El próximo domingo, Francia enfrenta un desafío monumental en las urnas, una decisión que tiene el potencial de redefinir tanto su historia como la de Europa. Los franceses deberán decidir si desean darle el poder a una mayoría de extrema derecha, liderada por la euroescéptica Marine Le Pen, quien podría convertirse en la primera mujer al mando del país. Alternativamente, podrían optar por mantener viva la coalición de fuerzas políticas que hasta ahora ha logrado mantener a raya a la extrema derecha. Según los resultados de la primera vuelta de las elecciones legislativas del domingo, los votantes ya han decidido retirar su confianza en el presidente, Emmanuel Macron, para liderar la Asamblea.
Dos carreras políticas han comenzado en Francia este lunes. Por un lado, está el Reagrupamiento Nacional, el partido de Le Pen, que busca reunir el máximo apoyo posible para alcanzar una mayoría absoluta en el Parlamento (289 diputados) y formar gobierno. Aunque todavía no lo ha logrado, está a solo un puñado de escaños de distancia. Por otro lado, el resto de los partidos están luchando contra reloj para reconstruir el dañado escudo republicano, también conocido como cordón sanitario, que hasta ahora ha evitado que Le Pen se haga con el poder.
Este cordón se ha roto, como lo demuestra el resultado de las urnas el domingo. Por primera vez, el partido de extrema derecha se ha posicionado como la primera fuerza política en Francia, logrando superar al centrista y europeísta Emmanuel Macron. También ha superado a la izquierda, que se presentó unida en estas elecciones para intentar frenar a Le Pen y que ha resistido bien las divisiones internas.
Las urnas han dibujado una Asamblea fracturada y polarizada, con el bando centrista de Macron debilitado. Los partidos ya han adelantado sus estrategias de cara a la votación del próximo domingo, que es crucial para el país y para una Europa donde, como se vio en las últimas elecciones europeas, la extrema derecha está ganando poder e influencia.
La idea es rearmar el frente anti-extrema derecha, aunque la polarización en los bloques lo está dificultando. Para ello, algunos candidatos de izquierda y del campo presidencial están renunciando a la batalla en la segunda vuelta en lugares donde hay duelos a tres bandas, para favorecer al candidato que esté mejor posicionado para vencer al de Le Pen.
En estas elecciones se eligen 577 diputados, uno por circunscripción, por lo que es como si se celebraran 577 mini elecciones. A la segunda vuelta pasan dos candidatos, pero si hay mucha participación, como ocurrió ayer, pueden pasar tres y hasta cuatro. Esto dispersa el voto, que en este caso beneficia al grupo mejor posicionado, el de Le Pen.
Unos 169 candidatos, según el recuento de Le Monde, han renunciado a presentarse en su circunscripción para evitar ese duelo a tres bandas y evitar favorecer a Le Pen. Estos candidatos sacrifican su participación, que tiene pocas vías de victoria, y apoyan a uno que no quieren, pero que consideran menos malo que el de Le Pen.
El bloque de Le Pen cree que puede llegar a conseguir la mayoría absoluta que le permitirá nombrar a como primer ministro a Jordan Bardella. A sus 28 años, es el gran protagonista de estas elecciones, el que ha conseguido arrastrar gran parte del voto que Le Pen ha arañado el domingo. RN ha dicho que no van a retirar a sus candidatos y Bardella ha tendido la mano a todos los votantes de derechas, los centristas y también «los de derecha moderada».
Sobre todo porque la izquierda ha sido la más clara a la hora de dar consigna de voto: ni uno para Le Pen. Lo dijo el líder socialista, Raphael Glucksmann: «No nos equivoquemos de enemigo». También el líder de La Francia Insumisa, Jean-Luc Melenchon, al que la mayoría presidencial, la de Macron, considera igual de peligroso que Le Pen.
Macron provocó un cataclismo al disolver la Asamblea hace dos semanas, tras el triunfo de la extrema derecha en las europeas del 9 de junio. Dijo que buscaba «una clarificación» nacional. La que arrojan las urnas es una Francia polarizada, que ya no le quiere y donde el viejo esquema político y las lógicas electorales ha saltado por los aires. Una Francia con un escudo republicano roto, donde los que antes eran «el principal enemigo» a batir ahora ya no lo son.