El Dalai Lama, Tenzin Gyatso, quien actualmente se está recuperando de una cirugía de rodilla en un hospital de Nueva York, cumplirá 89 años el próximo sábado. La incertidumbre rodea su sucesión, ya que nadie sabe quién lo sucederá después de su muerte para continuar con un linaje que se remonta al siglo XIV. Incluso el propio Dalai Lama ha insinuado en múltiples ocasiones que es posible que no haya un sucesor. En una entrevista con la BBC en diciembre de 2014, declaró: «La institución del Dalai Lama dejará de existir algún día».
El líder espiritual tibetano se ha esforzado por despejar los rumores constantes sobre su delicado estado de salud, afirmando que vivirá más de 113 años y que abordará el tema de su «reencarnación» en julio de 2025, cuando entre en su decimocuarto año de vida. Sin embargo, detrás de su envejecida figura, se está fraguando una larga batalla por la sucesión entre la comunidad tibetana en el exilio y las autoridades chinas.
Los líderes políticos tibetanos en el exilio sostienen que la decisión de su sucesión está en manos del actual Dalai Lama, quien puede seleccionar a su próxima reencarnación o proporcionar pistas sobre el lugar o la familia donde nacerá, que probablemente estará en India. Este país acogió a Gyatso cuando huyó del Tíbet bajo control chino en 1959. Si esto ocurre, se rompería con el antiguo ritual de los monjes budistas de alto rango que recorren el Tíbet en busca del nuevo lama en un niño especial que puede identificar objetos que pertenecieron a su predecesor.
En Beijing, los líderes comunistas ateos afirmaron que tienen el derecho de designar al próximo Dalai Lama. El Partido Comunista Chino (PCCh), que considera a Gyatso un «separatista» que busca la independencia del Tíbet, desea controlar esta futura transición colocando a uno de sus títeres como el decimoquinto Dalai Lama, en un esfuerzo por garantizar la estabilidad a largo plazo en la Región Autónoma del Tíbet.
La semana pasada se celebró un foro sobre el Tíbet en China, en el que los funcionarios del PCCh afirmaron que el gobierno chino tiene jurisdicción para elegir las «reencarnaciones de budas vivientes en el budismo tibetano». Pekín apoya parte de su legitimidad para elegir al próximo Dalai Lama en el gran desarrollo del Tíbet en las últimas décadas. Es cierto que las reformas económicas han impulsado la economía de la región. Sin embargo, también es cierto que la estabilidad se ha logrado a través de la censura, controlando la enseñanza religiosa y persiguiendo a la disidencia.
Muchos de los tibetanos que abandonaron su tierra debido a la represión de las autoridades chinas se refugiaron bajo la tutela de su líder espiritual en la ciudad india de Dharamsala, donde también se encuentra el Gobierno tibetano en el exilio. Aunque este gobierno no es reconocido internacionalmente, cuenta con su propio sistema administrativo y judicial.
En el tira y afloja con China por la sucesión del Dalai Lama, la diáspora tibetana cuenta con el apoyo de India y de Estados Unidos. A finales de junio, Estados Unidos envió a Dharamsala una delegación del Congreso encabezada por la ex presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, quien ya había enfurecido a Beijing con una breve visita a Taiwán en el verano de 2022. Pelosi afirmó que Estados Unidos no permitirá que China influya en la elección de un nuevo Dalai Lama.