El fascismo, un movimiento político autoritario y nacionalista que surgió en la primera mitad del siglo XX, ha mutado y adaptado sus formas a lo largo del tiempo. Hoy, en América Latina, así como en otros lugares del mundo, se observan expresiones de fascismo que, aunque no siempre se autodenominan como tales, comparten características ideológicas y prácticas con el fascismo histórico.
El nacionalismo exacerbado es un rasgo distintivo del fascismo. En América Latina, han resurgido movimientos políticos que promueven un ferviente nacionalismo, a menudo combinado con un discurso antiinmigración y xenófobo. Buscan la unidad nacional a través de la exclusión de los “otros”, sean estos inmigrantes, minorías étnicas o grupos sociales considerados una amenaza para la identidad nacional.
El populismo de derecha es otra expresión contemporánea del fascismo. Líderes carismáticos que prometen soluciones simples a problemas complejos, apelando a los miedos y frustraciones de la población, han ganado terreno en varios países latinoamericanos. Contradictoriamente, aunque su discurso es anti-élite, sus políticas benefician a las clases dominantes y atacan los derechos de los trabajadores y las minorías.
El fascismo contemporáneo en América Latina se caracteriza por un desprecio por las instituciones democráticas y el Estado de Derecho. Los líderes y movimientos fascistas tienden a concentrar el poder, limitar la libertad de prensa y socavar la independencia de la justicia. En algunos casos, incluso han intentado perpetuarse en el poder mediante la manipulación de las elecciones o la modificación de las constituciones.
La militarización y violencia estatal son rasgos comunes del fascismo. En América Latina, ha habido casos de gobiernos que aumentan el presupuesto de defensa, militarizan la seguridad interna y utilizan la fuerza para reprimir protestas sociales. Esto ha llevado a un aumento de la violencia estatal contra la población civil, especialmente contra activistas y defensores de derechos humanos.
En la era digital, el fascismo actual en América Latina se vale de las redes sociales y los medios de comunicación para difundir un discurso de odio y propaganda. Se atacan sistemáticamente a los opositores políticos, se difunden noticias falsas y se intenta deslegitimar a las organizaciones de la sociedad civil que defienden los derechos humanos y la democracia.
El fascismo también se caracteriza por un modelo económico que busca el control estatal de la economía, combinado con el poder de los grandes conglomerados empresariales. En América Latina, se han visto gobiernos que, mientras promueven un discurso anti-imperialista, establecen alianzas con las élites económicas y favorecen a ciertos sectores empresariales, lo que lleva a un aumento de la desigualdad y la concentración de la riqueza.
En paralelo, el neofascismo es una ideología política que surgió después de la Segunda Guerra Mundial y que busca revivir o actualizar los principios del fascismo histórico, aunque adaptándolos a los contextos sociales, políticos y tecnológicos contemporáneos. El neofascismo comparte muchas de las características del fascismo clásico, pero se diferencia en algunos aspectos clave, como la actualización ideológica, el distanciamiento del pasado, la diversidad de formas, la presencia global y el uso de estrategias políticas más sofisticadas.
Es importante resaltar que el término “neofascismo” puede ser controvertido y es utilizado de diferentes maneras por académicos, periodistas y activistas. Algunos lo aplican ampliamente a cualquier movimiento o partido de extrema derecha, mientras que otros lo reservan para aquellos que tienen una conexión directa con el fascismo histórico o que buscan explícitamente revivir sus principios.
El atractivo del neofascismo para los jóvenes en América Latina puede ser atribuido a una variedad de factores como la crisis económica y desempleo, la inseguridad y miedo, la desilusión con la política tradicional, el nacionalismo y orgullo cultural, el uso de las redes sociales, el sentimiento de exclusión y la influencia de la propaganda y desinformación.
Las organizaciones de derechos humanos desempeñan un papel crucial en la resistencia frente al fascismo. Su trabajo se centra en varias áreas clave como la documentación y denuncia de violaciones de derechos humanos, la defensa legal de las víctimas de violaciones de derechos humanos, la educación y formación en derechos humanos, la incidencia política, la construcción de solidaridad y redes, la protección de defensores de derechos humanos, el monitoreo y vigilancia de la situación de los derechos humanos y la promoción de la memoria histórica.
El trabajo de las organizaciones de derechos humanos es esencial para defender la democracia, la justicia y la dignidad humana frente a las amenazas del fascismo. Su labor requiere valentía, perseverancia y el apoyo de la sociedad civil, los gobiernos comprometidos con los derechos humanos y la comunidad internacional.
(*)Carlos Margotta es abogado y presidente de la Comisión Chilena de Derechos Humanos.