El imponente portaaviones estadounidense Gerald Ford, que se distingue por ser el más grande de todas las fuerzas armadas del mundo, es una joya de la corona de la Marina de EE. UU. Aunque se encuentra actualmente en el muelle para una extensa puesta a punto, su poderío y tamaño hacen que sea casi imposible ignorarlo. Con una eslora de 337 metros, el Gerald Ford es más largo que algunas calles y posee 23 nuevas tecnologías integradas, incluyendo sistemas de radares duales y lanzaderas electromagnéticas que le permiten poner un avión en el aire cada siete segundos.
A pesar de encontrarse en reposo, la actividad en el buque es constante. En el interior de la torre de mando se realizan reparaciones, mientras marineros y técnicos se desplazan de un lado a otro transportando cajas y supervisando la cubierta de 78 metros de ancho, con capacidad para 75 cazas y bombarderos. El portaaviones cuenta con 19 pisos que albergan desde un hospital hasta cinco gimnasios, ofreciendo todas las facilidades de una pequeña ciudad.
El armamento naval, que entró en servicio en 2017, acaba de regresar de su primera misión. Esta expedición, que originalmente estaba destinada a seguir los acontecimientos de la guerra en Ucrania, acabó llevándole al Mediterráneo oriental para evitar que la guerra en Gaza se extendiera a otras zonas de Oriente Próximo. La misión, que se prolongó durante 239 días más de lo previsto, integró por un tiempo a la fragata española Álvaro de Bazán.
El Gerald Ford representa el poderío de Estados Unidos y de la OTAN. Sin embargo, a medio kilómetro de distancia, un discreto edificio de ladrillo y cristal es la sede del Mando Aliado para la Transformación (ACT), el organismo de la OTAN encargado de analizar las tendencias que pueden marcar los próximos 20 años y anticiparse a ellas. En este edificio, alrededor de mil personas trabajan para predecir cómo serán las guerras del futuro.
El ACT, creado en 2003 tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, tiene como objetivo determinar cómo responder mejor a los desafíos del siglo XXI. Entre los aspectos que este organismo se encarga de analizar se encuentran la transformación digital, la interoperabilidad de los distintos equipos y la actuación coordinada de las distintas áreas: tierra, mar, aire, espacio y ciberespacio.
Según Gergely Németh, jefe de la división de Previsión Estratégica del ACT, determinar cómo serán las cosas en 20 años es casi imposible, pero es necesario hacerlo para poder guiar las futuras decisiones. Para ello, el ACT trabaja en colaboración con socios, empresas y académicos para realizar una investigación colaborativa. Durante el último año, se han desarrollado nueve talleres en los que participaron 800 analistas.
La división ha identificado 150 tendencias que se pueden resumir en siete grandes conductores del futuro. Estos incluyen la degradación climática y la pérdida de biodiversidad, la escasez de recursos, la transición a las energías verdes, las tecnologías disruptivas, un orden internacional en transición, el empoderamiento de grupos a través de la tecnología y la competición por los espacios comunes.
El portaaviones Gerald Ford, aunque es el más moderno del mundo en la actualidad, podría quedar obsoleto en 20 años debido a la evolución de las tecnologías y las cambiantes tendencias en la guerra. Sin embargo, el trabajo realizado por el ACT es fundamental para anticipar y prepararse para estos cambios futuros.