El lanzamiento de un cohete o una lanzadera espacial fuera de la atmósfera terrestre es una tarea extraordinariamente compleja, con miles de millones de dólares y, potencialmente, la vida de los astronautas en juego. Cada componente debe funcionar de manera impecable, como si se tratase de un intrincado rompecabezas. Una de las fases más críticas de un lanzamiento es el transporte del vehículo espacial hasta su plataforma de lanzamiento.
En el corazón de este proceso se encuentra el NASA Crawler, un vehículo de propulsión propia diseñado para transportar grandes pesos desde el complejo de montaje de las lanzaderas y cohetes (VAB, Vehicle Assembly Building) hasta la zona de lanzamiento (Launch Complex 39). Este monumental vehículo autopropulsado, que se desplaza sobre pesadas cadenas, recorre un trayecto de 5,6 km en unas cinco horas con extremo cuidado.
Conocido como el segundo vehículo autopropulsado y de combustión interna más pesado del planeta, solo superado por la grúa china XGC88000, el NASA Crawler es una impresionante pieza de ingeniería. Se construyeron dos unidades de este vehículo, apodadas Hans y Franz, entregadas a la NASA en 1965 con un costo unitario de 14 millones de dólares, o 139 millones de dólares a precios actuales.
En términos de dimensiones, los NASA Crawlers miden 40 metros de largo y 35 metros de ancho, con una plataforma de carga ajustable entre 6,1 y 7,9 metros. Para mantener horizontal el vehículo espacial durante el transporte, es necesario levantar la parte trasera del Crawler, superando así la pendiente del 5% que lleva hasta la plataforma de lanzamiento.
Maniobrando con tecnología láser para una precisión milimétrica, cada Crawler pesa 2.721 toneladas y se asienta sobre cuatro juegos dobles de orugas. Cada oruga lleva 57 eslabones, y cada eslabón pesa 910 kg. Pero quizás la característica más impresionante de estos colosos es su capacidad máxima de carga, estimada en aproximadamente 8.200 toneladas.
En 2016, la NASA llevó a cabo una serie de actualizaciones profundas en uno de sus Crawlers, creando lo que se conoce ahora como el Super Crawler. Este vehículo mejorado fue diseñado para ser compatible con el sistema Artemis de cohetes pesados, que se utilizará en futuras misiones tripuladas a la Luna.
Los motores de tracción del Super Crawler son dos diésel ALCO 251 de 16 cilindros en V que producen una potencia unitaria de 2.750 CV. Estos motores suministran energía a cuatro generadores de 1.000 kW (1.340 CV), que a su vez alimentan 16 motores eléctricos que transmiten la potencia a las orugas.
Además, el Super Crawler cuenta con dos generadores de 1.500 kW alimentados por motores diésel recién renovados. Estos se encargan de alimentar los complejos sistemas hidráulicos, la iluminación, ventilación y otras funciones auxiliares de la plataforma. Durante la actualización, también se reacondicionaron y actualizaron 45 áreas, incluyendo su sistema de propulsión y sus dos cabinas de conducción.
El consumo de combustible de este monstruo no es escaso: 30.000 l/100 km, o mejor dicho, 296 l/km. Sin embargo, considerando el peso que mueve, este asombroso consumo de combustible no es sorprendente. Los depósitos de combustible del Super Crawler tienen una capacidad de 19.000 litros de gasóleo, suficientes para unos cuantos viajes de ida y vuelta hasta la zona de lanzamiento.
Desde su compra en 1965, se estima que los Crawlers han acumulado unos 5.500 km, siendo Franz el que más «kilometraje» acumula. Esta distancia equivale a un viaje de ida entre Miami y Seattle. Aunque ya no están en garantía desde 2015, la NASA tiene planes de seguir usando al menos su Super Crawler en el futuro. Su actualización extiende su vida útil en al menos 20 años, y desde el año 2000, ambas plataformas son objetos industriales catalogados y protegidos por el U.S. National Register of Historic Places.