El mundo tecnológico de hoy está marcado por la disrupción casi semanal, con cada nueva innovación cuestionando nuestras formas existentes de hacer las cosas. Sin embargo, la inteligencia artificial (IA) va mucho más allá, generando no solo un cambio en las respuestas, sino una revolución en las preguntas que planteamos. Es un espejo que no refleja nuestro cuerpo físico, sino nuestra mente y nuestras colectividades, proporcionando una imagen de lo que somos como especie.
La IA puede ser de varias formas: a veces distorsionada, creando alucinaciones; otras veces mágica, generando imágenes de nuestro subconsciente colectivo; y a menudo, un reflejo simple de lo que somos. Lo que nos aterra de una IA racista, clasista y patriarcal es que somos una sociedad que refleja esos mismos prejuicios. Es por eso que vernos reflejados en un algoritmo puede evocar el pánico que sintió Frankenstein de Mary Shelley al descubrir su rostro, o la fascinación que Narciso sintió al ver su reflejo en el estanque.
Esta dicotomía de la IA puede llevarnos a debates apocalípticos versus integrados, distrayéndonos con reflejos, como el espejo que confundió a Orson Welles en su persecución de la Dama de Shanghái. La distracción es aún mayor cuando los más ricos del planeta se reúnen en Davos para discutir el impacto de la IA en el trabajo, cuando son ellos y no los algoritmos los que toman las decisiones sobre el empleo de cientos de miles de trabajadores.
No debemos culpar al algoritmo. Que el reflejo, por algorítmico que sea, no nos distraiga. La IA no te va a quitar tu trabajo; será algún hombre poderoso el que lo intente para aumentar sus beneficios. La IA no mata en Gaza, son otros hombres poderosos los que perpetran masacres con la excusa del algoritmo. La IA puede ser utilizada para el bien, pero también puede ser utilizada para el mal, especialmente por individuos que no tienen el valor de resistirse a un sistema perverso. A medida que avanza la inteligencia artificial, deberíamos estar más preocupados por la estupidez natural. Las máquinas no ponen nuestro futuro en peligro, son las personas que las utilizan. Es importante recordarlo; Terminator no es un documental.
Debemos estar alerta sobre el efecto devastador que puede tener el espejo de aumento de la IA en los grandes fantasmas de nuestro tiempo: la desigualdad y la polarización. La IA puede crear una barrera entre quienes la usan y quienes no, generando ganadores y perdedores en países, empresas y personas. Si no hacemos nada para remediarlo, producirá una concentración de riqueza sin precedentes. Además, la IA generativa y sus sofisticadas mentiras están a punto de dinamitar la ya moribunda confianza. Pronto, solo una IA será capaz de diferenciar si un vídeo ha sido creado con otra IA. La inteligencia artificial crea la mentira y decide lo que es verdad. La desigualdad y la desconfianza son combustibles para el incendio en el que vivimos y preparan el terreno para los nuevos fascismos que asolan el planeta, hombres blancos asustados y enfadados mucho más peligrosos que cualquier algoritmo.
El reflejo en el espejo no es el rostro; como el mapa a escala 1:1 de Borges sigue sin ser el territorio. La IA, por parecida a nosotros que sea, siempre será un simulacro, pero confiemos en la posibilidad, por pequeña que sea, de que nos haga más humanos. Es una cuestión de inteligencia natural.