El reconocido analista Fernando García recuerda que fue en 2022 cuando la Naciones Unidas conmemoró por primera vez el 18 de junio como el Día Internacional para contrarrestar el “discurso de odio”. Esta expresión, aunque nueva, encuentra sus raíces en los tiempos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, motivada por la toma de conciencia de las barbaridades nazis y la necesidad de proteger a los grupos cuya destrucción había sido propuesta mediante la incitación al odio y la violencia.
En el siglo XXI, con la llegada de Internet y con ella de las redes sociales, el tema adquiere una relevancia completamente nueva. La capacidad viral de éstas permite que esas diatribas puedan alcanzar una audiencia muy amplia y diversa en un muy breve tiempo. En la década del 2010 los gobiernos y las propias plataformas tecnológicas empiezan a ver la necesidad de establecer regulaciones y políticas destinadas a combatir este tipo de discursos, en plena concordancia con la mayor conciencia sobre la necesidad de proteger los derechos humanos y luchar contra la discriminación.
La Estrategia y Plan de Acción de la ONU para la lucha contra el discurso de odio lo define como “cualquier tipo de comunicación ya sea oral o escrita -o también comportamiento- que ataca o utiliza un lenguaje peyorativo o discriminatorio en referencia a una persona o grupo en función de lo que son, en otras palabras, basándose en su religión, etnia, nacionalidad, raza, color, ascendencia, género u otras formas de identidad”.
A día de hoy, pese a que no hay una definición unánimemente aceptada, los discursos de odio se caracterizan por deshumanizar a las personas o grupos odiados. No sólo se les estigmatiza, asignándoseles características negativas, cualidades morales reprobables, sino además se les suele presentar como un verdadero peligro para la patria, la moral, la religión, la tradición, la raza, el país, etc. Los discursos de odio están a menudo fundados en falsedades o en hechos distorsionados, apelan al miedo y los prejuicios para aumentar la hostilidad hacia esos grupos, y facilitar el uso de la violencia contra ellos.
Los discursos de odio en Chile, como en el mundo, también son muy antiguos. Hay algunos que tienen muchas décadas, como los dirigidos contra las mujeres, o los homosexuales, que hoy se extienden contra todos quienes participan de la diversidad sexual, (LGTB+), y/o manifiesten postulados feministas.
En estos discursos del odio, se descalifica, menosprecia, se desvaloriza. El otro se construye esencialmente sobre la base de mentiras y verdades a medias. En esos discursos por un lado se identifica la moral conservadora tradicional, la de ellos, como propia del orden “natural”, y luego se descalifican las propuestas feministas y de reconocimiento y dignificación de la diversidad sexual, como “anti naturales” y con objetivos propias de perversión, especialmente de los niños, pedofilia, destrucción de la familia, entre otros antivalores.
El principal discurso de odio en nuestro país, el más permanente, el más explícito, el que más recursos ha requerido y por cierto el que más víctimas ha provocado, ha sido el discurso anticomunista. Sus manifestaciones más extremas se dieron durante la dictadura de Ibáñez, (que también persiguió encarceló y asesinó homosexuales) con cientos de militantes perseguidos, torturados, encarcelado y asesinados, durante la aplicación de la Ley maldita, gobierno de González Videla y casi todo el segundo de Ibáñez y durante la dictadura de Pinochet.
El anticomunismo que llamaba a “extirpar el cáncer marxista”( que distinguía entre “humanos y humanoides”, que buscaba “estrangular la serpiente comunista”, fue la doctrina que justificó miles de ejecutados políticos y de desaparecidos, decenas de miles de torturados y presos políticos, cientos de miles de perseguidos y exiliados, y que la acusación de “comunista” se aplicó además indiscriminadamente a muchos que jamás lo fueron.
Hoy, cuando la homofobia sigue rondando nuestra historia, y el anticomunismo sigue siendo visceral, se hace más imprescindible que nunca reconocer, concienciar y contrarrestar las narrativas de odio, que, no lo olvidemos, es una manera más de luchar contra la discriminación y por los derechos humanos.