El inicio de una nueva ronda de negociaciones entre Israel y Hamás en Doha para establecer un alto el fuego, después de una guerra que ha durado 10 meses, ha coincidido con la espantosa noticia de que el número de muertes en la región palestina de Gaza ha superado las 40,000. Las cifras de víctimas mortales provienen del Ministerio de Sanidad del Gobierno de Hamás en la Franja de Gaza, y son corroboradas por las Naciones Unidas e investigadores independientes.
Las estadísticas de las autoridades sanitarias de Gaza, que se basan en parte en los testimonios de los familiares de las víctimas, no distinguen entre milicianos y civiles. Según los datos que se disponen, casi el 70% de los muertos son mujeres (unas 11,100) y menores de edad (16,500). La historia de dos de los últimos niños, de solo cuatro días de edad, que murieron en un bombardeo israelí junto con su madre y su abuela, ha conmocionado al mundo.
Además, 36 de los menores fallecidos murieron debido a la falta de alimentos o medicamentos. Se estima que unos 17,000 niños han quedado huérfanos de uno o ambos padres. El gobierno de Benjamín Netanyahu cuestiona las cifras de las autoridades sanitarias de Gaza, pero al mismo tiempo afirma que solo contabiliza «terroristas» muertos, una definición amplia que incumple las normas del derecho internacional.
El diario israelí Haaretz ha comparado la cifra de muertes con las de otros conflictos bélicos, incluyendo aquellos en los que se han cometido genocidios. Si bien el número bruto de muertes en Gaza es inferior al de otros conflictos más letales, es proporcionalmente uno de los más altos del siglo XXI, teniendo en cuenta el corto período de tiempo (10 meses) y la población de Gaza, que es de unos 2.3 millones de personas.
El número de muertes es equivalente a aproximadamente el 2% de la población de Gaza, y eso solo incluye los cuerpos que se han encontrado hasta ahora. Se estima que hay miles de cadáveres aún enterrados bajo los escombros que se añadirán a la cifra total una vez que la guerra termine.
Las cifras son históricas también en términos de los colectivos afectados. Israel ha prohibido la entrada a los periodistas internacionales, mientras que los corresponsales militares israelíes y, de vez en cuando, periodistas extranjeros con opiniones más alineadas con las políticas de Netanyahu, son los que informan desde el terreno. Según el Ministerio de Sanidad de Gaza, 168 periodistas y blogueros, 855 miembros del personal médico y 79 enfermeros han perdido la vida.
Además, el constante goteo de muertes, el vértigo de las últimas semanas en la política estadounidense y la normalización de la situación han desviado la atención de la invasión de Gaza. Sin embargo, a finales de julio, Israel asesinó a dos figuras prominentes: el número dos de Hezbolá, Fuad Shukr, en su feudo en Beirut, y el líder político de Hamás, Ismail Haniya, en Teherán.
Irán y Hezbolá prometieron venganza y Estados Unidos intentó desactivar una represalia que podría desencadenar una brutal respuesta y abrir las puertas a una guerra regional justo antes de las elecciones presidenciales estadounidenses. La preocupación llevó a los Estados Unidos, Egipto y Qatar, los países que median entre Israel y Hamás, a convocar una reunión para negociar un alto el fuego en Gaza.
John Kirby, portavoz de la Casa Blanca para asuntos internacionales, anunció que las negociaciones continuarán y calificó el inicio de las conversaciones como «prometedor». Aunque Hamás no estaba presente, Kirby restó importancia a su ausencia, ya que su comunicación se realiza a través de Qatar y Egipto.
Paralelamente, Hamás ha emitido un comunicado en el que afirma que un guardia mató a un rehén israelí que estaba vigilando «por venganza, y en contra de las instrucciones», después de enterarse de que sus dos hijos habían muerto en un bombardeo. Hamás ha afirmado que este incidente no representa su ética ni las instrucciones de su religión sobre el trato a los cautivos.