El legado de la era de Pinochet sigue reflejándose en la sociedad chilena actual, emergiendo entre las ruinas de su obra, esa concepción del hombre de Pinochet que lo convierte en un individuo que mezquina las migajas que el sistema le permite. Hernán González, un profesor y columnista de Valparaíso, examina en profundidad esta cuestión.
Durante su gobierno, Pinochet prometió «Haré propietarios y no proletarios», una afirmación que ha dejado un costo social enorme en el país. A finales de su dictadura, las cifras de pobreza alcanzaban cerca del 40%. Esta situación no fue el resultado de una revolución silenciosa ni de una política económica acertada, como afirmó el filósofo pop del neoliberalismo, Joaquín Lavín, ni de la arquitectura institucional creada por Jaime Guzmán y otros ideólogos de la dictadura.
En cambio, González sostiene que el legado de Pinochet es el resultado de la violación sistemática de los derechos humanos, la persecución y aniquilamiento del movimiento sindical, y la censura y proscripción del pensamiento y las opiniones opositoras. Fueron estas tácticas, materializadas en legislaciones como el Artículo 8° de la Constitución del 80, las que permitieron la persecución y aniquilamiento de la izquierda.
En la actualidad, la ideología de Pinochet perdura en el lema «con mi plata no» de la industria de las AFP (Administradoras de Fondos de Pensiones). Este lema es una continuación de la filosofía pinochetista, una que, según José Piñera, habría garantizado el triunfo de la derecha en el plebiscito constitucional posterior a la Convención Constitucional.
Este triunfo cultural es producto de la represión y el control del Estado que los empresarios, especuladores y prestamistas han ejercido durante décadas. Es también el resultado de una batalla cultural que se libra en todos los ámbitos de la vida social y política, desde los medios hasta las organizaciones sociales y ciudadanas.
Esta batalla es la que determinará la dirección que tomará la crisis política e institucional que actualmente enfrenta Chile. La ultraderecha saca provecho de esta incertidumbre, lo que está causando el hundimiento definitivo de los representantes de la democracia de los acuerdos.
Sin embargo, esta situación no garantiza necesariamente el éxito de quienes luchan por la transformación del modelo neoliberal. Los sostenedores del sistema pueden aprovechar este momento para provocar la irrupción de un centro radical que posponga indefinidamente la transformación, en medio de estallidos espasmódicos de descontento social.
La reforma cultural y el triunfo de los que luchan por más democracia, más justicia social, más igualdad, más libertad y autonomía social y personal, pasarán necesariamente por la lucha contra la ideología reaccionaria y proempresarial que se esconde detrás del lema «con mi plata no».
Es esencial desenmascarar su contenido de clase, que es la defensa de la propiedad de los grandes consorcios a través de la apropiación mensual de parte de los salarios de trabajadores y trabajadoras. González advierte que es el carácter de clase de la propiedad en el sistema neoliberal lo que está en disputa, no solamente su disponibilidad.
Finalmente, el profesor expone que esta lucha se está desarrollando preferentemente en el Parlamento, como si sindicatos y organizaciones sociales no tuvieran nada que decir al respecto. De esta manera, se presenta un debate cultural como una cuestión técnica o política, lo que probablemente permita a la derecha seguir posponiendo indefinidamente la transformación y a las AFP incrementar sus fondos multimillonarios, financiando los negocios de un puñado de magnates y fundamentando su hegemonía política, social y cultural sobre el resto de la sociedad.