El próximo 6 al 9 de junio está marcado como un hito crucial en la historia de la Unión Europea (UE) con las elecciones que se llevarán a cabo. Estas elecciones han sido denominadas como una batalla política por la supervivencia del modelo actual de la Unión Europea. Las fuentes coinciden en que estas elecciones, las décimas desde que el Parlamento Europeo se empezó a elegir por sufragio directo en 1979, son las más trascendentales en los 45 años de comicios europeos.
Las amenazas que enfrenta la UE son tanto internas como externas, con un panorama geopolítico incierto y fuerzas ultranacionalistas en ascenso que buscan revertir el proceso de integración europea. Los efectos potenciales de estas elecciones no se limitan a la UE, ya que países como España también tienen mucho en juego. La posible inclinación de Europa hacia una Unión más conservadora y más blindada, con menos solidaridad interna y volcada hacia un Este que se siente amenazado por Rusia, podría tener graves repercusiones internas.
La coyuntura tanto europea como internacional sugiere que la importancia de estas elecciones supera con creces la de otras elecciones europeas anteriores. Esta es la primera vez que los europeos votarán en un contexto de creciente inestabilidad, con un riesgo de guerra que lleva al continente a una carrera armamentista. En esta carrera, la Comisión Europea participará por primera vez, aunque sea en detrimento de los fondos agrícolas y de cohesión.
Este escenario también pone a prueba la estabilidad política de socios tan importantes como Alemania, Francia, España o Polonia. Una alta fuente europea señala: “En las elecciones de este año no se dirime solo un reparto de escaños, sino el rumbo que tomará la UE durante las próximas décadas”. Si se rompe el motor de integración formado por la democracia cristiana y la socialdemocracia, el proyecto de la UE podría mutar y tomar el rumbo de desintegración y renacionalización que defienden los grupos ultranacionalistas y de extrema derecha.
El mensaje sobre los peligros para la supervivencia de la Unión en su estado actual se ha colado en la campaña con una potencia no vista en anteriores convocatorias. “No vamos a dejarles que destruyan lo que hemos construido juntos”, proclamaba Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea y aspirante a repetir en el cargo, en referencia a los partidos de extrema derecha como el francés Reagrupamiento Nacional (RN) o Alternativa para Alemania (AfD), a los que ella acusa de estar al servicio de Rusia.
Sin embargo, Von der Leyen también se muestra dispuesta a colaborar con los grupos ultra que considera “proeuropeos” como los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, aliados de Vox y del polaco PiS de Jaroslaw Kaczynski. Por su parte, la vicepresidenta del Gobierno español y número uno de la lista socialista para el 9-J, Teresa Ribera, percibe “un auge muy importante de la ultraderecha, con propuestas contrarias al espíritu de convivencia y tolerancia propios de los valores europeos”.
En este contexto, las alarmas sobre el riesgo de colapso de la Unión llegan desde todas las esquinas del continente, sea por boca del presidente francés, Emmanuel Macron ―“Seamos lúcidos, nuestra Europa, la de hoy, es mortal. Puede morir”― o del exjefe del BCE Mario Draghi. “O Europa actúa junta y profundiza su unión o me temo que la UE no sobrevivirá más que como un mero mercado único”, ha avisado el italiano, que no parece haber dicho aún su última palabra en política europea.
El reparto de puestos tras estas elecciones estará marcado más que nunca por los resultados. El voto servirá para dilucidar las posibilidades de reelección al frente de la Comisión Europea, en concreto, de la presidenta Ursula von der Leyen. Esta es la primera vez que la continuidad de los altos cargos de la UE está tan ligada a las urnas.
La figura de Von der Leyen es bastante conocida en muchos países europeos tras un lustro de hiperactividad en Bruselas. Y su deseo de repetir al frente de la Comisión ya ha provocado que propios y extraños se pronuncien sobre su renovación. Von der Leyen ha dejado claro que si es reelegida acometerá cambios profundos en la estructura y la gestión del organismo comunitario.
La presidenta en ejercicio y candidata pretende visualizar el giro caqui de Bruselas con el nombramiento, por primera vez, de un comisario europeo de Defensa. El objetivo de la Comisión no es comandar unas fuerzas armadas europeas, sino impulsar e incentivar la integración de los conglomerados armamentísticos nacionales para crear uno o varios gigantes industriales capaces de plantar cara a sus competidores de EE UU o China.
En definitiva, las próximas elecciones europeas marcarán el inicio de una nueva Europa, tanto por sus dimensiones con el gigante de Ucrania pidiendo socorro en la puerta, como por la revisión de políticas ancladas en el siglo XX de la envergadura de competencia, control de ayudas de Estado o supervisión de inversiones extracomunitarias. El destino de esta nueva Europa pende de las urnas el próximo 9 de junio.