El pasado debate entre los dos principales candidatos a la presidencia de los Estados Unidos, Donald Trump y Joe Biden, ha dejado mucho que desear. Por un lado, el actual presidente y candidato republicano, Trump, no respondió a ninguna de las preguntas de los periodistas, o proporcionó propuestas concretas sobre lo que haría en caso de ser reelegido. En cambio, Trump centró su atención en atacar la capacidad y los resultados de su oponente, enmarcándolos como un desastre en comparación con su mandato.
Trump se presentó con una energía corporal más dinámica que sugería una estrategia y preparación superiores a las de Biden. Aunque su enfoque fue más un largo y repetitivo anuncio electoral, fue eficaz al menos en términos de estrategia. A pesar de la falta de contenido sustancial, Trump ganó también el debate no verbal.
Por otro lado, Biden, el candidato demócrata, no logró evidenciar los supuestos peligros del regreso de Trump a la Casa Blanca. A pesar de que su rendimiento mejoró a medida que avanzaba el debate, Biden tuvo momentos de lapsus y confusión que alimentaron la pregunta inicial: ¿Puede resistir Biden la embestida y la agresividad de Trump?
En un momento cómico y casi ridículo, los candidatos discutieron sobre su edad y las posibles limitaciones que esto podría traer para ejercer el «trabajo más duro del mundo». La discusión se centró en sus habilidades cognitivas y culminó en un desafío a un juego de golf para demostrar quién tenía mejor hándicap. Ambos ofrecieron una imagen caduca y elitista, lo que contrasta con la percepción del público, donde un sondeo de CBS y YouGov reveló que solo el 28% del electorado considera «fuerte» a Biden, frente al 66% que piensa lo mismo de Trump.
Antes del debate, Biden había aumentado la dureza de sus mensajes contra Trump. Su campaña invirtió 50 millones de dólares en un spot que describe a Trump como un «desquiciado» dispuesto a hacer cualquier cosa por el poder. A pesar de esto, su ventaja en algunas encuestas es pequeña y no se refleja en los estados reñidos que definirán la elección.
A pesar de su debilitamiento en las encuestas, la sentencia de finales de mayo contra Trump ha movilizado aún más a su base de apoyo. Su campaña ha aprovechado este impulso para aumentar la recaudación económica, un aspecto en el que había estado por detrás del partido Demócrata durante todo el año.
El debate de hoy habrá confirmado los prejuicios y apriorismos de los votantes duros de cada candidato. Pero habrá dejado perplejos a los indecisos y sumidos en muchas dudas sobre el sentido de su voto. La agresividad de Trump puede ser su debilidad. Y la debilidad de Biden, puede ser su fortaleza al mostrar rasgos de resistencia que generan un vínculo de afecto, aunque sea condescendiente y sin entusiasmo.
Biden ha perdido el sentido del humor irónico que le caracterizaba. Solo hemos visto algunos retazos de este como cuando le ha dicho «llorón» a Trump. Pero esos destellos iluminaban, también, los muchos momentos de niebla que le han acompañado en el debate. Trump, en cambio, ha ido a clavar todos los argumentos que sabe que hacen daño y siembran dudas entre los demócratas todavía renuentes y en los indecisos.
El balance final es muy pobre: ambos han mostrado sus limitaciones. La elección está definida. Los electores deben elegir al menos malo de los dos. Y esta falta de energía movilizadora puede perjudicar, seriamente, a los demócratas. Votar resignados es votar derrotados. Por eso, a pesar de todo, Trump consigue ganar, porque Biden no consigue abrir con fuerza la esperanza de que hay pelea, todavía.