El mar del Sur de China siempre ha sido un tema polémico. En la última década, Pekín ha ido extendiendo su dominio en la región, construyendo islas artificiales e instalaciones militares, y desplegando patrullas frecuentes. Estas acciones han causado tensiones, especialmente con Filipinas.
El incidente más reciente ocurrió el pasado 17 de junio. Se informó que varios marineros filipinos resultaron heridos, lo que ha elevado la preocupación en Manila y Washington. Ambas ciudades alertan de que una escalada del conflicto podría involucrar a países de todo el Indo-Pacífico.
La semana pasada, el presidente filipino, Ferdinand Marcos Jr., enfatizó la necesidad de hacer algo más que simplemente presentar protestas contra Pekín. Sin embargo, no proporcionó más detalles sobre lo que implica ese «algo más».
En junio, Manila acusó a la Guardia Costera china de embestir y abordar embarcaciones de la Armada filipina que intentaban reabastecer a la pequeña guarnición militar del Sierra Madre, un oxidado buque de la II Guerra Mundial encallado en el atolón de Ayungin desde 1999. El Gobierno de Manila mantiene este enclave en disputa con China.
El Ejército filipino afirma que los guardacostas chinos perforaron deliberadamente sus botes inflables con cuchillos, hachas y otros objetos puntiagudos, y saquearon las armas de sus tropas. Según la versión de Pekín, sus guardacostas tomaron medidas de control y de acuerdo con la ley contra una embarcación de suministros y dos lanchas motoras que habían accedido sin permiso del Gobierno chino a las aguas adyacentes al arrecife de Ren’ai Jiao (como el gigante asiático denomina Ayungin).
China acusa a Filipinas de enviar material de construcción al Sierra Madre para reparar el barco y evitar que termine de desintegrarse en el arrecife, situación que Pekín ha estado esperando desde hace 25 años. Aunque Manila sostiene que sus navíos solo están proveyendo de suministros a la pequeña guarnición de militares allí destacados, el diario Financial Times confirmó que el país ha logrado reforzarlo en secreto y alargar su vida útil, citando fuentes familiarizadas con la operación.
El líder filipino ha condecorado a los 80 marineros que fueron atacados e instó a seguir cumpliendo con su deber de defender la nación. Marcos Jr. aseguró que su país no cederá ni será intimidado ante ninguna potencia extranjera, y enfatizó que el archipiélago no busca instigar ninguna guerra, sino resolver todos estos asuntos de forma pacífica.
La Casa Blanca ha recordado que el tratado de defensa mutua firmado en 1951 con Manila se extiende a los ataques armados contra las Fuerzas Armadas, embarcaciones públicas o aeronaves filipinas —incluidas las de su Guardia Costera— en cualquier lugar del mar del Sur de China. El secretario de Defensa estadounidense, Lloyd Austin, reafirmó a su homólogo filipino, Gilberto Teodoro Jr., el férreo compromiso de Estados Unidos con Filipinas tras las peligrosas acciones chinas.
China reclama soberanía indiscutible sobre un 90% del mar del Sur de China, alegando razones históricas. Las aguas de esta estratégica vía navegable son ricas en recursos naturales y pesqueros, y por la zona transita anualmente un tercio del comercio mundial. En 2016, el Tribunal Permanente de Arbitraje en La Haya negó por unanimidad la base legal a sus argumentos y dictaminó que el expansionismo de Pekín viola los derechos soberanos de muchos de sus vecinos.
Los altercados entre los navíos filipinos y chinos no son ninguna novedad. Se han incrementado significativamente durante el Gobierno de Benigno Aquino III (2010-2016), quien presentó la histórica demanda de arbitraje. Aunque se apaciguaron durante el mandato de Rodrigo Duterte (2016-2022), más proclive al acercamiento a Pekín, desde la llegada al poder de Marcos Jr., Filipinas ha reforzado su relación militar con Estados Unidos con la vista puesta en China.
El secretario de Asuntos Exteriores del archipiélago, Enrique Manalo, expresó el pasado martes durante una audiencia del Senado que Filipinas está comprometida a trabajar con China para desarrollar medidas para fomentar la confianza, aunque reconoció que es un reto.
Abdul Rahman Yaacob, investigador del Programa del Sudeste Asiático del laboratorio de ideas australiano Lowy Institute, manifiesta que el punto de partida de cualquier negociación es muy complicado, porque ninguna de las partes va a renunciar a su soberanía. Traducir las políticas en un compromiso real con China es difícil, concluye.