Las tranquilas calles de Trento, una ciudad en el norte de Italia, han sido testigo de una historia que mezcla la desesperación, el altruismo y la humanidad en sus formas más crudas. El bar Caffè Nettuno, regentado por Amedeo Gaudio, de 68 años, fue víctima de un robo que dejó a su dueño más conmovido que enojado.
Amedeo Gaudio no es ajeno al crimen. Desde que llegó a Trento en 1986, ha sufrido varios robos en sus locales. En los años 90, cuando estaba al frente del Bar Novo, los ladrones rompieron el escaparate y se llevaron el dinero de la caja. Pero este último robo, perpetrado en la madrugada del jueves pasado, tiene una peculiaridad que lo hace destacar entre los demás.
El ladrón no sólo se llevó los 1.300 euros que había en la caja registradora, también dejó tres notas escritas a mano, en post-its amarillos, que expresaban su desesperación y disculpa por el acto cometido. “En una ponía ‘Disculpe’. En la segunda ‘Necesitaba (el dinero), por favor, perdóneme’. Y en la tercera, ‘Soy drogadicto’”, relata Gaudio.
El dueño del café, lejos de enfadarse, se conmovió con estas notas. “Le perdono. De hecho, casi me hizo feliz leer esas notas. Si se tomó la molestia de escribirlas arriesgándose a que llegara la policía fue porque realmente las necesitaba”, afirma Gaudio.
Según el relato de los policías que intervinieron en el lugar de los hechos, el ladrón forzó una ventana con el sillín de una bicicleta, luego se subió a un contenedor de productos orgánicos y entró en el café. Una vez en el interior, usó una mesa de «patas altas» para facilitar su movimiento y finalmente, salió por la misma ventana que había forzado. Las cámaras de seguridad cercanas al café pudieron captar imágenes del ladrón con su rostro cubierto huyendo por la Via Cavour.
Gaudio, que no había activado las cámaras de seguridad internas del café esa noche, asegura que en su opinión, el ladrón no quiso causar más daño del necesario. «Fue un ‘robo’, pero intentó por todos los medios dañar lo menos posible mi casa, acertando con la papelera y la cerradura de la ventana. Y esas notas me conmovieron. Diré más: una vez capturado y cumplida su posible condena, si viniera a pedirme disculpas, pensaría en ayudarle ofreciéndole un trabajo», dice Gaudio.
El robo fue descubierto a las 6 de la mañana del día siguiente, cuando el pastelero que entrega los cruasanes al café se percató de que la puerta estaba bloqueada y la ventana desprendida. A raíz de este incidente, Gaudio ha decidido seguir el consejo de su hija Silvia y no dejar demasiado dinero en la caja para evitar futuros robos.
Este relato pone de manifiesto la complejidad y las múltiples caras de la realidad social, donde la delincuencia y la adicción a las drogas se cruzan con la empatía y la compasión de un dueño de café que, lejos de buscar venganza, ofrece una mano amiga a su asaltante.