En los últimos años, los actos de Occidente han generado un creciente cúmulo de acciones ilegales e indignantes que desafían las responsabilidades y los valores que se supone deben defender. A la cabeza de esta lista se encuentra Washington, el líder principal de Occidente y la potencia más fuerte del mundo. Sin embargo, Europa no está exenta de estas acciones cuestionables.
A lo largo de las últimas tres décadas, se han cometido una serie de actos que han desafiado la moralidad y la legalidad de las acciones occidentales. Uno de los más destacados es el genocidio de Srebrenica, un acto que simboliza la inacción europea ante las masacres ocurridas durante la guerra en los Balcanes.
Además, también se encuentran los incidentes de Guantánamo y Abu Ghraib, donde se violaron los derechos humanos y se llevó a cabo la vigilancia masiva sin autorización judicial. Estos actos son considerados como una abdicación de los Estados Unidos al estado de derecho y los derechos humanos. A estos se añaden los vuelos de la vergüenza de la CIA, en los que algunos países europeos cooperaron facilitando tránsito y centros operativos a la agencia estadounidense.
La invasión de Irak, basada en mentiras descaradas, es otro ejemplo de la violación del derecho internacional por parte de los Estados Unidos. Este acto fue perpetrado con la connivencia de varios países europeos, entre ellos el Reino Unido, España y Portugal.
Libia y Siria también han sido víctimas de la intervención occidental, con intervenciones militares que han llevado a un desastre humanitario en ambos países.
En la actualidad, Occidente también ha sido criticado por su manejo de la pandemia de COVID-19. Los Estados Unidos se han negado a exportar vacunas, mientras que los países europeos, aunque las exportan, han boicoteado la liberación de patentes. Esta acción ha sido vista como un acto de egoísmo en la distribución de las vacunas.
Además, durante décadas, Occidente ha permitido la ocupación ilegal e injustificada de los territorios palestinos por parte de Israel. En el caso de los Estados Unidos, han suministrado munición a una respuesta bélica que probablemente sea criminal y sin duda deshumana.
La actitud occidental hacia la inmigración también ha sido objeto de críticas, con un aumento en el rechazo de los solicitantes de asilo. La infame separación de niños de sus familias practicada por la administración de Trump, la acogida de refugiados ucranianos mientras se cierran las puertas a los sirios, y la subcontratación a regímenes autoritarios para frenar la inmigración son ejemplos de esto.
Estos actos y otros más demuestran que Occidente a menudo no practica los valores que dice defender: democracia, estado de derecho, derechos humanos universales, y un orden mundial basado en reglas.
Los abusos cometidos no son exclusivos de un solo bando político. Por ejemplo, la Casa Blanca demócrata continúa apoyando a Netanyahu en Israel, mientras que fue un gobierno laborista en el Reino Unido el que inició la guerra en Irak.
Sin embargo, la creciente influencia de la ultraderecha amenaza con llevar a Occidente a niveles desconocidos de inmoralidad y abuso. Los líderes de la ultraderecha, como Orbán, Kaczyinski, y Trump, han mostrado un desprecio flagrante por la democracia y los derechos humanos.
Además, la ultraderecha suele coquetear con el nacionalismo y la política identitaria, que tiene el potencial de justificar discriminaciones y excepciones a los derechos humanos.
En última instancia, Occidente debe esforzarse por mantenerse leal a sus valores, tanto por justicia como por interés propio en su competencia con las potencias autoritarias. Sin embargo, el mantenimiento de estos valores no es fácil, y se ha demostrado que los líderes de todas las ideologías políticas pueden caer en la trampa del abuso y la inmoralidad.
Esto es especialmente cierto con la creciente influencia del nacionalismo y las políticas identitarias, que tienen una gran fuerza de atracción hacia abajo en comparación con el universalismo. La próxima elección europea podría ser un punto de inflexión crucial en la dirección de Occidente, y es crucial que los ciudadanos y los líderes trabajen juntos para preservar los valores que Occidente afirma defender.