La tensión y el descontento se pueden palpar en las calles de Tel Aviv en Israel, donde miles de personas se manifiestan contra el gobierno de Benjamín Netanyahu. Pancartas con mensajes como «Estamos jodidos» reflejan el sentimiento generalizado de desesperación y frustración de la población ante la falta de soluciones al conflicto con Hamas. Esta situación ha estado en marcha desde el 7 de octubre, y a pesar de los más de 260 días de ofensiva, los israelíes no ven una salida a la crisis.
Las acusaciones contra Netanyahu son variadas y graves. Se le culpa de no asumir la responsabilidad del mayor fracaso de seguridad en la historia de Israel, de no hacer todo lo posible para liberar a los secuestrados (actualmente quedan 120 en cautiverio), y de no ser capaz o no querer poner fin a una de las guerras más largas con funerales de soldados diarios.
Las ciudades del norte y sur de Israel, cercanas al Líbano y la Franja de Gaza respectivamente, han estado desiertas durante ocho meses debido a una evacuación sin precedentes en un país acostumbrado a innumerables guerras. Los líderes de las protestas acusan a Netanyahu de priorizar su supervivencia política, señalando como ejemplo su intento de mantener la exención militar para los jóvenes ultraortodoxos, mientras el resto de la población permanece en la reserva, a pesar de la intensificación del conflicto con Hamas y otras milicias proiraníes.
Por su parte, el partido de Netanyahu, el Likud, argumenta que aquellos que piden la dimisión de Netanyahu y elecciones anticipadas son los mismos que se opusieron al plan de reforma judicial en 2023. Sin embargo, la persistencia de la guerra con Hamas y la amenaza de un conflicto aún más duro con Hizbul en Líbano han mantenido las protestas a raya.
La situación estratégica de Israel se deteriora con el paso del tiempo, y el avance de las tropas en Rafah, donde ya controlan el estratégico Corredor de Filadelfia, es directamente proporcional al alejamiento de un alto el fuego y la liberación de los secuestrados. Este creciente malestar se hizo evidente este fin de semana en Tel Aviv, Jerusalén y otras ciudades. «Es el momento de luchar y salir a las calles y carreteras. Hay por lo que luchar», proclamó el escritor David Grossman en la manifestación más multitudinaria.
Pese a los gritos en las calles, Netanyahu no muestra preocupación, ya que estos no se traducen en votos en la Knesset en Jerusalén, donde mantiene una mayoría de 64 de los 120 diputados junto a sus socios ultraconservadores. Además, considera que estas protestas son obra de una minoría que se opone a él desde hace años.
Yuval Diskin, ex jefe del servicio de seguridad interna, fue contundente en su discurso: «El peor y más fracasado primer ministro de la historia del país nos ha llevado en la última década a una crisis estratégica multidimensional en la seguridad interior, en la seguridad regional y en el ámbito internacional».
En respuesta a las acusaciones de prolongar la guerra para mantenerse en el poder, Netanyahu asegura que no puede finalizar la ofensiva sin eliminar las capacidades armadas y de gobierno de Hamas y garantizar que no se repita un nuevo ataque como el del 7 de octubre.
Además, Diskin acusó a Netanyahu de «destruir las relaciones estratégicas con Estados Unidos». A esto, Netanyahu respondió que ha habido una disminución dramática en las municiones que llegan a Israel desde Estados Unidos durante los últimos cuatro meses.
El exconsejero de Seguridad Nacional, Eyal Hulata, criticó la confrontación de Netanyahu con el aliado más importante de Israel: «En Washington escuché que la ayuda militar estadounidense tiene lugar a pesar de Netanyahu y no gracias a Netanyahu».
El ministro de Defensa, Yoav Gallant, ha iniciado una visita a Estados Unidos para tratar el envío de armas, la nueva fase de la guerra en Gaza y la escalada con Hizbul. Gallant es el miembro del gobierno israelí que genera más confianza en la administración Biden, a pesar de mantener malas relaciones con Netanyahu.