En Berlín, el Real Madrid se enfrentó a un desafío monumental en la final de la Euroliga contra el Panathinaikos. Esta fue la tercera final consecutiva para el equipo español, lo que demuestra su dominio en el baloncesto europeo en los últimos años. Sin embargo, el partido resultó en una amarga derrota para ellos, a pesar de haber comenzado fuertemente y haber tenido una ventaja de 14 puntos durante el segundo acto.
El partido comenzó con una gran euforia para los fanáticos de Madrid. La canasta de Sergio Llull en los primeros minutos fue un indicativo de la confianza del equipo en su camino hacia su duodécima victoria en la Euroliga. Sin embargo, a mediados del segundo acto, el equipo comenzó a enfrentar problemas significativos. Fueron principalmente las faltas de los interiores las que se convirtieron en el primer indicativo de problemas que finalmente llevarían al equipo a la derrota.
El equipo estaba preparado para enfrentarse a Mathias Lessort del Panathinaikos, que había demostrado ser un formidable adversario en partidos anteriores. Lessort, un jugador francés de gran poder y velocidad, había dominado la pintura en el partido anterior en el WiZink, causando la primera derrota de Madrid en la Euroliga en febrero. Sin embargo, a pesar de su preparación, el equipo de Madrid no pudo contener a Lessort.
La situación se complicó aún más cuando Tavares y Poirier, dos de los jugadores clave del Madrid, cometieron faltas tempranas en el partido. Esto llevó al entrenador, Chus Mateo, a la frustración y le costó una falta técnica. Poirier también fue expulsado más tarde en el partido y recibió una falta técnica por protestar en la segunda mitad.
Mateo expresó su confusión y frustración con la dirección del partido después del encuentro. Él señaló que las faltas pusieron al equipo fuera del partido y criticó el arbitraje de Rocha, Belosevic y Difallah. Sin embargo, Mateo también admitió que el equipo no jugó a su mejor nivel y no pudo aprovechar la oportunidad de ganar.
A medida que avanzaba el partido, el equipo de Madrid se volvió cada vez más previsible en su juego. No pudieron mover bien la pelota y se volvieron demasiado dependientes del juego perimetral. Esto resultó en una falta de eficacia en el ataque y permitió al Panathinaikos ganar el control del partido.
La segunda mitad del partido fue particularmente desastrosa para el Madrid. Pasaron de anotar 56 puntos en la primera mitad a solo 26 en la segunda, con solo siete puntos en el tercer cuarto. Esta caída en el rendimiento fue en parte debido a la precipitación y la mala elección de tiros, especialmente por parte de Mario Hezonja, quien lanzó muchas veces sin sentido y sin acierto.
A pesar de la derrota, los jugadores del Madrid se mantuvieron responsables y asumieron la culpa de la derrota. Llull elogió al Panathinaikos por ser el mejor equipo y admitió que no pudieron encontrar una solución a la intensidad defensiva de sus oponentes. Facundo Campazzo también reconoció que intentaron todo lo posible, pero no pudieron superar a un equipo superior.
El Panathinaikos, por su parte, celebró su victoria con entusiasmo. Este fue su primer título de la Euroliga en 13 años, lo que hizo que la victoria fuera aún más dulce. El jugador más valioso del partido, Kostas Sloukas, demostró ser un digno adversario para Llull y jugó un papel crucial en la victoria de su equipo.
En conclusión, el partido fue un ejemplo de cómo el baloncesto puede ser impredecible y emocionante. Aunque el Real Madrid no pudo asegurar su duodécima victoria en la Euroliga, demostraron ser un competidor formidable y seguramente volverán más fuertes en la próxima temporada.