La Plaza Murillo en La Paz, Bolivia, es donde Lucero, una vendedora de maíz de 28 años, ha hecho su vida durante la última década. El miércoles pasado, alrededor de las tres de la tarde, su tranquila rutina fue interrumpida por la entrada a toda velocidad de carros blindados del Ejército por una de las calles laterales. Inicialmente, Lucero no le dio demasiada importancia pensando que era una exhibición militar. Sin embargo, la situación rápidamente se volvió más seria cuando los soldados comenzaron a lanzar gases lacrimógenos.
Junto a Lucero, Dolores, otra vendedora de maíz de 20 años, pudo ver cómo un tanque conducido por el exjefe del Ejército, el general Juan José Zúñiga, quien había sido destituido 24 horas antes por el presidente Luis Arce, atropellaba la pequeña puerta de rejas verde del Palacio Quemado. «Me asusté mucho, los soldados gritaban que nos teníamos que ir, pero nunca entendimos qué pasaba», dice Dolores. Al día siguiente, la puerta mostraba las cicatrices del ataque, custodiada por 17 policías. Sin estar informado, estos hierros retorcidos serían la única evidencia para un transeúnte de que en Bolivia había ocurrido un intento de golpe de Estado.
El general Zúñiga está preso en La Paz junto a una docena de militares que se sumaron a la asonada del miércoles. Es posible que pase hasta 30 años en la cárcel, una pena que sumará a la destitución que sufrió por amenazar en la televisión al expresidente Evo Morales. Zúñiga había declarado que estaba dispuesto a detener a Morales si este insistía en ser candidato en las generales de 2025.
El presidente Arce no tuvo más remedio que destituirlo, una decisión que seguramente no fue fácil dada la amistad entre ambos. La rebelión terminó tan rápido como había comenzado. Arce nombró a un nuevo jefe del Ejército, apresó a Zúñiga y celebró en la plaza Murillo junto a sus seguidores que la casa estaba en orden. Sin embargo, este incidente revela una tensión subyacente en Bolivia.
La oposición al Gobierno del Movimiento al Socialismo (MAS) inicialmente repudió la rebelión de Zúñiga, pero esta tregua duró solo unas pocas horas. La noche del miércoles, ya se estaba sugiriendo que todo había sido un montaje de Arce para ganar popularidad interna y apoyo externo. A la idea del autogolpe se sumó también Evo Morales, padre político de Arce y hoy enemigo sin retorno del presidente en la lucha por el control del MAS. El Gobierno acusó entonces a Morales de golpista.
La politóloga Susana Bejarano tiene una mirada alternativa. “La asonada muestra la debilidad del Gobierno de Arce”, dice, “se lo acusa de que no es capaz de tomar decisiones rápidas. El tiempo de espera entre la destitución y el nombramiento del nuevo jefe del Ejército le da margen a Zúñiga para planificar la locura que hizo. Ese problema de gestión explica mejor lo que ha pasado. El intento golpe de Estado le puede dar legitimidad a Arce, pero en dos días esto se acaba y los problemas de Bolivia seguirán ahí”.
La imagen positiva de Arce viene en picada desde mayo, cuando pasó del 34% al 28% en solo un mes, según un sondeo de la consultora Diagnosis. Las causas hay que buscarlas en la crisis económica: en Bolivia falta combustible por la escasez de dólares para importar, la inflación crece y se ha instalado la idea de que todo irá peor el año que viene.
El humor social no es el mejor para un presidente que en un año irá por su reelección. En ese escenario de sombras se juega la disputa ente Arce y Morales. “Arce ve una amenaza en Morales en el sentido que ambos son candidatos en las elecciones de 2025″, dice Raúl Peñaranda, analista y director del portal de noticias Brújula Digital. “El presidente está débil, no toma decisiones, la economía está mal. En tres años de Gobierno, el presidente ha dado solo seis conferencias de prensa. Y Evo es todo lo contrario, es una aplanadora, aunque tampoco tiene tanto apoyo entre el electorado”, agrega.
Cuando Zúñiga atacó el Palacio Quemado el miércoles, los bolivianos se lanzaron a los mercados y tiendas y atiborraron las gasolineras. Temerosos de que un agravamiento de la crisis política se convirtiese luego en escasez, hicieron hasta cuatro horas de fila para llenar el tanque de gasolina o comprar alimentos.
No se los puede culpar. Con 39 golpes de Estado desde 1946, entre exitosos y fallidos, tienen mucha experiencia en esto de poner a prueba la democracia. El reflejo se traduce en una alta movilización social ante cualquier amenaza.
El jueves, bajar desde la ciudad de El Alto, donde está el aeropuerto, hacia la ciudad de La Paz demandaba dos horas, más de cuatro veces lo habitual. Las organizaciones sociales, fuertes en ese municipio obrero y campesino de más de un millón de personas, habían decidido cortar la carretera principal en apoyo a Arce. También hubo movimientos sociales reunidos en la Plaza Murillo, aunque tal vez no tantos como el presidente hubiese esperado.
El desafío de Arce es recuperar la mística de las mejores épocas del MAS, cuando el precio del gas, principal producto de exportación de Bolivia, estaba por las nubes y la economía bullía. No le será fácil, según explica Diego Ayo, doctor en Ciencias Políticas. “En 2006, con Morales, se inició una fase ascendente que ahora está en decadencia tanto en lo político como en lo económico. Cuando el problema está en los dos factores al mismo tiempo se quiebran los cánones normales y cualquier cosa puede pasar”, dice Ayo.
El levantamiento de Zúñiga tiene que ver con este camino hacia lo inverosímil. “Zúñiga cree que sigue en 1981 y que debe ser el auxiliar de Luis García Meza, el peor dictador que tuvimos en la historia. Cuando hace sus declaraciones contra Morales frente a la prensa, envalentonado y saltándose la Constitución, se lanza a una tropelía de lo más vulgar. A Arce simplemente se le sale de las manos la torpeza de un militar”, dice.
Solo así se explica que Lucero, la vendedora de maíz en la Plaza Murillo, creyese el miércoles que la irrupción violenta de los carros blindados formaba parte de un espectáculo militar. Así de inesperado e inverosímil fue el golpe de Estado fallido en Bolivia.