El ambiente en el estadio WiZink era de despedida antes del inicio del juego. Rudy era el centro de atención, ya que una victoria del Real Madrid significaría prácticamente un adiós a una leyenda del baloncesto. Este iba a ser su último partido en el WiZink, el lugar donde con su talento y sabiduría baloncestística conquistó a una multitud de aficionados. Y como si el destino tuviera estos giros irónicos, el jugador balear iba a tener su momento de emoción y protagonismo. Si la final no regresa a Madrid y si el equipo de Chus Mateo gana uno en Murcia, quedarán en la memoria los últimos momentos de Rudy, sus cuatro triples, su impulso irreprimible y sus lágrimas.
Este podría haber sido la última noche de Rudy en el Palacio con la camiseta del Real Madrid, pero también podría ser la última para Chacho o Causeur. Los blancos están a un paso de la reconquista de la ACB, de su tercer título del año, en una temporada cuyo broche de oro se quedó en Berlín. Con su energía arrolladora, el Real Madrid fue demasiado para el UCAM, que puso todos los ingredientes en el duelo para pelear, pero que fue frustrado por el colectivo blanco; Chus Mateo dirige un equipo versátil, lleno de armas con las que puede destrozar a cualquier oponente.
El UCAM será recordado como un digno finalista, un honor que forjó en dos eliminatorias históricas contra Valencia y Unicaja sin factor cancha y que honró ante un Real Madrid al que no salió a observar pasivamente. Sant-Roos dice que son «las locuras» de Sito Alonso las que todos siguen al pie de la letra. Pero cómo iban a llegar hasta aquí y no competir, no intentar disfrutar de la adrenalina de una batalla en la que la mayoría nunca estuvo.
El UCAM salió a competir con valentía y coraje, utilizando la zona como cebo para intentar hacer dudar al rival (los blancos fallaron 10 de los primeros 11 triples que intentaron) y con los guerreros de Sito dispuestos a hacer cualquier cosa. A mediados del segundo acto, incluso se veían en ventaja en el marcador (22-23), con un oponente al que le señalaban dos técnicas por protestar.
Pero entonces apareció Rudy, que no quiere despedidas con alfombras rojas. Quiere baloncesto, competición, lo que mejor hizo siempre. Con él en pista todo cambió. Un parcial de 18-7 hasta el descanso, con Yabusele como mejor acompañante y una respuesta táctica genial de Mateo. Zona contra la zona, Rudy a los mandos y el segundo round cuesta abajo.
El Murcia no se iba a rendir tan fácilmente. Y eso que Musa, con demasiado afán de protagonismo ofensivo, estiró la cuerda hasta el +13 (49-36). Sito volvió a poner manos a la obra, rigor táctico e intensidad, Sleva como respuesta y triples que se clavaban en el pecho del Madrid. El de Hakanson, volvió a acercar a los visitantes (55-51).
Y entonces volvió Rudy. Y robó un balón. Y levantó a las tribunas. Y se llevó el enésimo golpe. Y anotó su tercer triple, ya en el último cuarto, cuando se estaba escribiendo un guión maravilloso. Porque después también clavó, a una mano, una canasta sobre la bocina de la posesión. Para delirio del WiZink.
El Murcia siguió intentándolo, pero ahí seguía Rudy, que con su cuarto triple sin fallo sentenció el partido. Quedaban más de dos minutos, Chus Mateo lo cambió por Llull y se produjo un momento inolvidable. Una ovación infinita, más de 10 minutos de honor a la leyenda entre lágrimas. A un jugador irrepetible, un adiós único.