El nacionalismo religioso en Israel, un movimiento que ha ganado una influencia política y social sin precedentes y que lucha por colonizar Palestina a través de la fuerza y la fe, celebra su fortaleza cada primavera con una marcha multitudinaria hacia el Muro de las Lamentaciones. Esta manifestación, que coincide con el Día de Jerusalén, conmemora la conquista de la parte palestina de la ciudad durante la Guerra de los Seis Días en 1967. Durante los últimos tres años, la marcha ha obtenido permiso para cruzar el barrio musulmán, lo que resulta en el cierre forzado de todas las casas y tiendas de la zona, que son a menudo vandalizadas con pegatinas racistas, islamófobas y ultranacionalistas. En la última marcha, la policía reportó la detención de 18 manifestantes, incluyendo varios adolescentes, y informó que al menos cinco de ellos habían agredido a periodistas.
Los seguidores del nacionalismo religioso en Israel están conscientes de que están viviendo su momento, y sienten que Israel se está convirtiendo más en una nación que refleja sus valores y menos en un país que refleja los ideales de sus fundadores. Como lo expresó uno de los manifestantes, Lirón, un joven de 26 años: “Es más Jerusalén y menos Tel Aviv. Menos liberal y secular y más en nuestra vía, la de Dios y Jerusalén”.
El sentimiento de euforia y provocación es palpable entre los participantes de la marcha. El ministro de Seguridad Interior, Itamar Ben Gvir, es una de las figuras más populares del movimiento y en su discurso reafirmó las reivindicaciones territoriales del nacionalismo religioso: “Jerusalén es nuestro, la puerta de Damasco [que da acceso al barrio musulmán] es nuestra. El Monte del Templo es nuestro”. El Monte del Templo es el nombre en hebreo del lugar donde se ubicaba el antiguo templo judío, que fue destruido por los romanos hace dos milenios y que hoy es conocido como la Explanada de las Mezquitas.
En el contexto de la reciente escalada de violencia en Gaza, la región estuvo particularmente presente en la marcha de este año. Algunos manifestantes acababan de regresar de combatir en Gaza, mientras que otros cantaban lemas como “Gaza arde” o “No queremos a Mohamed en Shayaia”. Los discursos de los líderes del movimiento se convirtieron en una forma de presionar al primer ministro, Benjamín Netanyahu, para que continúe la guerra en Gaza, que ellos perciben como una contienda religiosa, y para que inicie un nuevo conflicto con el partido-milicia chií Hezbolá, en Líbano.
Las palabras del ministro de Finanzas, Bezalel Smotrich, otro líder del movimiento, resumen la visión compartida por muchos de los manifestantes: “Los monstruos de Hamás llamaron a su masacre Diluvio de Al Aqsa. Ellos saben perfectamente que todo empezó aquí”. Para ellos, la lucha en Gaza y en Jerusalén es la misma.
Entre los cánticos habituales de la marcha se escucharon frases como “Muerte a los árabes”, “Un árabe es un hijo de puta; un judío, un alma” y “Mahoma está muerto”. Los periodistas fueron nuevamente el blanco de agresiones, con decenas de adolescentes lanzándoles botellas de agua.
La marcha hacia el Muro de las Lamentaciones fue también una oportunidad para que los seguidores del movimiento expresaran su desprecio hacia los palestinos. Un adolescente escribió la palabra “puta” en la puerta de una tienda, mientras que otros acosaban a una mujer palestina que intentaba llegar a su casa escoltada por la policía.
Las camisetas y pegatinas con la cara y los lemas del asesinado rabino Kahane eran una presencia constante en la marcha. Kahane defendía la expulsión de los palestinos y su partido fue ilegalizado en Israel debido al racismo de sus ideas. Sin embargo, su legado parece estar vivo entre los seguidores del nacionalismo religioso.