En una extraña analogía a una cita a ciegas, el punto más crítico no es el primer encuentro, sino el segundo. Es el momento de confirmar si la chispa inicial persiste y si existe la posibilidad de transformarse en algo más serio y duradero. Para Tim Walz, el gobernador de Minnesota y el número dos en la candidatura presidencial demócrata, este miércoles marcaba la llegada de esa segunda cita crucial con sus potenciales votantes. Después de su presentación hace dos semanas como el compañero de fórmula de Kamala Harris, la cual dejó una muy buena impresión entre sus simpatizantes, su discurso en la Convención Nacional Demócrata en Chicago este miércoles, donde aceptaría la nominación, debía persuadirlos de que, aunque apenas lo conocen, apostar por él y Harris valdrá la pena.
El United Center, casa de los Chicago Bulls, fue el escenario de la convención. Sin duda alguna, Walz hechizó a su público con un relato en el que se mostró como un representante del ciudadano estadounidense medio, un padre de familia socarrón y sensato con quien pueden identificarse aquellos que ven al Partido Demócrata como representante de las élites intelectuales o un grupo de “radicales de izquierda”, como los describen sus contrincantes republicanos.
“Es el honor de mi vida aceptar vuestra nominación para vicepresidente de Estados Unidos”, comenzó. “Estamos aquí unidos por una sola y preciosa razón: amamos este país”. La misión de Walz era, principalmente, explicar a los espectadores quién es él. Hasta hace apenas un mes, era un político casi desconocido fuera de su estado. Su nombre solo empezó a sonar un poco más después de que se viralizara su uso del adjetivo “raros” para describir a los candidatos del partido rival en una entrevista televisiva.
En solo tres semanas, ha pasado de ser un gobernador en segundo plano a ser el candidato demócrata a la vicepresidencia. Sin embargo, a pesar de la exposición mediática que ha recibido desde su selección, cuatro de cada diez estadounidenses admiten no tener una imagen, ni buena ni mala, de este antiguo profesor de instituto, según una encuesta que la agencia AP publicaba horas antes del discurso.
Walz se presentó con un mensaje sencillo y directo, muy parecido al que pronuncia en cada uno de sus mítines. En él, combinó la descripción de sus raíces rurales y sus valores de persona común y corriente con una crítica severa a los contrincantes republicanos. Sus palabras, como él mismo admitió, tuvieron un estilo menos de político al uso que de arenga del entrenador de fútbol americano que fue durante años.
Uno de los momentos más conmovedores, y más aplaudidos de la noche, llegó cuando mencionó a su familia: su esposa, Gwen, y sus hijos Hope, de 23 años; y Gus, de 17. “Sois mi vida entera”, les declaró desde el estrado, mientras las cámaras mostraban al adolescente romper a llorar mientras gritaba: “¡Ese es mi padre!”.
En el proceso de selección del número dos de Harris, las quinielas habían apostado por el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, considerado una de las estrellas emergentes del partido y que pronunció también este miércoles un discurso de cuidada oratoria. Pero Harris acabó eligiendo a Walz. En parte, por una mayor sintonía personal. En parte, al considerar que su imagen de estadounidense medio, amante de la caza y veterano de la Guardia Nacional, alejado de las élites del partido, podía atraer más a los votantes en los estados bisagra.
Las encuestas dirán si el gobernador ha logrado su objetivo de convencer a los estadounidenses, más allá del United Center, de que le den el “sí, quiero”. De momento, su primera prueba está completa. Este jueves, le toca el turno a su pareja electoral. La candidata presidencial, Kamala Harris, pronunciará su propio discurso de aceptación de su candidatura. Y tendrá que convencer a los votantes de que este entusiasmo que sienten, esta ilusión que ha invadido a las bases demócratas en las últimas cuatro semanas, no ha sido algo pasajero. Que este es solo el comienzo de una hermosa amistad.