la Alianza para el progreso. Para decirlo con una metáfora, es como si la Casablanca hubiera tenido derecho a voto en esa elección, y con no pocos votos.
Esa intervención de Estados Unidos, y la transgresión a la soberanía de quienes acuden a golpear sus puertas o reciben a manos llenas los millones de dólares provenientes de Washington (y otros países como bien se señala en el libro), no fue más que un preludio, un ensayo, de la intervención que se desata a partir del triunfo de Allende con la Unidad Popular.
Respecto a ese triunfo en 1970, algo que Amorós nos recuerda en su investigación, es lo difícil que le resultó a Allende concitar el apoyo de su propio partido para ser nominado candidato: fue designado como tal en una votación del Comité Central con más abstenciones que votos a favor. Recordemos que en 1967 se había realizado el famoso Congreso de Chillán del PS, en el que parte de ese partido se comienza a radicalizar (en el discurso), iniciando un camino que más adelante llevaría a parte de su dirigencia la ultraizquierda, dificultando las gestiones de Allende para evitar el golpe de estado.
Algo que no puedo dejar de destacar, dentro de las reflexiones que genera esta obra, es el contraste entre Allende y Frei Montalva respecto a su actitud frente al quiebre de la democracia y la intervención militar. En octubre de 1969 el general Roberto Viaux se subleva en el Regimiento Tacna, y Allende acude a la Moneda, junto a otros dirigentes, para expresar a Frei su lealtad al sistema democrático y su apoyo al gobierno constitucional. Qué distinto comparado con lo que hizo Frei (y Patricio Aylwin) cuatro años más tarde, despejando el camino para el golpe y luego justificándolo, (como documenta el propio Mario Amorós en su libro Entre la araña y la flecha).
No voy a enumerar los logros y errores del gobierno de la Unidad Popular, están muy bien retratados en el trabajo de Amorós. Solo destaco que además de la profundización de la Reforma Agraria y el enorme despliegue del arte y la cultura (como la editorial Quimantú, entre otras iniciativas), se logró la plena nacionalización del cobre, el 11 de julio de 1971, día de la dignidad nacional. Para aquilatar la trascendencia de este hecho, valga decir que Codelco pasó a ser una empresa tan estratégica para el país, y tan importante para el estado, que ni la dictadura osó privatizarla, y ha seguido siendo hasta hoy un puntal para la implementación de políticas públicas y la generación de bienestar social.
Las distancias entre el P.S. y Allende también se ilustran en este punto. Mario Amorós documenta como Victor Pey intentó negociar algún acuerdo sobre indemnizaciones a las empresas norteamericanas expropiadas, lo que quizá habría aliviado un poco las presiones y el intervencionismo de Washington, pero “el principismo de las fuerzas de la Unidad Popular, especialmente del Partido Socialista, que defendían la nacionalización sin indemnización, hicieron naufragar su iniciativa…”. Estas diferencias vuelven a surgir en momentos críticos de fines de 1972, cuando el general Carlos Prats y el ministro comunista Orlando Millas nuevamente intentan tender puentes hacia el PDC, partido en el que como se sabe, un número importante de dirigentes y de sus militantes, tenían una postura muy distinta a la de Frei y Aylwin, y a diferencia de ellos trataron de evitar el golpe, personas de la estatura de Bernardo Leighton, Radomiro Tomic, Andrés Aylwin y Renán Fuentealba.
Hacia finales del libro, se destaca la figura del cardenal Raúl Silva Henríquez, intentando aquietar las aguas mediante una reapertura del diálogo con el PDC. Estas conversaciones están también muy bien retratadas en el documental La batalla de Chile, y sabemos cómo las buenas intenciones del cardenal y de Allende, chocaron con la intransigencia de Aylwin, que dio por cerrado el diálogo y redactó, junto a otros parlamentarios demócrata cristianos, la declaración de la Cámara de Diputados que es considerada como la luz verde al golpe de estado, y en cuyo texto hay frases muy parecidas a las patrañas del Plan Z y el llamado “Libro blanco”. Cabe señalar que las tesis del Libro blanco, fueron luego desmentidas incluso por el gobierno de Estados Unidos, la CIA, y el Senado de Estados Unidos, que denunciarían el supuesto plan descrito en ese libro, como una operación de guerra psicológica de la Marina de Chile para justificar las violaciones de los derechos humanos.
Las últimas horas del presidente Allende en La Moneda, están narradas con una cercanía que conmueve. Para finalizar, solo decir que con este libro, y con el conjunto de su obra, Mario Amorós, a mi juicio, se confirma como uno de los más importantes investigadores e historiadores del Chile del siglo XX.
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