La pequeña ciudad de Voru, ubicada en el sureste de Estonia, ha sido testigo de una militarización acelerada y evidente. Los ciudadanos de Voru se han adaptado a la presencia constante de soldados británicos, franceses y estadounidenses en sus bares locales y el tráfico de camiones militares en sus calles adoquinadas. El enemigo, Rusia, se encuentra a tan solo 30 kilómetros de distancia, y el temor a una posible invasión ha calado profundamente entre la población.
Esta ansiedad es tal que muchos de los 12.000 habitantes de Voru mantienen sus coches con el tanque de gasolina lleno y una maleta con lo esencial preparada, por si deben huir repentinamente. En la cercana base militar de Taara, Mati Tikerpuu, comandante de una de las dos brigadas del ejército estonio, afirma que su intención sería «hacer frente a los invasores lo antes posible».
La base de Taara también alberga un centro de formación de reclutas, ya que el servicio militar es obligatorio para los hombres en Estonia, y aloja a tropas en rotación del Reino Unido, Estados Unidos y Francia, las tres potencias nucleares de la OTAN.
Los traumas del estalinismo y el temor al expansionismo del Kremlin en Estonia, Letonia y Lituania, las únicas tres antiguas repúblicas soviéticas integradas en la UE y la Alianza Atlántica, han resurgido debido a la guerra de Rusia en Ucrania y las matanzas de civiles.
La situación de vulnerabilidad de las repúblicas bálticas, tres aliados amenazados por Rusia que carecen de profundidad estratégica y tienen ejércitos limitados, ha obligado a la OTAN a reconfigurar su estrategia de defensa para la región en los últimos dos años.
Estonia cuenta con solo 4.500 soldados profesionales y 40.000 reservistas. A pesar de haber aumentado el gasto en Defensa por encima del 3,5% del PIB, su ejército no tiene ni un solo tanque ni avión de combate, y su población de 1,3 millones de habitantes es comparable al número de militares en las Fuerzas Armadas de Rusia.
La relación entre Tallin y Moscú se ha deteriorado profundamente en el último decenio. En septiembre de 2014, un policía estonio fue secuestrado en la frontera por agentes del Servicio de Seguridad Federal ruso. Desde entonces, las autoridades estonias han denunciado innumerables «ataques de guerra híbrida», que incluyen sabotajes, interferencias en la señal GPS, campañas de desinformación y ciberataques.
Kaja Kallas, la primera ministra estonia, insiste en que Rusia está llevando a cabo una «guerra en la sombra» contra Occidente. Kallas, quien aspira a suceder a Josep Borrell como alto representante para la Política Exterior y de Seguridad de la UE, ha sido una de los principales halcones en Bruselas, instando a aprobar sanciones aún más duras contra Moscú.
Estonia está construyendo una robusta valla en la frontera con Rusia, equipada con cámaras, sensores y radares. Además, está planificando una red de 60 búnkeres a lo largo de los 294 kilómetros que separan al país de Rusia. A finales de mayo, Noruega, Finlandia, Polonia y los tres países bálticos acordaron la creación de un sistema coordinado de drones a lo largo de sus fronteras orientales.
Estonia es uno de los aliados que más ayuda ha donado a Ucrania, con el 1,7% de su PIB. En el Ministerio de Defensa estonio, son mayoría los que consideran que países como Alemania, Italia y España deben hacer un mayor esfuerzo para evitar que el Kremlin logre sus objetivos en Ucrania.
Los servicios de inteligencia occidentales coinciden en que Rusia podría atacar a un miembro de la OTAN en los próximos 5 a 10 años. No contemplan la opción de invadir todo un país, pero sí de una operación terrestre en la que se ocupe una franja de terreno para poner a prueba el principio de defensa colectiva, piedra angular de la organización transatlántica.
«Podríamos resistir una invasión durante un par de semanas», estima Tikerpuu, «suficiente hasta que lleguen los refuerzos aliados». El teniente coronel Meelis Vilippus, jefe de la Sección de Cooperación Internacional de las Fuerzas de Defensa de Estonia, cree que Rusia mantendrá «la actitud imperialista a la que jamás ha renunciado desde el siglo XVII» si no es derrotada en Ucrania. «Podrían atacarnos en dos o tres años», predice Vilippus. «Somos la nueva línea Maginot».