El ganador del Premio Nobel de Economía, Paul Krugman, ha expresado recientemente la preocupación de que la próxima elección presidencial en Estados Unidos podría ser la última «elección real» en el país. Esta declaración proviene de la creciente incertidumbre en torno a la posible reelección del Presidente Donald Trump. Aunque Krugman hizo esta afirmación antes de conocer el fallo del tribunal de Nueva York contra Trump, este acontecimiento ha aumentado aún más la ansiedad y las dudas.
Desde el anuncio de la sentencia judicial, el futuro de la elección presidencial del 5 de noviembre se ha vuelto aún más incierto. Las especulaciones varían desde la posibilidad de una mayor movilización de los seguidores de Trump hasta desertiones entre aquellos que ahora podrían dudar en votar por él.
Sin embargo, es posible que el mayor impacto se vea en los votantes potenciales de Joe Biden, el candidato demócrata a la presidencia. Cualquier indecisión o escrúpulo que puedan haber tenido estos votantes probablemente se haya disipado a raíz de la sentencia del tribunal. Dado que el resultado de la elección puede depender de un puñado de votos en estados claves, este cambio podría ser suficiente para inclinar la balanza a favor de Biden.
La reacción de Trump al fallo judicial ha sido característicamente combativa. Ha afirmado que el sistema democrático de los Estados Unidos está «amañado» (rigged) y se ha autodenominado como «un prisionero político». Estos comentarios no son nuevos; Trump ha cuestionado repetidamente la integridad del sistema electoral y judicial estadounidense.
Lo más alarmante de esta situación no es simplemente la retórica de Trump, sino la respuesta de sus seguidores. Muchos de ellos han aplaudido estos ataques al sistema democrático y han aumentado su apoyo financiero a la campaña de Trump. Lo que esto revela es una disposición a desmantelar la democracia y sus instituciones por el bien de un solo individuo o partido, poniendo el partidismo por encima del sistema.
Esta tendencia no es exclusiva de los Estados Unidos y no es simplemente el resultado de la presencia de un personaje como Trump. Lo que se está erosionando es la cultura cívica, un componente esencial de la democracia. Esta cultura se basa en la adhesión a las reglas, la aceptación de la legitimidad de los oponentes políticos, la atención a los deberes cívicos y la disposición a actuar en interés del público en general.
Hoy en día, esta cultura cívica está siendo socavada por una creciente indiferencia ciudadana y una obsesión con los intereses personales y partidistas. La lealtad al partido se valora por encima del fair play democrático e incluso del orden legal.
El problema de la erosión de la cultura cívica no es simplemente una cuestión de reformas institucionales. La democracia requiere que los ciudadanos estén dispuestos a defenderla. Ellos son, en última instancia, los árbitros del sistema. Este fue el caso en Alemania en enero de 1933, cuando Hitler llegó al poder, y será el caso el próximo 5 de noviembre en Estados Unidos.
Hoy, muchos creen que Trump puede ser controlado si es reelegido. Sin embargo, es importante recordar que en 1933, muchos alemanes también creían que Hitler podría ser controlado una vez que estuviera en el poder. La historia demostró que estaban equivocados. La pregunta es si los estadounidenses aprenderán de la historia o si cometerán los mismos errores.