La salud mental de la generación Z ha experimentado un drástico cambio en la última década. Según un estudio publicado en la revista JAMA Psychiatry, las tasas de depresión y ansiedad entre los adolescentes han aumentado en un 50% desde 2010, y las tasas de suicidio han aumentado en un 32%. Este fenómeno ha afectado a la generación Z, aquellos nacidos a partir de 1996, de una manera alarmante, con uno de cada diez niños y jóvenes, o 293 millones en todo el mundo, desarrollando un trastorno mental. Estos son los datos más altos que se han registrado en cualquier generación en la historia.
Este aumento en los problemas de salud mental ha coincidido con la adopción masiva de los smartphones y la actividad en las redes sociales. Muchos atribuyen este fenómeno a estos factores, y varios estudios respaldan esta idea. Sin embargo, esta teoría ha sido cuestionada por algunas voces académicas y sociales, como Candice L. Odgers, de la Universidad de California, quien argumenta que esta explicación puede ser engañosa y que podría estar desviando la atención de las verdaderas causas de la crisis de salud mental que afecta a los jóvenes.
Investigaciones recientes han demostrado que la tecnología y las redes sociales pueden tener un impacto negativo en la salud mental de los jóvenes cuando reemplazan las actividades al aire libre y el juego físico. Según un estudio de OnePoll, solo el 27% de los niños juegan regularmente en la calle, en comparación con el 71% de los baby boomers que lo hacían en su juventud. Además, se encontró que los adultos que jugaban al aire libre de niños tenían una mejor salud mental autopercibida.
El miedo a la calle y la creciente seguridad de los espacios digitales han llevado a los padres a limitar el acceso de sus hijos a la calle y a preferir que permanezcan en casa, donde pueden ser supervisados. Sin embargo, este cambio ha llevado a los niños a pasar más tiempo frente a las pantallas y a perder la oportunidad de interactuar físicamente con sus compañeros y el entorno. Los expertos advierten que este cambio en el comportamiento puede tener repercusiones serias en la salud mental de los jóvenes.
La importancia del juego físico se ha destacado como un factor crucial en el desarrollo de los niños y adolescentes. Este tipo de actividad permite a los jóvenes practicar habilidades físicas, interactuar socialmente y experimentar con el mundo de una manera que no pueden hacer a través de las pantallas. Muchos estudios demuestran que los mamíferos jóvenes, incluyendo los humanos, pueden sufrir de depresión cuando se les priva de juego físico.
Además, el juego físico permite a los niños y adolescentes conectarse con su entorno y sus compañeros de una manera que las experiencias virtuales no pueden replicar. David Bueno, profesor de biología en la Universidad de Barcelona, explica que los años de infancia y adolescencia son cruciales para el desarrollo del cerebro. Durante este tiempo, el cerebro está especialmente receptivo a las experiencias del entorno circundante, y estas pueden tener un gran impacto en el desarrollo emocional y social del individuo.
La generación Z, sin embargo, ha crecido en un mundo donde las experiencias virtuales son cada vez más comunes y atractivas. Las empresas tecnológicas han desarrollado juegos y actividades emocionantes diseñadas para liberar dopamina y crear adicción, y estos han reemplazado en gran medida al juego físico y a las interacciones sociales en persona.
La sobreprotección y la preferencia por la seguridad han llevado a muchos padres a limitar el tiempo que sus hijos pasan al aire libre, y a su vez, los niños y adolescentes encuentran cada vez más atractivo pasar tiempo en casa, frente a las pantallas. Sin embargo, los expertos advierten que este cambio puede tener consecuencias serias para la salud mental de los jóvenes.
Aunque es tentador culpar a los teléfonos inteligentes y a las redes sociales de la crisis de salud mental que afecta a los jóvenes, muchos expertos sostienen que esto es solo una parte de un problema más complejo. La solución, argumentan, puede requerir un cambio en la forma en que los padres y la sociedad en general ven el juego y la interacción social de los niños y los adolescentes. En lugar de limitar su acceso a la calle, puede ser más beneficioso fomentar las actividades al aire libre y el juego físico, y proporcionar una supervisión y orientación adecuadas en el uso de la tecnología.