Elecciones presidenciales de Irán enfrentarán una segunda vuelta este viernes entre un candidato ultraconservador y un reformista. Este sorprendente giro de eventos ocurre tras una primera jornada de votación que registró niveles récord de abstención. La muerte del ex presidente Ebrahim Raisi en un accidente aéreo en mayo obligó a las autoridades a convocar elecciones anticipadas, en medio de una creciente insatisfacción social por la rigidez del gobierno y la falta de mejoras económicas.
En la primera ronda electoral, Masoud Pezeshkian, el único candidato reformista que superó el filtro de un grupo de clérigos y jueces, obtuvo un millón de votos más que la segunda opción con más apoyo, el ultraconservador Saeed Jalili. Aunque Pezeshkian no era favorito en ninguna de las encuestas publicadas en los últimos días de campaña electoral, los analistas sugieren que pudo haber concentrado el apoyo reformista frente al voto conservador dividido entre varios candidatos.
Los candidatos ultraconservadores que no pasaron a la segunda ronda están pidiendo el voto para Jalili, mientras que los reformistas y grupos opositores al régimen se han movilizado para concentrar esfuerzos en torno a Pezeshkian, quien cuenta con el apoyo de figuras clave de la Presidencia de Hasan Rohan, como el ministro de Exteriores Javad Zarif.
Las propuestas para relanzar la economía y sacar a Irán del aislamiento internacional no fueron suficientemente atractivas para atraer a los iraníes a las urnas. Según datos del ministerio del Interior, la primera vuelta registró una participación del 39,92%, la cifra más baja desde la creación de la República Islámica en 1979. Más de 37 millones de iraníes decidieron no votar el pasado viernes.
Grupos opositores y partidarios de un cambio de régimen, especialmente en la diáspora, llamaron activamente a boicotear las elecciones, percibiendo las propuestas de reformistas y conservadores como dos caras de la misma moneda. Estos críticos argumentan que el hecho de que las autoridades permitieran a Pezeshkian participar en las elecciones no es una señal de un proceso transparente y democrático, sino un intento de Teherán de mejorar su imagen.
La abstención es vista como una muestra activa de descontento contra el régimen, en medio de una creciente represión de las libertades de expresión y reunión tras las protestas antigobierno desencadenadas por la muerte en custodia policial de la joven Mahsa Amini. Los analistas también atribuyen la baja participación electoral a la desconfianza de que un nuevo gobierno pueda manejar la economía, arrastrada por las sanciones, la caída de la moneda local y una alta inflación.
Además, los poderes limitados del presidente en Irán, frente a la máxima autoridad del líder supremo y del Consejo de Guardianes, añaden apatía a la sensación generalizada de no poder lograr cambios significativos a través de las urnas. El ayatolá Ali Jamenei tiene la última palabra en prácticamente todas las decisiones del país. Sin embargo, el papel del presidente todavía marca el tono y la actitud de las políticas gubernamentales y podría influir en cuestiones importantes, especialmente en el campo de la diplomacia, como las negociaciones nucleares.
En una inusual declaración, Jamenei admitió que la tasa de participación en la primera vuelta fue «inferior a la esperada», pero descartó que quienes se abstienen estén en contra del régimen.
Por su parte, el ex presidente reformista Mohammad Jatami, que anteriormente pidió el boicot electoral, atribuyó la abstención a un descontento social. «Es una clara señal del descontento público con la situación actual y con el sistema gobernante», aseguró. «El descontento no se limita a quienes se abstuvieron de votar. Muchos de los que participaron también están insatisfechos y votaron con la esperanza de cambio».