Westminster y los británicos: Una perspectiva internacional

EL PAÍS

La política en el Reino Unido ha sido objeto de un creciente escrutinio y descontento de la ciudadanía. Muchos ciudadanos admiten que no votan y ni siquiera recuerdan el nombre de su primer ministro. Se sienten ignorados por sus gobernantes y decepcionados con una clase política que ha sido protagonista de numerosos escándalos en los últimos años.

El Brexit, el partygate, un cambio constante de liderazgo y los políticos que aprovechan su información privilegiada para apostar en las elecciones son solo algunos de los incidentes que han marcado la política reciente del Reino Unido. Estos sucesos han dañado la confianza del público en los políticos e instituciones, y esta deuda de confianza tendrá que ser pagada por el líder laborista Keir Starmer.

La austeridad impuesta por David Cameron y George Osborne en 2010 ha dejado a los servicios públicos británicos en un estado lamentable. Las escuelas están en mal estado, las listas de espera en la sanidad pública son interminables, los ayuntamientos están en quiebra y los bancos de alimentos son la única fuente de ayuda en muchas ciudades pequeñas y medianas.

Esta es la realidad para muchos británicos que viven más allá de la capital y el próspero sur del país. Según la encuesta British Social Attitudes publicada por el National Centre for Social Research, la confianza en el gobierno y los políticos ha caído a su nivel más bajo en los últimos 50 años. El 45% de los encuestados dijeron que «casi nunca» confían en que el gobierno pondrá los intereses de la nación por delante de los de su propio partido.

Los jóvenes británicos se destacan en las encuestas como los más descontentos. La falta de oportunidades, el alto coste de la vivienda, la guerra en Gaza y la falta de contundencia de los políticos británicos, incluido Starmer, han alienado a muchos jóvenes.

Los recientes análisis también han demostrado la relación entre la creciente desigualdad y la desconfianza hacia el sistema político y las instituciones. Un estudio del The Institute for Public Policy Research (IPPR) advierte que la participación electoral es desigual, con los más ricos votando más y los más pobres votando menos.

La precaria situación financiera del Reino Unido que hereda Starmer, endeudado y con poco margen fiscal, significa que el nuevo primer ministro no tendrá los recursos necesarios para satisfacer, al menos por ahora, las necesidades urgentes de gran parte de la población.

El populismo se beneficia de este clima de descontento, logrando presentarse como una alternativa a los políticos tradicionales. Los líderes populistas, desde multimillonarios como Donald Trump hasta ex eurodiputados como Nigel Farage, han logrado transmitir una supuesta autenticidad y conectarse con los votantes.

La desafección política es uno de los grandes desafíos que Starmer deberá afrontar. Deberá recuperar la credibilidad de la clase política y ganarse la confianza de los ciudadanos descontentos. Su estilo sobrio y su respetada carrera profesional pueden ayudarle en esta tarea. Las señales que ha emitido hasta ahora indican un cambio de cultura política en la que no habrá lugar para los intereses personales de los políticos que celebran fiestas regadas de alcohol en plena pandemia.

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