La política italiana siempre ha sido conocida por su naturaleza volátil y apasionada. Sin embargo, los eventos recientes en la Cámara de los Diputados de Roma han llevado esta reputación a un nuevo nivel. Durante un debate rutinario sobre la ley de autonomía diferenciada para las regiones, los parlamentarios se involucraron en una escena grotesca de empujones, patadas y golpes que dejó a un diputado de la oposición abandonando el hemiciclo en silla de ruedas.
La tensión y confrontación son una constante en el panorama político italiano, tanto dentro de las frecuentes coaliciones gubernativas como entre el Gobierno y la oposición. A diferencia del Parlamento español, donde los enfrentamientos son retóricos, en Italia, los encontronazos violentos entre diputados y senadores se producen prácticamente todos los años. Aunque la violencia no es frecuente, no es completamente inusual tampoco.
Esta refriega es un ejemplo extremo de la creciente crispación política que se respira en el país, alimentada por algunas propuestas de ley particularmente espinosas del Gobierno ultraderechista. Una de estas es la mencionada ley de autonomía diferenciada, que permite a las regiones solicitar autorización al Gobierno para gestionar de manera autónoma ciertas competencias del Estado central. Sin embargo, la oposición acusa al Ejecutivo de querer «partir en dos al país» y denuncia que la norma penalizará a las regiones del sur, tradicionalmente más atrasadas.
Otro tema de controversia es la reforma del premierato, que se está debatiendo en el Senado y que implicaría un cambio en la Constitución para reforzar los poderes del primer ministro. La idea del Gobierno ultraderechista es que los ciudadanos elijan al jefe del Ejecutivo directamente en las elecciones, sin pasar por el Parlamento, como se hace actualmente.
Los últimos altercados dentro y fuera del Parlamento han variado en sus causas, desde la carne cultivada hasta las finanzas, el salario mínimo y la autonomía de las regiones. A pesar de que la Constitución establece que “los ciudadanos que tengan encomendadas funciones públicas tienen el deber de desempeñarlas con disciplina y honor”, la sensación de una cierta tolerancia hacia el conflicto parlamentario sin límites parece haberse extendido en Italia.
La trifulca del miércoles comenzó con la oposición cantando el himno nacional y ondeando banderas en protesta contra la norma propuesta por la Liga liderada por Matteo Salvini. Cuando un diputado del Movimiento 5 Estrellas intentó entregar una bandera italiana al ministro de Asuntos Regionales en señal de protesta, dos vigilantes de seguridad le impidieron acercarse al gobernante. En apenas unos segundos, un grupo de diputados de la coalición de Gobierno irrumpió y se desató el tumulto.
Las secuelas del altercado se extendieron hasta el jueves, cuando los parlamentarios de la oposición volvieron a entonar el Bella Ciao y gritaron “fuera los fascistas del Parlamento”. La oposición ha protestado enérgicamente, prometiendo ser «extremadamente dura» contra las reformas que desmonten la estructura constitucional del país.
El Gobierno, por su parte, ha intentado restar importancia a los hechos, argumentando que se trata de un intento de opacar la cumbre del G-7 organizada por la primera ministra Giorgia Meloni. Sin embargo, la oposición italiana ha denunciado el modo en que quedó recogida la refriega en el acta parlamentaria de la sesión del miércoles, que se refiere a los hechos como «desórdenes» en lugar de una agresión.
Este episodio es un ejemplo manifiesto de la creciente tensión y crispación política en Italia. A medida que las tensiones continúan escalando, la estabilidad y el futuro de la política italiana permanecen inciertos.